(este artículo se publicó originalmente el 27 de mayo de 2018 en el diario La Información en la columna semanal #serendipias)
El economista americano Nouriel
Roubini desde su cátedra de la escuela de negocios Universidad de Nueva York
(NYU) ha emprendido su enésima cruzada personal, esta vez contra las
criptomonedas y la tecnología que la soporta, el blockchain. Confieso que a
pesar de la corriente global a favor del blockchain, he leído varias veces sus
tres últimos artículos, el último este mes de mayo, en el que de un modo
inmisericorde ridiculiza las expectativas que se han puesto en la tecnología de
la cadena de bloques y sus aplicaciones, en especial el bitcoin pero también en
las ICO (initial coin offering) y los smart contrats. En estas reflexiones,
todas escritas en este año 2018, el profesor de la Escuela Stern de NYU, hace
méritos de nuevo para recuperar el apodo por el que durante mucho tiempo se le
conoció: “doctor Fatalidad”.
Su conclusión es que el bitcoin
es un gran fraude del que detrás solo hay, como poco, evasores fiscales.
Tampoco queda bien parado el blockchain que es considerado como una gran tontería
defendida por embaucadores puesto que no aporta ventaja alguna, y así lo
demuestra Roubini, en campos como la desintermediación o la eficiencia. Un
dinosaurio lento y derrochador, termina el
profesor una de sus frases sobre el particular, que por otra parte labró su
prestigió precisamente por ser de los pocos que alertó de la crisis de las
subprime en 2007.
Quizá porque el apellido del
profesor Roubini es muy parecido al del famoso escapista del siglo XX, Harry
Houdini; quizá porque el profesor y el mago ejercieron sus profesiones en Nueva
York; quizá porque ambos nacieron en la vieja Europa pero encontraron su fama
en Estados Unidos; quizá porque Houdini, el mago, nos asombró con sus trucos
para salir indemne de una caja fuerte lanzada al rio Hudson y Roubini, el
economista, nos sorprende con sus mágicos análisis o quizás por ninguna de las
cuatro anteriores y simplemente porque me encantan las serendipias me he
acordado del gran Houdini leyendo a Roubini.
Harry Houdini nació en Budapest
en 1874 pero emigró con su familia a Wisconsin con cuatro años de edad. Muy
joven abandonó su casa para enrolarse en un circo gracias a sus dotes atléticas
que usó en el trapecio y toda su vida en la natación. Enamorado de la magia y
del espectáculo ha pasado a la historia, a pesar de morir con apenas 50 años,
por sus números escapistas de los que siempre salía vivo como estar atado con
una camisa de fuera boca abajo en el Empire State o en pocos segundos liberarse
de toda suerte de candados, cuerdas y baúles cerrados.
Roubini quiere que nos escapemos
de la trampa del blockchain. El profesor es capaz, en los pocos minutos que
tardamos en leer sus brillantes artículos, de desatar y abrir los candados que
encierran las supuestas utilidades de la cadena de bloques para demostrarnos
que estamos ante un gran engaño de charlatanes. Pero no todos tenemos las
habilidades de los “primos” Roubini-Houdini y por ejemplo en mi caso si me
encierran atado de pies y manos en un baúl solo podría salir con la ayuda de
los bomberos. Como también, lo siento, tiendo a creer en aquellas empresas que
admiran el blockchain y que se han asociado en un consorcio de nombre Alastria para
que España disponga de la infraestructura necesaria para beneficiarse de esa
tecnología. Banco Santander, Repsol, Endesa, Metrovacesa, BBVA, Sabadell, Gas
Natural y Garrigues son algunos de los socios de esta red de empresas que
defienden que el blockchain cambiará para bien el mundo de los negocios. Hoy ya
se está aplicando esta tecnología (más allá de las polémicas criptomonedas) en
seguros para cancelaciones de viajes, en la trazabilidad de la cadena de
suministro, en votaciones electrónicas, en préstamos corporativos, en complejas
operaciones de comercio exterior o en subastas online, por solo citar algunos
ejemplos.
No tengo claro si otra vez el “doctor
Fatalidad” volverá a acertar y el blockchain morirá, pero hasta entonces no veo
mucho riesgo en invertir esfuerzos concertados entre tecnólogos, corporaciones
y emprendedores para perseguir un loable objetivo: menos desintermediación.
El momento que vivimos exige salir del
ensimismamiento y sumar fuerzas para mejorar las bases de nuestro sistema
económico. La cadena de bloques parece que permite resolver el problema de la
desconfianza de forma colaborativa, no podemos dejar de explorar esa
oportunidad.
Hace unos días celebramos un
seminario en Deusto Business School junto a Accenture sobre este asunto y entre
las utilidades que ya se estaban aplicando, además de las ya citadas y otras
como acreditación de pasaportes, títulos universitarios y expedientes
sanitarios se habló de una cafetera. Una máquina para hacer café alimentada no
por la corriente eléctrica sino por el calor de los millones de ordenadores que
al día de hoy trabajan colaborativamente en el blockchain. Así que si Roubini
nos asombra de nuevo desatando todos los candados que esconde el
blockchain por los menos nos quedará una
taza de café caliente para afrontar con fuerza el siguiente reto económico.
De la crisis de las punto com surgieron empresas como Amazon. Puede que del blockchain salgan compañias como ... Tezos?. Me atrevo a apostar. Gran artículo.
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