(Artículo publicado en Marketing Directo el día 28 de diciembre de 2012)
¿Qué pasaría si, en un mundial de fútbol, España tuviera la suerte de enfrentarse a rivales de la talla de Koshovo, Botsuana o Kazajistán, y perdiera contra todos ellos por goleada? Ciertamente, no se hablaría de otra cosa durante semanas, o quizá meses, y la consternación de todo un país exigiría la adopción de medidas urgentes y de calado para evitar que esta deblacle se repitiera en el futuro.
Las airadas consecuencias que traería este fracaso hipotético en lo deportivo contrastan con las tímidas reacciones suscitadas por otro fracaso, en este caso real y en lo económico, que hemos sufrido hace poco contra esos mismos Estados -y otros muchos tanto o más modestos-. Y es que el Banco Mundial publicó hace unas semanas un informe en el que se situaba a España en el puesto 136 del mundo en cuanto a facilidad para abrir negocios.
El hecho de que la noticia no haya tenido más que un tenue eco en algunos diarios especializados, sin que haya servido de revulsivo para policymakers ni para la opinión pública, sorprende tanto como el hecho de que sea más sencillo montar una empresa en latitudes tropicales que en este rincón de Europa.
El contenido y la repercusión del informe reflejan los escasos resultados que han dado las medidas de los últimos años tanto para mejorar de las condiciones en que nace la iniciativa empresarial como para sensibilizar a la sociedad hacia el emprendimiento. La situación es grave, dado el papel de las nuevas empresas en la regeneración del tejido productivo, y, por tanto, cuanto más tardemos en tomar conciencia de que los más de 2.800 programas que impulsan la creación de empresas no están funcionando será peor.
Afortunadamente, no todo es negativo; en los últimos años el colectivo emprendedor ha pasado a ocupar un lugar destacado en la agenda institucional, lo que evidencia que existe voluntad política de apoyarlo –el ingente número de actuaciones en marcha habla por sí mismo-. Por tanto, no se trata de construir una política partiendo de cero, sino de revisar la estrategia que se ha seguido para traducir los compromisos asumidos en actuaciones eficientes. En este sentido, la propia metodología que emplea el Banco Mundial a la hora de medir la capacidad de una economía para generar actividad empresarial nos pone sobre la pista: es preciso sustituir el enfoque tradicional, que se centra en la prestación de servicios y la concesión de ayudas al negocio de reciente creación, por otro más amplio que tenga en cuenta factores ambientales tales como los trámites y plazos requeridos para constituir una empresa, la fiscalidad de los empresarios noveles, la flexibilidad de la legislación laboral, etc. Asimismo, habida cuenta de la influencia de la cultura en el fenómeno del emprendimiento, resulta perentorio que la nueva estrategia incida en aquellas actitudes contrarias al espíritu emprendedor que todavía persisten y que el propio marco institucional ha contribuido a generar y perpetuar.
La combinación de estos dos niveles de acción, junto a la introducción de mecanismos de coordinación de las diferentes iniciativas y la estricta evaluación de su eficiencia, permitiría, sin comprometer más recursos, aumentar el número de emprendedores y, con ello, las cifras de empleo, actividad e innovación.
Y es que, si queremos volver a ilusionarnos como país en el actual escenario económico, no basta con que nuestra selección nacional esté en la élite mundial, también lo debe estar nuestro ecosistema emprendedor.
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