(este artículo se publicó originalmente el 20 de julio de 2020 en el blog del Banco Interamericano de Desarrollo -BID-)
Isaac Newton ha
pasado a la historia como uno de los científicos más relevantes de la
humanidad, entre otros descubrimientos, por la ley de la gravedad. Se cuenta
que este físico inglés encontró la inspiración durmiendo la siesta debajo de un
árbol tras despertarse súbitamente por el golpe de una manzana en su cabeza. A
partir de ahí estudió las fuerzas que rigen el universo y que explican desde la
rotación de los planetas al porqué una manzana cae al suelo cuando su peso es
demasiado para el árbol que la vio crecer. Esas mismas leyes casi 500 años
después nos ayudan a entender cómo tenemos que reaccionar ante lo que está
pasando con la pandemia y las personas de más edad.
El virus conocido
como covid-19 se ha cebado con los adultos mayores. La gran mayoría de los
fallecidos pertenecen a ese grupo de edad, si usamos la ratio de adultos
mayores fallecidos sobre el total, nos daremos de bruces con que en España
supera el 90%, en Brasil se sitúa en el 80% y en Perú muy cerca del 70%. Aunque
las cifras varíen entre países nos permiten concluir que la cohorte de los 60
años en adelante es, con mucho, la que más han sufrido el coronavirus. En
América Latina y el Caribe son más de 70 millones de personas con esa edad que
han vivido en primera persona este drama y es imprescindible actuar en
consecuencia.
A medida que los
datos sobre la crisis sanitaria se han ido conociendo, el foco se ha puesto,
especialmente en muchos países europeos, en las residencias para adultos
mayores. Conforme a Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA) en
Europa los fallecimientos en residencias representan más del 50 por ciento del
total. Especialmente sangrante es el caso español, para el cual dos terceras partes
de las muertes derivadas del covid-19 se han producido en centros
residenciales. Si ponemos la lupa veremos que hay regiones españolas donde más
del 90 por ciento de los adultos mayores fallecidos vivían en residencias.
Queda tiempo aún para que conozcamos otras lacerantes realidades, por ejemplo,
los miles de mayores que han muerto en la soledad de sus casas por miedo al
contagio en un hospital o porque no han podido acceder a la atención médica
adecuada en su momento. La aplicación a los mayores del sistema de triaje en
los hospitales (selección de pacientes empleado en la medicina de catástrofes)
que poco a poco se va constatando con la aparición de pruebas documentales,
como, por ejemplo, las instrucciones oficiales de los gobiernos competentes. ¿Debería
ser la edad un criterio de selección de pacientes? La reflexión ética es
contundente en su respuesta: no.
La primera ley
de Newton afirma que todo cuerpo permanece en estado de reposo a no ser que sea
obligado por una fuerza externa a cambiar su estado. Y precisamente la pandemia
ha sido esa fuerza maligna que ha de obligarnos a movernos y revisar el sistema
de cuidados que nos hemos dotado para los adultos mayores. Hemos estado parados
demasiado tiempo sin darnos cuenta de que la demografía era imparable; cada año
le estábamos ganando unos meses a la vida de un modo implacable hasta convertir
nuestros países en sociedades envejecidas. Sin duda, un auténtico triunfo de
las sociedades modernas pero que requiere procesos de adaptación y cambio. En
este sentido nuestro sistema de cuidados a los mayores es el mismo que hace
medio siglo. El BID nos recuerda que en el año 2050 en América Latina y el
Caribe vivirán cerca de 30 millones de adultos mayores en situación de
dependencia, la covid-19 nos exige a dar pasos valientes (ver Envejecer con
Cuidados)
La segunda ley
de Newton establece que el cambio de movimiento es proporcional a la fuerza
motriz externa. Nadie duda que el mazazo de la pandemia ha sido brutal, el FMI
estima que el PIB global en 2020-21 será unos 9 billones de dólares inferior al
que hubiera alcanzado en ausencia del virus; una pérdida superior al tamaño
conjunto de las economías de Alemania y Japón. Por ello, siguiendo al genial
físico, las inversiones públicas y privadas para adecuar nuestro sistema de
cuidados han de ser proporcionales al daño que nos ha causado el virus. Nuevas
y ambiciosas políticas, mucho más gasto y nuevos profesionales que darán
sentido a la llamada economía plateada o economía del envejecimiento.
La tercera ley
de Newton reza que tras toda acción ocurre siempre una reacción igual y
contraria. Es lo que explica el movimiento de los péndulos y el efecto del
mismo nombre en psicología, pero también en política; cómo pasamos de una
situación emocional a la contraria o de unas opciones ideológicas a las
antagónicas. Ojalá que este efecto no se ponga en marcha con el sistema de
cuidados ahora empecemos a promover soluciones cuasi hospitalarias para los
mayores como modo de vida cotidiana. Eso supondría pasar, como peligrosamente
se empieza a detectar, del modelo residencial actual al modelo hospitalario o
de instituciones medicalizadas, sin darnos cuenta de que la clave reside
en los cuidados de larga duración
centrados en la persona .
Desde hace
décadas, el deseo de las personas es expresado con claridad cuando se investiga
esta cuestión: vivir en casa, en su entorno, aun cuando necesiten ayuda. Sin
embargo, los esfuerzos planificadores y presupuestarios en los modelos de
protección social a la vejez se siguen focalizando en las residencias, con
fuerte influencia institucional. Pero hay alternativas respaldadas por
suficientes evidencias científicas que promueven modelos domésticos, agrupados
en unidades de convivencia cuando no es posible continuar viviendo en el hogar habitual.
Su diseño y organización facilitan un mayor control de la transmisión ante
pandemias como la que padecemos: espacios pequeños, profesionales del cuidado
estables, que se convierten en valedores de estas personas y una vida cotidiana
familiar.
Para terminar
nos gustaría citar a otro genio que ha pasado a la historia -esta vez
iberoamericano- el arquitecto, profesor e inventor Francisco Javier Sáenz de
Oiza dejó escrito que “el espacio íntimo en un mundo inmenso dignifica el
oficio de habitar y el arte de construir (…) también facilita su humanización y
la de las personas que le dan vida, desde la soledad y en ocasiones desde el
sufrimiento (…) La casa, que no es solo el lugar donde vivir, es un espacio
íntimo y protector”.
Avanzar en esta
nueva dirección exige imaginativas políticas públicas y muy diferentes
inversiones privadas, pero también la solidaridad comunitaria y una
profesionalización de los cuidadores. Estamos a tiempo.
Iñaki Ortega es
economista y profesor de Deusto Business School y de la UNIR.
Mayte Sancho es
psicóloga y gerontóloga
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