(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 29 de abril de 2024)
Este ego para la psicología no es algo bueno ni malo, es simplemente cómo nos reconocemos a nosotros mismos. De hecho, siguiendo la pirámide de Maslow es una fórmula contrastada para crecer profesionalmente. Aspirar a pasar de un estadio a otro de la pirámide es una motivación para cualquier persona y para muchos profesionales. Quiero ser reconocido o aspiro a ser feliz mueven las carreras de muchas personas de éxito. El ego es por tanto como un caballo en el que te montas y te permite avanzar rápido. Escalas posiciones con menor esfuerzo que el resto y sin darte cuenta, movido por la confianza en ti mismo y por tus logros, alcanzas la cúspide. Un buen caballo ese ego que te lleva lejos.
Pero Maslow alerta de que cuando no se consigue la autorrealización, el deseo de reconocimiento por sí mismo, el pensar únicamente en tus deseos o el atosigar con tus cuitas a todo hijo de vecino, solo lleva al disgusto, el cinismo y la depresión. Es como si el caballo del que hablamos, se desbocase. Y es el ego el que marca el ritmo del trote y la dirección. Sin nadie quien dirija a ese caballo, sin una correa que embride a ese ego, acaba convirtiéndose en una pesadilla para el jinete y para todo el que está alrededor. Todos reconocemos a ese líder con el ego mal embridado que solamente te habla de su carrera profesional y logros, sin saber nada de la tuya. Ese supuesto amigo que consume horas y horas explicando sus dolencias y no pregunta por tu salud jamás. Esos colegas de trabajo del que sabes hasta el último detalle de su fin de semana porque, sin duda, es mejor que el tuyo. Qué decir de esos jefes que solo ven culpables a los demás de su nefasta gestión. Y tantas personas que, movidas por un ego desmadrado, acaban generando problemas a su alrededor por cuestiones meramente personales que deberían arreglar en su intimidad.
En la empresa y visto lo visto estos días en la política española, urge domar nuestros egos para que nos lleven a la armonía y no al desgobierno que vaticinó Maslow.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
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