(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 14 de noviembre de 2022)
Han pasado más de ochenta años desde que se publicó el primer cómic de Superman por lo que conviene repasar, aunque sea fugazmente, su biografía para entender el título de este artículo. Este superhéroe que vive en Metrópolis, una ciudad que recuerda a Nueva York, se oculta tras el personaje de un tímido, engominado y elegante periodista -de nombre Clark Kent- para poder pasar inadvertido. Eso sí, cuando un delito requiere su presencia, se las arregla para bien en una cabina telefónica, bien en el baño de la oficina, cambiar el traje por un colorido disfraz con superpoderes, para luchar enérgicamente contra el mal. Lois Lane, la novia del aburrido y formal Clark, suspira por el atrevido Superman sin saber que en realidad son la misma persona.
Casi un siglo después, la vestimenta en las oficinas ha cambiado mucho, la corbata casi ha desaparecido y los tacones van camino de ello. Si los autores del cómic se dieran una vuelta por la calle Serrano de Madrid o por la Diagonal de Barcelona, no darían crédito. Consejeros de compañías descamisados, altas ejecutivas en zapatillas por no hablar de esos nuevos fichajes de las grandes empresas con un atuendo más parecido a pijamas de superhéroes que a los impecables trajes de Clark y Lois.
Pero la comodidad en el vestir que ha triunfado en las altas esferas empresariales tiene un punto débil. (Otro día hablaremos de a quién le favorece de verdad esta moda de no arreglarse, porque me cuesta encontrar a alguien más allá de los modelos publicitarios que -por otro lado- todo les queda bien). Esas zapatillas tan confortables a la par que vistosas o esos vaqueros sin chaqueta ni corbata, no sirven para una inauguración, un estreno o una cena formal. Es más, quedan fatal. Es entonces cuando esos profesionales han de buscar un baño (ya no hay cabinas de teléfono) para ponerse una corbata o calzarse unos tacones, peinarse o darse maquillaje. En Nueva York se ha bautizado esta práctica como “hacer un Superman”. Por eso en los bolsos y cajones de los despachos es habitual encontrarse además de cargadores de móvil y algún bolígrafo, zapatos de recambio, algo de gomina y una corbata oscura. En resumen, que está bien eso del confort en el vestir, pero sin convertirlo en religión, porque cuando la ocasión lo merece, hay que volver a lo clásico.
En esta parte del mundo este "efecto Superman" también ha llegado y la zona cero es el actual gobierno de España. Sea por apuntarse a la moda de ahorrar energía o por parecer del pueblo llano, los ministros se quitan y ponen la corbata en el coche oficial y las ministras pasan de la camiseta reivindicativa y la cara lavada a ir de largo a las cenas de gala. Cambiar de indumentaria para que Lois Lane caiga rendida a tus pies. Todo lo que sea necesario para, como Superman, ser admirado por la ciudadanía. Dejo para la reflexión del lector si esos políticos además de cambiarse de ropa, que no deja de ser poca cosa, están también cambiando de principios para así no abandonar el poder.
Iñaki Ortega es profesor en la Universidad de Internet (UNIR) y LLYC
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