miércoles, 3 de abril de 2024

Luces y sombras

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 2 de abril de 2024)

Todo el mundo suspira por las vacaciones de Semana Santa. El invierno se hace insoportablemente largo e idealizamos esta época del año porque enlazamos varios días de descanso en los que poder disfrutar de las procesiones, cambiar de aires en busca del sol o salir de la rutina de la ciudad. Estos son los pensamientos habituales antes de que llegue el Domingo de Ramos de un español medio. Dedicamos horas y horas durante los primeros meses del año a organizar (y disfrutar anticipadamente) de todos esos planazos que están por llegar.

Luego la realidad es un poco diferente. La lluvia, como este año, puede impedir que los pasos salgan; el sol suele ser sustituido por el viento y las esperas en aeropuertos y estaciones siempre se dan y son insufribles. Los atascos en las operaciones salida y retorno, toda una tortura que ningún navegador por mucha inteligencia artificial que tengamos ha conseguido evitar. Las veladas con tus hijos, idílicamente planificadas, se acaban convirtiendo en una insufrible regañina para que abandonen los chats de sus teléfonos móviles. Las cenas fuera de casa, un atraco a mano armada por un "rancho" mal servido. Los viajes con amigos al tercer día son motivo de discusión porque uno quiere ver museos y el otro ir de compras. Qué decir de esas ciudades tan ideales para visitar según las guías y tan anodinas cuando llueve y hace frío. Y para colmo cogemos tres kilos de más, que ahora que hay chaquetas se disimulan, pero que luego no hay quien se los quite cuando lleguen los calores y más se notan. Los libros vuelven a la estantería sin ser siquiera abiertos así como todos los dosieres pendientes de leer. Por supuesto cada noche añoramos la cama de casa con nuestra almohada. Menos mal que con tu familia también discutes cuando no hay vacaciones...

Pero aún así, nos encantan estos días. Abarrotamos las calles para ver las procesiones y comer churros riquísimos. Arrastramos maletas y mochilas por medio mundo con la sonrisa puesta sin importarnos el peso y esos ruedines que se atascan. Gastamos lo que no tenemos con alegría, porque ¡es una vez al año! Abandonamos regímenes y el gimnasio, por unas deliciosas torrijas y comer entre horas todo lo que nos apetece. Trasnochamos sin miedo al madrugón del día siguiente para holgazanear viendo redes sociales y series varias. Por unos días dejamos las servidumbres diarias y no hay que responder correos, preparar cenas o sonreír a jefes. Hasta olvidamos la bronca política porque los partidos se cogen vacaciones y ya no hay corruptelas en los informativos para echarse en cara. También charlamos sin prisas con hermanos y amigos en animadas sobremesas que luego añoramos todo el año. Algunos hasta recordamos el origen cristiano de las fiestas para reconciliarnos con nuestra fe. Y sobre todo, sin darnos cuenta, la oscuridad de la noche cada vez llega más tarde y nos anuncia que se acerca el calor y la alegría del verano.

Por todo eso, que viva la Semana Santa. Con sus luces y sus sombras


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

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