(este artículo se publicó originalmente en el diario El Correo, el día 23 de enero de 2016)
Para
los que todavía se frotan los ojos de incredulidad por los nuevos inquilinos del
Congreso de los Diputados les animo a que puedan leer los siguientes párrafos
para que no se lleven más sobresaltos en el futuro próximo. El 20 de diciembre
fueron más de un millón de jóvenes menores de 22 años que votaron por primera
vez y que se decantaron masivamente por los nuevos partidos políticos, las
imágenes de la constitución de las Cortes Generales no deberían, por tanto,
sorprendernos en exceso si profundizamos en el cambio generacional, inédito,
que estamos viviendo.
Los
primeros miembros de la denominada Generación Z, la de los nacidos entre 1994 y
2009, comienzan ahora a salir de sus centros de estudio, a incorporarse al
mundo laboral y a reclamar su sitio en el mundo, por ejemplo votando. Se trata
de la primera generación que ha incorporado Internet en las fases más tempranas
de su aprendizaje y socialización, y también aquella a la que la crisis
–económica y política- ha marcado más directamente su personalidad, porque la
han padecido sus familias crudamente.
Estos
días, también, han llegado a las instalaciones para emprendedores de Deusto
Business School los jóvenes del programa de aceleración de talento “YUZZ” del
Banco Santander. Con poco más de 20 años, la mayoría son futuros STEMs,
acrónimo anglosajón por el cual se conoce a los egresados en grados
universitarios científico-técnicos. A diferencia de sus hermanos mayores son
precoces en usar la creación de empresas como herramienta de cambio social en
materias como el medio ambiente, la desigualdad o la participación ciudadana,
por ello se enrolan en iniciativas como esta que les permitan lanzar sus
“startups”.
Existen
grandes expectativas en torno a los jóvenes Z, al ser la primera generación que
ha asumido que el mundo se ha hecho pequeño, que la diversidad es consustancial
a cualquier sociedad moderna, y que el desarrollo democrático, unido al
tecnológico, es imparable y genera nuevos derechos humanos. Entre sus rasgos
más sobresalientes, se encuentra el omnipresente uso de las herramientas
digitales en toda relación social, laboral o cultural; su creatividad y
adaptabilidad a los entornos laborales emergentes; la desconfianza hacia el
sistema educativo tradicional, que da paso a nuevos modos de aprendizaje más
centrados en lo vocacional y en las experiencias, y el respeto hacia otras
opiniones y estilos de vida.
Como
gran diferencia respecto a las generaciones anteriores, está el modo en que las
nuevas tecnologías han condicionado su forma de aprender: gracias a Internet se
han acostumbrado desde pequeños a no depender tanto de padres y docentes para
adquirir el conocimiento; a utilizar de manera inmediata fuentes tan dispares
en su naturaleza como indiferenciadas en la forma de acceder a ellas; a recibir
cantidades ingentes de datos y a discriminarlos con arreglo a su propio
criterio. Lo que se traduce en que la capacidad para organizar y transmitir la
información de estos jóvenes es extremadamente flexible. Algo que les hace
estar muy preparados para ser no solo ciudadanos en la era digital, sino
también para ocupar las nuevas profesiones e integrarse en entornos de trabajo
multiculturales y globales.
La
otra cara de la moneda es que, desaparecido el principio de autoridad e
instalados en la creencia de que toda voz merece ser escuchada y tenida en
cuenta, es posible que estemos ante una generación peor informada que la
anterior, pese a su gran facilidad de acceso a fuentes del saber de todo tipo. El
conocimiento humano crece sin parar y cada vez es más evidente que los
contenidos escolares ya no pueden limitarse a los de la cultura local, con la
consiguiente presión al alza sobre el currículo educativo. Además, los alumnos
Z parecen tener menor capacidad para la educación teórica y demandan una
enseñanza más práctica y flexible, menos formal, orientada a experiencias y
habilidades que les ayuden a afrontar un futuro laboral caracterizado por la
incertidumbre y el cambio, con profesiones novedosas y vinculadas a proyectos
colectivos de trabajo en red con la creatividad como componente principal. Por
otra parte, la temprana familiaridad con la tecnología les coloca en una
situación de ventaja para sacar el máximo partido a los dispositivos actuales y
futuros; pero también se alerta acerca de importantes riesgos aparejados, como
el autismo digital o el sedentarismo.
La
particular organización del conocimiento en su mente les llevará a alumbrar también un nuevo modelo
de innovación. Ya no bastará con “pensar fuera de la caja” como nos decía el
aforismo usado por los consultores del ramo, porque la caja -el acervo del
conocimiento humano- se ha desbordado, está llena de informaciones confusas o
erróneas, y el desorden es cada vez más acusado. Frente a eso, los miembros de
la generación z se preparan para construir su propia caja, desde su propia
experiencia educativa y personal; las ideas innovadoras surgirán del singular
modo en que combinan información procedente de fuentes de lo más diverso.
En
cuanto al futuro laboral, nadie duda que habrá que estar aprendiendo toda la
vida y que la movilidad va a ser constante. Esta asunción les anima a afrontar
la vida de una forma muy constructivista: cada paso supone generar competencias
para los demás y para uno mismo, y su objetivo vital es el propio camino en sí,
que pasa por desarrollar el espectro de habilidades necesario para participar
en los proyectos que a uno le interesan o le hacen feliz. Su entrada de en el
mercado de trabajo acelerará el esfuerzo que están haciendo las empresas para
instarse en la cultura digital y para atraer a los mejores las organizaciones
tendrán que preocuparse no solo por las condiciones que ofrezcan a los
trabajadores sino también por su reputación corporativa.
Por
ello en lugar de escandalizarnos por su forma diferente de comportarse hemos de
hacer todo lo posible para que este relevo generacional sea una oportunidad para toda la sociedad.
Algo que solamente se alcanzará si trasformamos el entorno educativo, social y
cultural de modo y manera que les
facilite la puesta en práctica de sus extraordinarias capacidades, para que
lideren el siglo XXI y con el desarrollo tecnológico, reinventen la economía y
el empleo para hacer un mundo más humano, y así aspirar a ser el mayor espacio
de paz y prosperidad que haya visto la historia.
Iñaki Ortega es
doctor en economía y profesor de Deusto Business School.
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