(este artículo fue publicado originalmente el 6 de febrero de 2015 en el diario El Economista)
El
sonido del mundo es hoy un crujido. Son las estructuras de lo que ha sido
nuestra sociedad y economía durante muchos años que se resienten por la grandes
cambios que estamos viviendo. Los investigadores del MIT lo llamaron hace
ya unos años «el gran desacople». La intensidad del cambio tecnológico está
provocando que las soluciones no surjan a la misma velocidad que los problemas.
Estos
días hemos escuchado ese crujido en España con el ciberataque a los espacios
web de Unidad Editorial. Lo ocurrido se refiere bajo el acrónimo “DoS”, Denial
of Service, o denegación de servicio y consiste en bloquear
intencionadamente un servidor dejándolo más o menos tiempo fuera de servicio,
dependiendo en gran medida el restablecimiento, de las herramientas del
agredido para repeler el ataque. Nuestro país, a la vez, es de los que más
concienciados están con la seguridad digital, de hecho la consultora Deloitte,
del selecto grupo de las “big four”, ha creado su centro mundial de expertise sobre
seguridad en el uso de las TIC en Madrid.
La multinacional española Indra, líder
global en tecnologías para la seguridad, hace ya unos meses puso en
marcha Ciber Security Operations Centre, un laboratorio especializado en
ciberdefensa con más de cien profesionales al servicio de la causa.
Que
nadie caiga en el error de pensar que internet ya es un entorno maduro. Hoy en
día es cierto que se pueden realizar y ofrecer una pluralidad de operaciones y
servicios pero esto no ha hecho más que empezar. No olvidemos que
hay campos acelerándose a ritmos frenéticos como son la robótica y en
general la inteligencia artificial, todas dependientes del entorno digital. El
desarrollo tecnológico conforme a la Ley de Moore ha sido implacable: ¿se
imagina usted si su vehículo cada año necesitase la mitad de
combustible y así prolongado en el tiempo durante décadas…? Eso es
lo que ha hecho posible que un smartphone tenga tecnología que
supere los supercomputadores de hace apenas una década.
Así,
el acceso a internet hoy en día es un estándar de derechos humanos, a más
restricciones de acceso por las autoridades, menos derechos humanos. Del mismo
modo es un medidor de desarrollo país: a mayor capacidad de desplegar e
integrar megas de fibra en las viviendas a un menor precio, más desarrollo
económico.
Sin
embargo internet y toda esta gran tecnología no deja de ser una gran puerta al
exterior que las empresas deben de saber gestionar. Esos flujos de entrada y
salida en un entorno digital, pero real y parte del mundo en el que vivimos.
Prácticamente todos los tipos delictivos tienen su reflejo en el mundo
digital y con una ventaja añadida, para los infractores, y es que en el mundo
del cibercrimen es difícil encontrar no solo a los autores sino localizar de
dónde parte el ataque. Y así, la sofisticación de la vileza va a más cada día.
El
diccionario define disruptivo, término etimológico de
las ciencias físicas, a aquello que produce una ruptura brusca. Ojalá que
estemos preparados, en la seguridad en la red, para afrontar esas disrupciones,
esas rupturas que hacen que cruja el Mundo. Para ello las empresas, los
profesionales y las instituciones habrán de saber usar las herramientas de la
nueva época que nos ha tocado vivir: la ley, la propia tecnología y el apoyo a
los emprendedores como vehículo de las innovaciones.
Iñaki
Ortega es profesor de Deusto Business School.
Rafael Chelala es abogado penalista
experto en delito cibernético.
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