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miércoles, 9 de mayo de 2018

La economía crowd. Susto o muerte.



(este artículo se publicó originalmente el día 7 de mayo de 2018 en el periódico La Información en la columna semanal #serendipias)

El viejo chiste anglosajón “scare or death” que se cuenta en la noche de Halloween nos exige optar entre un susto o que nos maten, pero también nos recuerda que aunque sean obvias hay que acertar con las elecciones.
Hoy vivimos una época en la que nuestras instituciones han de elegir. Y tienen que acertar. No son pocos los autores, con el profesor del MIT Arun Sundarajan a la cabeza, que alertan de la llegada de un fenómeno, que trasformará nuestra economía basada en las corporaciones, en una economía llamada “crowd”, del vocablo inglés traducido al español como muchedumbre. No es el primer autor, ya a principios del siglo pasado Schumpeter habló de la destrucción creativa de los pequeños innovadores y Birch en 1979 abrió el camino para toda una escuela de académicos que defendían la migración de una economía de la gran escala a una economía emprendedora.

Sin embargo sí es nuevo cómo la madurez de la tecnología unida a la democratización en su acceso y la persistencia de la sensación de crisis para millones de ciudadanos en el mundo, ha dado lugar en este momento a la aparición de nuevos modelos. Son la economía colaborativa, los sistemas peer to peer (P2P), la innovación abierta, la apuesta por la desintermediación, el consumo cooperativo y todos los conocidos como crowd (crowdfunding, crowdsourcing o crowdlending entre otros). Precisamente por la profusión de nuevos modelos con el prefijo crowd y por lo gráfico que supone pasar de un sistema económico capitalista dominado por las grandes multinacionales a uno basado en la fuerza de la muchedumbre que empoderada toma decisiones en clave económica, ha triunfado el término de economía crowd.

No es momento ahora de explicar en detalle cada uno de esos nuevos modelos que están bajo el paraguas de la economía crowd. Basta con recordar a las americanas UBER, AirBnB y la francesa BlaBlacar como representativas de la sharing economy, en la que se prima el uso a la propiedad. Al blockchain y sus aplicaciones, más allá de las criptomonedas, en asuntos como los servicios profesionales, como expresión del nuevo P2P que desintermedia frente a los antiguos B2B (business to business) o B2C (business to consumer). Los hackatones, intraemprendedores e incubadoras corporativas nos trasladan a la nueva innovación abierta. Plataformas colaborativas para comprar energía o financiar seguros cuando el mercado no lo hace son ya habituales. Por último el crowfunding logra que miles de pequeños inversores permitan que un concierto se celebre, un libro se publique o una disruptiva startup obtenga fondos. El crowdsourcing hace posible la participación, no solo ciudadana, sino también creativa en las ciudades más dinámicas del planeta y el crowdlending está logrando que entidades al margen de la financiación formal puedan apalancarse para sobrevivir. Por último iniciativas como change.org hoy canalizan de modo global peticiones a los gobiernos y empresas gracias al apoyo masivo de esa muchedumbre que da título a esta nueva economía.
Si todavía no se tiene claro de que estamos hablando, la siguiente definición de la economía crowd puede ayudar. Básicamente se trata de recordar que este nuevo sistema se basa en cinco palabras que empiezan por la letra p en inglés (persons, participate, productive, purpose y platform). La definición del profesor Ludvic Nekaj en el libro “Crowdfundign for sostenible entrepreneurship and innovation” habla de una economía basada en un ecosistema dinámico de personas productivas que participan a través de plataformas con el propósito de obtener beneficios mutuos. Si comprobamos la resistencia de esta definición, por ejemplo con un reciente ejemplo de economía crowd, como es la web de compra-venta de productos de segunda mano, comprobaremos la validez de la propuesta. Las miles de personas que participan en la plataforma Wallapop son productivas porque buscan un propósito: sacar beneficio (en clave de uso o de ingresos) a unos determinados bienes. Cumple las cinco letras p como también, les reto a ello, el resto de ejemplos de economía crowd que hemos ido desgranando en estas líneas.

Las instituciones de medio mundo, por tanto, tienen que optar por adaptar sus obsoletas estructuras, hechas a la medida de un capitalismo de las grandes corporaciones, a un nuevo sistema económico basado en millones de iniciativas. El reto no es fácil porque eliminar barreras de entrada en las industrias, en el mercado laboral y en las regulaciones que solo favorecían a los incumbentes genera un escalofrío a los responsables. El mismo escalofrío que sienten los protagonistas del viejo chiste con el que empezó este artículo cuando eligen susto y les gritan a traición. Pero la otra opción es muerte, no solo en la broma de Halloween sino también en nuestra particular diatriba alrededor de la economía crowd. Porque o permitimos, desregulando y legislando a favor de los nuevos entrantes (como ya muchos países están haciendo con las fintech y los conocidos como sandboxes), que florezca la economía crowd o vendrá otra economía. Una dominada por las grandes plataformas (Google, Facebook, Apple y Amazon) que como si un oligopolio se tratase herirá de muerte nuestra economía de mercado para convertirla en una economía a su servicio.


martes, 22 de septiembre de 2015

Los puentes de los millennials

(este artículo fue publicado originalmente en el número de Septiembre de 2015 de la revista ETHIC)

Hace unos meses visitó España el almirante con cuatro estrellas de la Marina de Estados Unidos  James G. Stavridis. El militar, ya retirado, dirigió hasta 2013 las operaciones mundiales de la OTAN como comandante supremo aliado y fue invitado por el visionario español Eugenio Galdón, para entregar los premios de emprendimiento de la Fundación Everis. A alguien le parecerá antagónico empezar esta reflexión sobre los millennials, con dos nombres propios, James y Eugenio, no solo porque son casi septuagenarios sino porque esa generación que apenas supera los 30 años comparte unos valores que aparentemente son contrarios al uso de la fuerza militar, pero si el lector tiene paciencia y aguanta hasta el final del artículo podrá quedarse tranquilo con los articulistas que elige la revista Ethic.

En Madrid, el almirante que dirigió operaciones de combate en el Golfo Pérsico durante la guerra de Iraq, habló al público convocado -entre los que estábamos profesores, directivos de empresas y  emprendedores- sobre ciberseguridad, el auge del extremismo, regímenes autoritarios y posibles pandemias. Pero más allá de estos asuntos, todos recordaremos cómo terminó su intervención con una fotografía del Pentágono, la inexpugnable sede del departamento de defensa americano en Arlington, Virginia. En ella podía verse el potente edificio, la mayor sede de oficinas del mundo en el que trabajan más de 25.000 militares,  unas horas después del ataque del 11 de septiembre de 2001, destruido totalmente por el impacto de un avión de American Airlines secuestrado por los terroristas de al-Qaeda. El laureado militar, señalando su despacho hecho cenizas, afirmó “los muros, como queda de manifiesto al ver este bunker derruido, no crean seguridad, solo los puentes, únicamente el soft power salvará al mundo”.

Durante mucho tiempo pensamos que solo las grandes actuaciones provocaban cambios. Una ley, una gran inversión, un cambio de gobierno o una alianza supranacional. Pero la nueva generación del milenio nos está demostrando que hoy los cambios ya no vienen de arriba abajo sino, como dicen los anglosajones, son bottom-up. El respetado economista venezolano Moisés Naim en su libro “El fin del poder” ha bautizado este cambio de escala de lo grande a lo pequeño como el auge de los micro poderes. Snowden o Assange poniendo en jaque a la CIA, unos inmigrantes  ucranianos con Whatsapp reventando el modelo de negocio de las “telcos”, o la economía colaborativa liderando el turismo mundial con las plataformas globales de intercambio de habitaciones son demostraciones palmarias de que hoy es posible cambiar desde abajo cualquier estructura.

Los millennials son los actores protagonistas de este nuevo paradigma donde todo es posible. Pero eso no quiere decir que sea un camino de rosas. La crisis que llegó en 2007 para no abandonarnos ha destruido las ilusiones de miles de jóvenes con sus tres jinetes del apocalipsis: el paro, la precariedad y el fracaso escolar. Sin embargo, esa situación, con el concurso de la disrupción digital, ha movido a los nacidos entre los años 80 y los 90 a buscar soluciones a la ingente cantidad de problemas. Los investigadores del MIT lo llamaron hace ya unos años «el gran desacople», la velocidad del cambio tecnológico deja atrás a demasiadas personas y está provocando que las soluciones no surjan a la misma velocidad que los problemas.

Los millennials están siendo pioneros en la irrupción de una nueva escala de valores que les lleva a no aceptar trabajar o consumir en contra de su ética. Quieren cambiar el mundo con sus startups o usando el emprendimiento social, dando soluciones nuevas a los viejos problemas de nuestra sociedad. Creen en la cooperación frente a la descarnada competencia. Su activismo les ha llevado a actualizar antiguos conceptos como la economía circular, el comercio justo o la lucha contra las corporaciones multinacionales para, con la ayuda de la tecnología y el emprendimiento, convertirlos en banderas a levantar. Hoy la defensa del medio ambiente a través del reciclaje está presente en el mundo del moda gracias a Mingo y Blanca con Madrid Fashion Show.  En Sevilla, Pedro ha reinventado el comercio justo con su red de descuentos para desempleados “tarifas blancas”Un ingeniero,  Manu, pasando por Ciudad Real, está pudiendo poner en marcha la primera impresora 3D portátil con el apoyo del programa de emprendimiento corporativo de Telefónica Open Futures.

Son los puentes que los jóvenes del milenio están construyendo para unir no solo generaciones diferentes sino hacer un planeta mejor. Un mundo millennial es un mundo donde se colabora aunque se compita, donde se acuerda aunque se discrepe, donde se crea y no destruye, donde se puede ser ecologista y emprendedor a la vez, donde el activismo toma forma de empresa, donde el poder no es absoluto y está compartido. Son esos puentes que el viejo militar norteamericano nos contó en la Casa de América en Madrid.


Iñaki Ortega es doctor en economía, profesor de la Universidad de Deusto y autor del libro “Millennials, inventa tu empleo” (ediciones UNIR)

domingo, 26 de octubre de 2014

Los nuevos rockeros

(este artículo fue publicado en el diario ABC el día 25 de octubre de 2014)

Los emprendedores son los nuevos rockeros. Carlos Barrabés, quizás la mente más visionaria en este momento en nuestro país, expresa con ese símil cómo para los jóvenes del milenio, emprender se ha convertido en una filosofía de vida.

Del mismo modo que en los años 60 el rock and roll supuso una rebelión contra las normas sociales y políticas de la época, hoy emprender es una suerte de inconformismo activo porque es la vía para cambiar el mundo y hacerlo mejor.





























Bill Drayton el fundador de Ashoka, la red global de emprendedores sociales, explicaba hace unos años en la revista de la universidad de Harvard su teoría de las cadenas hibridas de valor, en virtud de la cual las grandes compañías y las entidades sociales trabajando juntas con emprendedores pueden resolver los más importantes problemas del mundo sin renunciar ninguno a sus intereses. No es caridad y no es solo negocio, es ser innovador para salvar el mundo. “Los emprendedores sociales no se conforman con ofrecer un pez al que tiene hambre, ni siquiera con enseñarles a pescar sino que no descansarán hasta revolucionar la industria del pescado”

Los jóvenes millennials emprenden porque es la herramienta que les permite ser consecuentes con su forma de ser. Tecnología, libertad y creatividad se fusionan en las miles de empresas que  se crean cada año en nuestro país. Los emprendedores hoy son nativos digitales y sin esa hiperconexión no entienden las relaciones sociales pero tampoco el trabajo. Frente al estereotipo de su narcisismo y falta de compromiso están protagonizando las demandas de democracia desde el norte de África a Hong Kong. Son los inventores de la economía colaborativa que pone el acento en el uso de los bienes y servicios frente a la propiedad que está arrasando en sectores como el turismo.

Vivimos una época de cambios profundos y rápidos. Esa velocidad está causando que las soluciones sean más lentas que el crecimiento de los problemas. Por ello es necesario alinear los agentes que pueden hacer cambiar esa tendencia. Los emprendedores sociales lo llaman co-creación. Un proceso colaborativo entre iguales: grandes empresas, administraciones, instituciones financieras y emprendedores que, juntos, co-diseñen y co-implementen nuevos y mejorados bienes y servicios.

Desde que se inventó el Rock ha habido quienes pensaron que la solución era prohibirlo e incluso mandar a prisión a los rockeros, como hace unos años Putin en Rusia con las Pussy Riots. Es una opción. La otra es dejar de aplicar normas antiguas y paradigmas obsoletos asumiendo que la nueva economía exige abrir las mentes aunque para ello haya que cambiar leyes y viejas costumbres.


Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor en la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR).