jueves, 16 de marzo de 2017

La empresa humanista

(este artículo fue publicado originalmente el día 16 de marzo de 2017 en el diario El Correo)

Las dos palabras que titulan este artículo han llegado a ser consideradas como un oxímoron. El fin último del humanismo, el bienestar del ser humano, ha estado muy lejos del comportamiento de algunos casos judiciales que nos vienen a la cabeza, lo que convirtió en antagónicas esas palabras. Pero si repasamos la obra de un humanista como Alfred Marshall autor en 1890 del que se considera el primer manual de economía, veremos que esas malas praxis empresariales son la excepción que confirma la regla. Para Marshall la economía de mercado conseguía maximizar el bienestar siempre que se cumpliesen fielmente algunas condiciones como disponer de muchos demandantes y oferentes, igualdad de información de esos agentes y la no existencia de barreras de entrada y salida a los mercados. En caso de que no se observen sabemos, por desgracia, lo que puede ocurrir.

Los economistas han investigado profusamente las consecuencias de la actividad empresarial, por ello hoy no hay duda de que las empresas son las responsables de la creación de empleo, la riqueza, la competitividad, la innovación y hasta la cohesión social. Estas externalidades positivas que tanto bien han causado a la humanidad, sin embargo hoy se enfrentan a un mundo donde los problemas crecen a mayor rapidez que las soluciones. El terrorismo, la pobreza o la exclusión social nos lo recuerdan a diario. 

Pero la buena noticia es que hoy disfrutamos de un auge de las llamadas empresas humanistas. El surgimiento del cuarto sector y la llamada revolución de emprendimiento lo están haciendo posible. Pero esto solamente podría haber sucedido en un momento histórico en el que han coincidido dos hechos muy relevantes. En primer lugar la mayor crisis económica de los últimos 75 años y en segundo término la disrupción de la tecnología que ha popularizado el acceso a herramientas maduras que facilitan la desaparición de barreras de entradas a la mayoría de los mercados. 

El cuarto sector, aquellos agentes económicos que no son públicos, ni empresas privadas al uso, pero tampoco ONG, son empresas que buscan conciliar sus fines sociales con la disciplina mercantil. Desde que en los años 60, Bill Drayton fundador de Ashoka, hablase de los emprendedores sociales son muchas las empresas que han puesto en práctica ese nuevo humanismo empresarial. La ONCE o Ecoembes pero también el grupo Mondragón en el País Vasco o la marca de alimentación La Fageda en Cataluña, entre muchos otros, han demostrado que se puede ayudar a colectivos en riesgo de exclusión, cuidar el medio ambiente o promover el desarrollo del territorio siendo competitivo.

La revolución de las startups basada en la resolución de viejos problemas con innovadoras soluciones apoyadas en la tecnología ha conseguido no sólo democratizar el acceso al mundo de la empresa y atraer el mejor talento al emprendimiento sino, lo que es más importante, conseguir un consenso político al respecto de esta figura y su apoyo por las instituciones públicas. 

Por todo lo anterior es muy probable que la próxima vez que alguien junte los vocablos empresa y humanismo ya no recurra a un recurso literario como el oxímoron para definir esa unión, sino a las ciencias naturales y aquel fenómeno mediante el cual dos especies se necesitan para sobrevivir, también conocido como simbiosis.


Iñaki Ortega y Jordi Albareda son profesores de Deusto Business School

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