(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el día 19 de abril de 2021)
La palabra zombi figura desde
hace unos años en el diccionario y aunque su origen es africano se incorporó a
nuestro idioma procedente del inglés. Zombi es aquella persona que se supone
muerta, pero es reanimada por arte de brujería con el fin de dominar su
voluntad. Si eres de mi edad te acordarás del mítico video de Michael Jackson
bailando con zombis en un callejón mientras cantaba una pegadiza melodía. En
cambio, los millennials tienen en la cabeza la famosa serie de televisión The
Walkind Dead con esos zombis que vienen a invadir Estados Unidos. Los más
jóvenes, la generación z, saben mucho de muertos vivientes porque aparecen en
los videojuegos, comen cerebros y no se les mata con una bala.
Lo que igual no nos hemos dado
cuenta es que más allá de las pantallas y los censos empresariales, hay otros
zombis en nuestra vida. Esos amigos de
la infancia que ya no soportas pero que sigues llamando en Navidad o esos aburridos
primos que la última vez que saludaste fue en una boda hace años. Relaciones
muertas pero que se sostienen por formalismos. Pero aún hay más: ministros y
partidos que siguen vivos -políticamente- porque nuestro sistema lo permite,
aunque todos sepamos que están muertos para sus electores. Funcionarios
indolentes protegidos por una oposición. Aficiones que nunca retomarás, pero
patines o tablas de surf siguen acumulando polvo. Matrimonios acabados que permanecen juntos
para pagar la hipoteca. Trajes que nunca te volverás a poner pero que te supera
tirarlos a la basura. Directivos fracasados que lideran la nada a la espera de
que alguien pite el final del partido. Profesores que siguen enseñando lo mismo
que hace cuatro décadas, sin cambiar una coma, porque su posición les blinda.
Todos, están muertos pero mantenidos artificialmente por intereses espurios.
En el vudú siempre hay alguien
que maneja el zombi, pero en la vida real nosotros tenemos la capacidad de
acabar con esas prácticas zombis. Los economistas discutimos si lo mejor es
evitar las quiebras con subvenciones o bien dejar de malgastar los fondos
públicos. A ti te toca decidir si quieres enterrar de una vez esos zombis que
están en tu vida o si prefieres que sigan molestándote.
Iñaki Ortega es doctor en economía
y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja-UNIR-
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