Este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 18 de octubre de 2021
Todo el mundo habla de “El juego del
calamar” y reconozco -eso sí, en voz baja- que no he visto ni un minuto de la
serie. En casa, los mayores y los más pequeños, dicen que no pasaron del
anuncio porque les dio pereza, pero con 100 millones de audiencia en un único
mes, me temo que en mi familia estamos equivocados porque es ya un fenómeno
global. Para que tengas tema de conversación te resumo el argumento. Cientos de
desarrapados sociales, bien por deudas, adiciones, pobreza o enfermedades
aceptan una extraña invitación a un juego de supervivencia, de nombre calamar,
que si ganan les hará millonarios, pero solo a uno, porque el resto morirá. Más
allá de la brutalidad de las imágenes -siempre ha habido películas o
videojuegos de este tipo- la inquietud ha surgido porque menores en todo el
mundo han comenzado a imitar a los personajes del tablero del calamar. En
España colegios gallegos, madrileños y de Mallorca han dado la voz de alarma al
ver a los alumnos más jóvenes en acción; en Paris incluso las agresiones han
sido ya físicas.
Inmediatamente la maquinaria mediática se
ha puesto a funcionar. En ausencia de pandemia y con el volcán ya varias
semanas en erupción hemos abrazado con ganas el asunto del calamar. Psicólogos
que prohibirían a los menores de edad que la vean y supuestos expertos que
criminalizan a las productoras americanas han desfilado por los platós, pero ni
rastro en las tertulias de los millones de fans de la serie porque el coro es
monocolor.
Nada diferente a lo que pasó en los años
70 con la Naranja Mecánica de Kubrick o en los 80 con Superman por eso a mí a
estas alturas lo que me preocupa es el cefalópodo patrio. No perdonaré jamás
que uno de los platos estrella de nuestra cocina se haya visto salpicado por la
polémica de una serie de televisión filipina. Quiero comer calamar a la plancha
sin pensar en asesinatos de niños, saborear un guiso de calamares con patatas y
no ver una cabeza rota, pedir en el aperitivo unos calamares a la romana sin
plantearme si he poner control parental a la televisión. Los españoles desde el
País vasco hemos hecho grandes aportaciones a la gastronomía mundial, uno de
ellos es la salsa negra de los calamares en su tinta. Y quizás ahí está la
explicación de la polémica de estos días. El calamar para defenderse de los
depredadores marinos expulsa una sustancia de color negro que les desconcierta
y así consigue huir. Esa sustancia en una cazuela ligada con aceite y tomate es
la mítica salsa vasca. Mientras hablamos de la serie coreana no dedicaremos
tiempo al drama del desempleo juvenil o el desmantelamiento de la educación de
calidad por no mencionar el aumento galopante del déficit y la inflación que
empobrecerá en breve al país. Eso sí es importante y esa tinta del calamar que
nos ciega es la que debería de preocuparnos.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad
Internacional de La Rioja (UNIR)
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