sábado, 11 de octubre de 2025

De Rabat a Chequia: los zeta desafían el viejo orden

(este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el 11 de octubre de 2025)

Las imágenes de las protestas en Marruecos son algo más que unos disturbios en otra dictadura que vemos en televisión. Son toda una lección para los gobiernos de cualquier país. Jóvenes sin nada que perder enfrentándose a un régimen todopoderoso. Los chicos que protestaban en Rabat son los mismos que este verano lo hacían en Nepal, y —aunque cueste creerlo— también idénticos a los que están votando por primera vez en las elecciones de media Europa.

Son la generación Z, nacidos de 1996 a 2010, o lo que es lo mismo, jóvenes que se han educado y socializado con un internet ya implantado absolutamente. Parece mentira, pero no siempre internet estuvo en todas las casas y es que no fue hasta el cambio de siglo cuando la red llegó a la mayoría de los hogares y colegios. Pero en la vida de los Z ha estado siempre presente internet, tanto en su educación como en su ocio, lo que ha moldeado una personalidad muy diferente a generaciones anteriores.

¿Qué es lo que tiene que ver internet y las redes sociales con la forma de ser una cohorte de edad? La respuesta es sencilla. La red de redes les ha hecho impacientes, ya que todo es inmediato, desde una compra a la reacción de un amigo, pasando por el siguiente episodio de la serie de turno. También les ha dado un poder para poner en cuestión a sus mayores, porque los canosos no son nativos digitales como ellos y están anticuados en casi todo lo que les interesa a los jóvenes. Por último, esa misma tecnología, les ha frustrado porque las aplicaciones digitales han abierto una ventana a un mundo ideal, que no siempre pueden alcanzar.

La revuelta marroquí, bautizada como GenZ 212, por esta cohorte generacional y por el código telefónico del país alauí, es un caso de estudio de todo lo anterior. En un Marruecos dual, con infraestructuras modernas construidas para el Mundial de fútbol, mientras las casas siguen destruidas dos años después del terremoto del Atlas; los mismos jóvenes que saltan la valla de Melilla han saltado las barreras policiales. Imposible parar los pies a un movimiento sin líderes, sin partidos, sin convocantes, que se gesta en la inmediatez de un servidor de Discord o se difunde a golpe de video en TikTok.  Todo un desafío al statu quo que viene de los de abajo. Las élites, el poder y el ejército impugnados por una juventud que grita "menos estadios, más hospitales".

Marruecos, como este verano fue el Nepal, nos recuerdan que los miembros de generación Z, con esa impaciencia de nativos digitales, no están dispuestos a esperar que las cosas cambien. Si el sistema les falla, se saltan todas las convenciones para expresar su disconformidad utilizando los canales digitales que tanto dominan sin medir las consecuencias de sus actos. Pero no hay que alejarse tanto de esos lares para sacar conclusiones, ¿acaso los jóvenes que votan por primera vez masivamente a partidos fuera del sistema en todas las democracias de Occidente, no es una forma de rebelarse como la de Marruecos?

Los Zeta son un grupo de edad que comparte los rasgos recién descritos: la inmediatez, la irreverencia e incertidumbre. Todo al instante gracias a una milagrosa tecnología que les permite resolver cualquier duda con la IA.  Son irreverentes porque no respetan lo establecido, ya sean sus partidos, sus profesores o sus jefes. Y sin garantía alguna de poder tener el bienestar del que gozaron sus padres, más bien al contrario.

Lo que estamos viendo también en Perú, Indonesia o Filipinas, demuestra que la generación Z es consciente de su poder, de que la tecnología amplifica sus demandas y han decidido empezar a usarla contra el poder. Los jóvenes marroquíes, con sus smartphones en mano, no solo piden un hospital decente o un trabajo, están llamando a la puerta de una nueva era. Pero que nadie se engañe, porque eso no va solo de países como los anteriores. Aquí y ahora está pasando. Cada convocatoria electoral en Europa nos demuestra que usan las urnas para protestar, votan para desafiar el orden establecido y forzar las costuras de las democracias.

Es fácil entender el descontento en Tánger, pero no tanto en Múnich o en La Haya. Apoyamos la rabia de los jóvenes en Katmandú contra los políticos corruptos, pero nos rasgamos las vestiduras al ver los resultados electorales en Budapest o Praga. No nos damos cuenta de que en todas esas ciudades la causa es la misma y los protagonistas, idénticos. Por si fuera poco, animo a que el lector agudice ahora la vista. En todas esas partes del mundo, hay una imagen que acompaña a los jóvenes cuando salen a la calle: una bandera pirata. No es una cualquiera, porque la calavera sonríe y lleva un sombrero de paja. Es el emblema de un personaje de cómic convertido en videojuego, que lucha contra la injusticia y la corrupción. Y nosotros sin enterarnos.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

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