Este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el 29 de septiembre de 2021
Angela Merkel ya no será Canciller de los alemanes en breve, pero su legado le sobrevivirá. Alemania es mejor país que hace quince años y eso es así porque gracias a ella se ha conseguido el sueño de Benetton, unir y llenar de color un territorio. La señora Merkel trajo el color a su tierra por sus llamativas chaquetas naranjas o verdes, pero sobre todo porque consiguió normalizar la diversidad en Alemania. Una mujer canciller -hecho inédito hasta entonces-; una profesora de la Alemania del Este -tomando decisiones que afectaban a las poderosísimas corporaciones empresariales de la parte occidental; una cultura de pactar con el diferente -con una grosse coalition- durante muchos años; una defensa sin ambages de la inmigración – a pesar de la impopularidad que podía suponerle-; su apoyo a los socios europeos mediterráneos -sin importarle las críticas por ello-; su apuesta por los acuerdos con Francia -con los que acumulan guerras en la historia- y finalmente en plena pandemia, la denuncia del edadismo y la discriminación de las personas mayores ante los confinamientos.
Quizás el ejemplo que mejor ilustra lo anterior es el origen de una de las vacunas contra el coronavirus. Es sabido que Pfizer y BioNTech han desarrollado con éxito una de las primeras vacunas, menos conocido es que detrás de ese éxito está la diversidad. Un matrimonio de científicos de origen turco que fundan su empresa en Alemania. Ugur Sahin, médico de 55 años, hijo de un trabajador turco de la factoría de la Ford alemana y su esposa y colega Özlem Türeci, dos años más joven, igualmente de raíces turcas. Juntos fundaron BioNTech, una farmacéutica con sede en Hesse (Alemania). A Sahin y Türeci les corresponde el papel de "inventores" de la tecnología, a sus socios estadounidenses, Pfizer, el de producirla y distribuirla a escala global en el más corto tiempo posible. Hoy los dos científicos están entre las cien personas más ricas de Alemania, pero lo que es más importante: desde Alemania a Estados Unidos, pasando por Turquía esa diversidad está salvando millones de vidas en el mundo.
Hasta el Papa Francisco en la reciente entrevista que le hizo el periodista español Carlos Herrera afirmó sin dudar ni un segundo que la canciller era un ejemplo de gobernante por su humanismo. Pero el guiño final que la Historia le ha regalado al legado de diversidad de Angela es toda una paleta de colores para los eventuales pactos que permitirán formar gobierno tras las elecciones del pasado domingo.
Estas semanas todos los medios de comunicación en el mundo entero y en Alemania hablan de la coalición Jamaica y el semáforo. La primera se refiere a los colores de la bandera caribeña, negro, amarillo y verde, que son los mismos que el partido democratacristiano de Merkel (CDU), el liberal (FDP) y los verdes ecologistas, respectivamente. No será fácil un acuerdo jamaicano por mucho color que aporten al gobierno alemán. En cambio, a la fecha que escribo estas líneas, parece más factible un acuerdo semáforo, es decir rojo, amarillo y verde en el que los socialdemócratas del SPD se coaliguen con verdes y liberales. De tripartitos tipo semáforo o jamaicanos hay experiencias en niveles regionales pero la cultura política alemana ha asimilado mejor los acuerdos a dos bandas: rojos + verdes, negros + rojos o amarillos + negros. Merkel en sus dieciséis años de gobiernos ha mezclado el negro de su partido con el rojo en tres mandatos y en uno con el amarillo. Nos esperan, por tanto, muchas semanas de hablar de los colores que regulan el tráfico e incluso de la bandera del país de Bob Marley; pase lo que pase Angela sonreirá porque su herencia es un país más plural, con más dignidad y con mucho colorido. Benetton y Toscani no andarían descaminados si la fichasen para su siguiente campaña de United of Colors.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
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