martes, 18 de agosto de 2020

La noche me confunde


 (este artículo se publicó originalmente el día 16 de agosto de 2020 en el diario 20 Minutos)



Tengo dudas de si tanto eslogan de autoayuda en las comunicaciones gubernamentales ha sido bueno. Del «todo va a salir bien» pasando por el «saldremos más fuertes» los españoles hemos recibido un chute diario de refuerzo de autoestima durante la pandemia. Hasta el presidente Pedro Sánchez se empeñó en sus comparecencias televisivas semanales (veinte consecutivas) en expresarse como un híbrido de psicoterapeuta argentino y guerrero de las Termópilas con eso de «a este virus le ganamos entre todos (y todas)». El resultado ha sido que este verano miles de españoles se han lanzado a los brazos de la noche como si no hubiera un mañana. El mensaje bélico del gobierno funcionó, pero ha llevado a que demasiados conciudadanos pensaran que gracias a su esfuerzo habían derrotado a la pandemia y ahora tocaba desquitarse de tanto sacrificio en la batalla.  Quizás no toda la culpa la tienen esos eslóganes y hay que achacar una parte al largo confinamiento que nos mantuvo en casa sin salir tanto tiempo o simplemente la causa está en el termómetro y la combinación verano-vacaciones, pero este año, está claro, la noche nos confunde. 

 

La televisión ha cincelado la cultura popular de las generaciones nacidas en el siglo pasado, muchos recordaréis, hace unos años en España, cuando un personaje, de nacionalidad cubana, novio de una conocida folclórica, dijo en un programa de máxima audiencia para justificar sus infidelidades «la noche me confunde». Desde entonces esa frase (con acento caribeño) forma parte de nuestro bagaje y la usamos irónicamente para expresar una torpe y caradura excusa tras una mala conducta. Y ahora, me temo, que a la vista de las estadísticas sanitarias tenemos que pronunciarla de nuevo.

 

Nada más lejos de mi intención que criminalizar a un sector como el del ocio nocturno que genera más del uno por ciento del producto interior bruto del país y emplea a cientos de miles de trabajadores. A más a más, si incluimos en el análisis de la industria de la noche otros efectos inducidos ese porcentaje aumenta considerablemente. Por ejemplo, piensa cómo la oferta nocturna ayuda a que nuestro país sea uno de los más visitados del mundo, pero también una de las naciones donde cualquier joven quiere vivir (uno de los destinos más demandados de los universitarios Erasmus lleva años siendo España). Pero lo cortés no quita lo valiente y esta vez, por muchos ingresos que se generen, nos hemos pasado. Las fiestas tras la selectividad (EBAU), los botellones en parques, las moragas playeras, las copas a la fresca, los gin-tonics después de cenar, las terrazas a reventar y en general los vehementes reencuentros (bien regados) con amigos a la luz de la luna, están detrás del aumento del crecimiento exponencial de la curva de contagios por la covid19 en julio y agosto.

 

La desescalada nos confundió y nos ha llevado a pensar que la pesadilla había acabado y que ahora tocaba divertirse. Pero ni la crisis sanitaria ha terminado ni la crisis económica ha manifestado aún toda su fuerza. Pero como recuerda el jesuita Daniel Villanueva, es absurdo buscar responsabilidades en lo público mientras somos irresponsables en lo privado, «es vital comprender que de mi actitud privada con mi gente depende la salud de todos; es importante lo que haga el gobierno, pero eso no disminuye ni mucho menos sustituye mi responsabilidad y esa sí está en mi mano». El responsable de la ONG Entreculturas insiste que el bien común no se logra desde el solipsismo de sólo existo yo y los demás están para servirme. Esta defensa de la responsabilidad individual no supone restar ni un ápice de presión hacia nuestros gobernantes, pero, por desgracia, últimamente todo lo resolvemos acusando a los políticos -sean del color que sean y gobiernen donde gobiernen- sin darnos cuenta de que todo empieza en nosotros mismos. Así que, por favor, ahora que ya no nos confundirá la noche gracias a las nuevas restricciones, que no nos confunda nuestro ego.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


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