Los sismólogos, tras estudiar el
funcionamiento de los tsunamis, concluyeron que antes de la llegada de la gran
ola que destruye todo lo que se le pone por delante, aparecen algunos indicios,
como por ejemplo una bajada súbita e intensa de la marea. Aun conociendo este
hecho, los expertos inciden que en ese momento es muy improbable tener tiempo para
escapar de la destrucción de una ola gigante. Puedes saber lo que te espera,
pero no puedes hacer nada para evitarlo. Ahora, con la covid19, no sabemos lo
que nos espera, pero si podemos hacer algo para evitarlo.
Un equipo del Centro de
Investigación y Políticas de Enfermedades Infecciosas (CIDRAP) de la
Universidad de Minnesota en Estados Unidos ha previsto tres escenarios para una
segunda ola de la pandemia en el caso de que la vacuna que nos inmunice no
llegue a tiempo. El primero, muy mortífero, como pasó con la gripe española de
principios del siglo pasado, será una nueva pandemia mucho peor que la actual
que dejará millones de víctimas en todo el planeta. La segunda posibilidad es
un fuerte rebrote, pero no al nivel del pico de la emergencia sanitaria pasada.
El último, el más optimista, prevé la práctica desaparición del peligro vírico
con apenas contagios y fallecidos en el futuro próximo. Pero, y aquí lo
interesante, el informe concluye que, aunque no sepamos qué va a pasar “los
mensajes de los gobiernos deberían incorporar que esta pandemia no terminará
pronto y que la gente necesita estar preparada para posibles resurgimientos
periódicos de la enfermedad en los próximos dos años con puntos calientes que irán
apareciendo en diversas áreas geográficas”.
En nuestro país, la multitud de
rebrotes este verano y el aumento exponencial de las tasas de contagios nos han
convertido en esos puntos calientes que habla la Universidad de Minnesota y nos
hacen también temer lo peor. Pero nadie puede saber a ciencia cierta si en
octubre la pandemia regresará más fuerte que en marzo. Lo único que sí podemos
conocer son las lecciones aprendidas de la crisis sanitaria de esta primavera e
intentar aplicarlas para evitar caer en los mismos errores. Un equipo de
investigadores, entre los que me incluyo, y por encargo del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) hemos detectado varios aprendizajes a
aplicar en los sistemas de atención a la longevidad, puesto que es la cohorte
de edad con mayor letalidad por el coronavirus. Conviene recordar, en este
momento, que son abrumadora mayoría, en este parte del mundo, las víctimas
mortales del virus mayores de 80 años, con patologías previas y viviendo en instituciones residenciales.
Los puntos de fragilidad para la
población adulta mayor conforme el análisis de lo ocurrido estos meses son los
siguientes:
1. La descoordinación de los
sistemas sanitarios y sociales. La sanidad española ha funcionado bien, pero en
cambio los servicios sociales como residencias, centros de día o servicios de
ayuda a domicilio han padecido la desconexión con el sistema sanitario lo que
ha dejado desamparados a muchísimos mayores.
2. La falta de armonización de
los protocolos y normativas de los sistemas de atención a la longevidad. No
sólo en los diferentes niveles competenciales: estatal, autonómico, provincial
o local sino también entre lo público, lo privado y lo concertado. El mando
único no ha significado instrucciones y recomendaciones únicas e inmutables.
3. El no detectado impacto letal
de la soledad. La distancia física ha sido aplicada para proteger a los más mayores,
pero en ocasiones ha funcionado como una suerte de tortura de distancia social
con dramáticas consecuencias que iremos viendo poco a poco. Muchos ancianos no
han muerto por la alerta sanitaria, pero languidecen por la soledad impuesta y
por el alarmismo de su entorno y los medios de comunicación.
4. La ausencia de una suficiente oferta
de calidad de bienes y servicios para los adultos mayores. Un estado de
emergencia o una pandemia no puede dejar sin atención a millones de mayores que
precisan de ayuda domiciliaria o asistencia para la dependencia en el hogar.
Nuevas empresas, pero también nuevos profesionales, centros públicos y más
acciones de voluntariado han de ofrecer servicios básicos y robustos a los
mayores en el marco de la conocida como economía plateada o ageingnomics.
5. La falta de concienciación y
responsabilidad personal. Las crisis sanitarias serán recurrentes en el futuro,
como alerta el CIDRAP, lo que exigirá estar preparados también en el plano
personal. Ser precavidos significara en el futuro tener ahorros, sistemas de
previsión social, hogares adaptados y seguir las recomendaciones del
envejecimiento activo.
En unos meses conoceremos las
conclusiones definitivas de nuestra investigación y será el momento de profundizar
y matizar estos aprendizajes que ahora anticipo. Ojalá que a diferencia de lo
que sucede con los tsunamis, nos dé tiempo a aplicar esas lecciones y
protegernos ante una nueva destructiva ola vírica, llegue o no llegue, este
otoño.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y
profesor de la UNIR
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