miércoles, 22 de julio de 2020

Cuidado con el efecto péndulo


(este artículo se publicó originalmente el 20 de julio de 2020 en el blog del Banco Interamericano de Desarrollo -BID-)

Isaac Newton ha pasado a la historia como uno de los científicos más relevantes de la humanidad, entre otros descubrimientos, por la ley de la gravedad. Se cuenta que este físico inglés encontró la inspiración durmiendo la siesta debajo de un árbol tras despertarse súbitamente por el golpe de una manzana en su cabeza. A partir de ahí estudió las fuerzas que rigen el universo y que explican desde la rotación de los planetas al porqué una manzana cae al suelo cuando su peso es demasiado para el árbol que la vio crecer. Esas mismas leyes casi 500 años después nos ayudan a entender cómo tenemos que reaccionar ante lo que está pasando con la pandemia y las personas de más edad.


El virus conocido como covid-19 se ha cebado con los adultos mayores. La gran mayoría de los fallecidos pertenecen a ese grupo de edad, si usamos la ratio de adultos mayores fallecidos sobre el total, nos daremos de bruces con que en España supera el 90%, en Brasil se sitúa en el 80% y en Perú muy cerca del 70%. Aunque las cifras varíen entre países nos permiten concluir que la cohorte de los 60 años en adelante es, con mucho, la que más han sufrido el coronavirus. En América Latina y el Caribe son más de 70 millones de personas con esa edad que han vivido en primera persona este drama y es imprescindible actuar en consecuencia.

A medida que los datos sobre la crisis sanitaria se han ido conociendo, el foco se ha puesto, especialmente en muchos países europeos, en las residencias para adultos mayores. Conforme a Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA) en Europa los fallecimientos en residencias representan más del 50 por ciento del total. Especialmente sangrante es el caso español, para el cual dos terceras partes de las muertes derivadas del covid-19 se han producido en centros residenciales. Si ponemos la lupa veremos que hay regiones españolas donde más del 90 por ciento de los adultos mayores fallecidos vivían en residencias. Queda tiempo aún para que conozcamos otras lacerantes realidades, por ejemplo, los miles de mayores que han muerto en la soledad de sus casas por miedo al contagio en un hospital o porque no han podido acceder a la atención médica adecuada en su momento. La aplicación a los mayores del sistema de triaje en los hospitales (selección de pacientes empleado en la medicina de catástrofes) que poco a poco se va constatando con la aparición de pruebas documentales, como, por ejemplo, las instrucciones oficiales de los gobiernos competentes. ¿Debería ser la edad un criterio de selección de pacientes? La reflexión ética es contundente en su respuesta: no.

La primera ley de Newton afirma que todo cuerpo permanece en estado de reposo a no ser que sea obligado por una fuerza externa a cambiar su estado. Y precisamente la pandemia ha sido esa fuerza maligna que ha de obligarnos a movernos y revisar el sistema de cuidados que nos hemos dotado para los adultos mayores. Hemos estado parados demasiado tiempo sin darnos cuenta de que la demografía era imparable; cada año le estábamos ganando unos meses a la vida de un modo implacable hasta convertir nuestros países en sociedades envejecidas. Sin duda, un auténtico triunfo de las sociedades modernas pero que requiere procesos de adaptación y cambio. En este sentido nuestro sistema de cuidados a los mayores es el mismo que hace medio siglo. El BID nos recuerda que en el año 2050 en América Latina y el Caribe vivirán cerca de 30 millones de adultos mayores en situación de dependencia, la covid-19 nos exige a dar pasos valientes (ver Envejecer con Cuidados)

La segunda ley de Newton establece que el cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz externa. Nadie duda que el mazazo de la pandemia ha sido brutal, el FMI estima que el PIB global en 2020-21 será unos 9 billones de dólares inferior al que hubiera alcanzado en ausencia del virus; una pérdida superior al tamaño conjunto de las economías de Alemania y Japón. Por ello, siguiendo al genial físico, las inversiones públicas y privadas para adecuar nuestro sistema de cuidados han de ser proporcionales al daño que nos ha causado el virus. Nuevas y ambiciosas políticas, mucho más gasto y nuevos profesionales que darán sentido a la llamada economía plateada o economía del envejecimiento.

La tercera ley de Newton reza que tras toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria. Es lo que explica el movimiento de los péndulos y el efecto del mismo nombre en psicología, pero también en política; cómo pasamos de una situación emocional a la contraria o de unas opciones ideológicas a las antagónicas. Ojalá que este efecto no se ponga en marcha con el sistema de cuidados ahora empecemos a promover soluciones cuasi hospitalarias para los mayores como modo de vida cotidiana. Eso supondría pasar, como peligrosamente se empieza a detectar, del modelo residencial actual al modelo hospitalario o de instituciones medicalizadas, sin darnos cuenta de que la clave reside en  los cuidados de larga duración centrados en la persona .

Desde hace décadas, el deseo de las personas es expresado con claridad cuando se investiga esta cuestión: vivir en casa, en su entorno, aun cuando necesiten ayuda. Sin embargo, los esfuerzos planificadores y presupuestarios en los modelos de protección social a la vejez se siguen focalizando en las residencias, con fuerte influencia institucional. Pero hay alternativas respaldadas por suficientes evidencias científicas que promueven modelos domésticos, agrupados en unidades de convivencia cuando no es posible continuar viviendo en el hogar habitual. Su diseño y organización facilitan un mayor control de la transmisión ante pandemias como la que padecemos: espacios pequeños, profesionales del cuidado estables, que se convierten en valedores de estas personas y una vida cotidiana familiar.

Para terminar nos gustaría citar a otro genio que ha pasado a la historia -esta vez iberoamericano- el arquitecto, profesor e inventor Francisco Javier Sáenz de Oiza dejó escrito que “el espacio íntimo en un mundo inmenso dignifica el oficio de habitar y el arte de construir (…) también facilita su humanización y la de las personas que le dan vida, desde la soledad y en ocasiones desde el sufrimiento (…) La casa, que no es solo el lugar donde vivir, es un espacio íntimo y protector”.

Avanzar en esta nueva dirección exige imaginativas políticas públicas y muy diferentes inversiones privadas, pero también la solidaridad comunitaria y una profesionalización de los cuidadores. Estamos a tiempo.



Iñaki Ortega es economista y profesor de Deusto Business School y de la UNIR.
Mayte Sancho es psicóloga y gerontóloga






No hay comentarios:

Publicar un comentario