miércoles, 29 de octubre de 2025

La vida no es una serie

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el 27 de octubre de 2025)

Nunca se han visto tantas series de televisión como ahora gracias a internet. Pasamos de media más de tres horas cada día delante de la pantalla para entretenernos con esos seriales. Tantos minutos cada día, con tantísima oferta -desde que hace diez años la televisión tradicional cedió el monopolio en favor de las plataformas por suscripción- que de alguna manera nuestra personalidad ha cambiado. Es así. Porque si por personalidad entendemos la forma de comportarnos, tanto consumo de ficción -me temo- nos está llevando a confundir realidad con una serie de televisión. Lo intentaré explicar con dos sucesos reales de estos días.

La muerte en Barcelona en un accidente de montaña del gran empresario Isak Andic, creador de la marca global de moda Mango, ha desatado todo tipo de especulaciones -sin base alguna- en el que su hijo Jonathan, ha acabado convirtiéndose en doble víctima: primero por ver morir a su padre y segundo por ser acusado por una jauría en las redes de su muerte. Tanto ha sido así que la propia juez de las diligencias del accidente ha tenido que salir a la palestra para decir que nadie acusa de nada a este señor.

Por otro lado, en Sevilla una joven se quitó la vida tras sufrir acoso en el colegio. Otro drama que levantó los peores instintos en las redes hasta el extremo que se publicaron las fotos de las niñas que supuestamente habían acosado a la pobre Sandra Peña. La repercusión fue tal que se les tuvo que poner protección a esas menores, sus familias y hasta en el propio colegio para evitar que fueran agredidas por la turba.

La cruda realidad es que ambos sucesos coinciden con series de televisión muy seguidas que tratan sucesos similares a los casos anteriores y ello llevó, quizás, a la gente a pensar que la vida es una serie. Olvidando el sufrimiento de todas esas familias y sobre todo obviando que vivimos en un estado de derecho y no en una serie de televisión. En la vida real hay jueces, leyes e importa poco la audiencia o el clickbait (usar titulares sensacionalistas como anzuelos para captar usuarios). La pantalla se apaga y no se apaga el dolor. La serie se pausa, pero continúa el drama. Damos likes o hacemos un comentario al instante, sin darnos cuenta de que en un país como el nuestro quien condena son los jueces, no los digitales.

Lo ha explicado muy bien este viernes el filósofo coreano en su discurso en la ceremonia de los premios Princesa de Asturias. Las redes "no nos socializan, sino que nos aíslan, nos vuelven agresivos y nos roban la empatía". Esa ausencia de compasión con las víctimas y sus familias en los dos casos anteriores, solo se entiende porque los que opinan sobre ambos sucesos olvidan que hablan de personas y no de personajes de la última serie de su plataforma favorita.

Byung-Chul Han en su libro La sociedad de la transparencia, sostiene que la obsesión por mostrarlo todo —vida privada, emociones, opiniones— convierte a las personas en productos. Las redes sociales promueven una cultura de la exposición constante, donde la intimidad desaparece y todo se convierte en mercancía visual. También la mayor tristeza, como es la muerte de un ser querido como un padre o una hija, acaba siendo pasto de esa cosificación. Qué horror.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor

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