(este artículo se publicó originalmente en el periódico Expansión el 9 de marzo de 2017)
El 21 de febrero la Fundación BBVA anunció que el
premio Fronteras del Conocimiento en su categoría de economía había recaído en
el economista turco y profesor del MIT Daron Acemoglu. Para el jurado del
premio el catedrático del Instituto Tecnológico
de Massachusetts «fue el primero en demostrar que existen instituciones que
generan prosperidad y otras que perjudican el desarrollo; la obra del
galardonado ha abierto todo un campo en el que los investigadores pueden medir y cuantificar el efecto del modelo
institucional en el desarrollo de una
sociedad a distintas escalas».
Para el gran público Acemoglu se dio
a conocer por el bestseller escrtito en 2012 junto al profesor James A. Robinson
y que rápidamente se convirtió en un fenómeno global. «Por qué fracasan los
países» permitió que cientos de miles de lectores en todo el mundo conociesen
algo que no era nuevo pero que hasta ese momento no había usado la literatura
divulgativa como vehículo. La clave de
porqué unos territorios triunfan y otros fallan no reside en el ADN de sus
habitantes ni la latitud del país y ni mucho menos los recursos naturales de
los que dispone, sino de las instituciones que se ha dotado. En concreto los
autores clasifican las instituciones en extractivas e inclusivas. Las primeras
abocan a sus habitantes al subdesarrollo con la ausencia de democracia e impidiendo los cambios sociales. Las
instituciones inclusivas, en cambio, otorgan igualdad de oportunidades,
promueven las libertades y garantizan con ello la redistribución de la riqueza.
El concepto
de institución utilizado por Acemoglu es muy amplio y comprende el conjunto de
“reglas formales e informales que rigen las interacciones humanas, desde el
derecho laboral a la protección de la propiedad y los contratos -seguridad
jurídica-, pasando por los costes de transacción, los derechos de propiedad,
las infraestructuras o el sistema educativo como medio de ampliar las
posibilidades de las personas”. También las empresas son instituciones
inclusivas siempre que sigan los viejos principios de competencia perfecta del
economista inglés Alfred Marshall y así maximicen el bienestar económico. Las
externalidades de las empresas como instituciones son conocidas por todos, más
empleo, más riqueza, más innovación y mayor cohesión social.
El
institucionalismo es una escuela que supera lo económico impregnando la
historia y la ciencia política. Desde el siglo XIX han sido numerosos los
investigadores que han puesto en valor las instituciones –entendidas como las
reglas de juego y los jugadores de un territorio- a la hora de explicar los cambios sociales o
económicos. La academia sueca premió en 1993 con el Nobel a uno de los
principales representantes de la actualización del insititucionalismo, el economista
e historiador estadounidense Douglash North.. En aquella ocasión los académicos
reunidos en Estocolmo valoraron “sus estudios sobre los cambios institucionales
que permitieron concluir que son más relevantes que los tecnológicos para
explicar el desarrollo económico.” Para North los factores políticos, sociales
y económicos inciden sobre las instituciones y los grupos sociales siendo aquellos
grupos que ocupan posiciones sociales dominantes los que, si detectan que las
instituciones no responden a sus intereses, han de forzar los cambios.
Que las
empresas son instituciones claves para el desarrollo económico es una tautología
pero gracias a investigadores como los citados hoy sabemos que sin ellas no hay
democracia y tampoco bienestar social. El propio Marshall allá por el año 1890
incluso dejó escrito en su obra Principios de Economía "como fuerza
social, un individuo con una idea vale por noventa y nueve con un solo
interés"
A nuestro economista
premiado, nacido en Estambul pero afincado en Estados Unidos, le ha tocado
vivir una época donde las instituciones están sufriendo la incertidumbre. En
los dos países de Acemoglu gobiernos con
fuertes liderazgos personales sacuden diariamente las bases de esas
instituciones inclusivas, ora deteniendo a opositores turcos
indiscrimindamente, ora cerrando fronteras a la inmigración. Pero esa fiebre se
ha extendido rápidamente por el mundo y hasta la tierra que vio nacer a
Marshall pone trabas a la libre circulación de personas y mercancías. La vieja
Europa también padece la amenaza de populismos que no creen en la libertad de
empresa sino que al contrario acusan a estas instituciones de todos los males
posibles. Por ello hoy toca volver a leer la obra de institucionalistas como el
premiado Acemoglu y repetir con ellos “solo es posible la prosperidad de las
naciones siendo sociedades abiertas”
Iñaki Ortega es doctor en economía y
director de Deusto Business School.
No hay comentarios:
Publicar un comentario