(este artículo se publicó originalmente el día 30 de enero de 2021 en el periódico La Información)
En lo que llevamos de año dos primeros ministros europeos han dimitido. Los mandatarios de Holanda e Italia se unen al consejero delegado de la tecnológica Intel que también ha dejado su puesto en este mes de enero.
La imagen del primer ministro de los Países Bajos, el
liberal Mark Rutte, abandonando el palacio de gobierno en bicicleta ha dado la
vuelta al mundo. Rutte es la cara pública de los conocidos como países frugales
que se han opuesto a las ayudas europeas no condicionadas a los países mediterráneos.
En un guiño del destino, dos semanas después, su homólogo italiano, Giussepe
Conte, fue inmortalizado tras su dimisión en un flamante coche oficial. A uno
le ha costado el puesto el exceso de celo de los inspectores de Hacienda de su
país. Al otro, un ataque de celos de su socio Mateo Renzi, le ha dejado sin
mayoría para gobernar. Qué ironías. Los ricos del Norte dimiten por querer
recaudar más y se marchan del gabinete con lo puesto, en bicicleta y comiendo
una manzana. Los pobres del Sur, en cambio, en una batalla de egos que no de
programas, dimiten en un palacio para irse a otro en coche oficial.
Mientras tanto en Estados Unidos, el líder en microprocesadores, Intel,
anunciaba que su máximo ejecutivo Bob Swan había presentado su dimisión, en
pleno declive de la enseña azul ante sus competidores.
¿Qué tienen en común un flamenco liberal, un profesor
italiano y el financiero de Nueva York? El teflón. Este material es la marca
comercial de un polímero de nombre politetrafluoroetileno que posee unas increíbles
propiedades. Tiene gran impermeabilidad además de ser un poderoso aislante
eléctrico y sumamente flexible. Por ello, desde su descubrimiento el siglo
pasado, los usos del teflón son múltiples, aunque la mayoría lo asociamos a
utensilios de cocina, como sartenes y ollas por su capacidad muy baja de
rozamiento y fácil limpieza. Como Rutte, Conte y Swan. La suciedad les cae
encima y nunca se les pega. Los tres han desempañado largas carreras con la
sombra de sospecha en su desempeño, pero han sobrevivido incólumes.
Camaleones que se mimetizan para salir indemnes de polémicas varias.
Rutte arrastra gobiernos fallidos, promesas incumplidas y amistades ultras.
Conte carga con títulos académicos falseados, ministros racistas y padrinos
populistas. Swan ha lidiado con compras fallidas, retrasos imperdonables e
inoportunas compras de acciones. Pero los chaparrones nunca les calan. Son
impermeables. De hecho, hoy y a pesar de sus anunciados ceses a bombo y
platillo, siguen en sus puestos disfrutando de las prebendas de sus
magistraturas. Este liderazgo del teflón podríamos definirlo de igual manera
que el material aislante, una forma de gobernar una institución sin rozamiento
alguno y nunca mojándose por nada. Hombres y mujeres que basan sus carreras en
puestos directivos en criticar a sus antecesores pero que no arriesgan a la
hora de gestionar y su único legado es sobrevivir hasta el siguiente ascenso.
De estos líderes que no saben trabajar sobre un folio
en blanco, sino que necesitan corregir lo que alguien ha escrito, también habla
el filósofo libanés Nassim Taleb. En su último libro “Jugarse la piel” habla de
esas élites que opinan con autosuficiencia en la escena pública. Individuos que
no se juegan nada a la hora de trasladar sus opiniones porque el resultado de
sus equivocaciones siempre es pagado por otros que no tienen su poder. Líderes
con opiniones y teorías inconsistentes, que pocos se atreven a poner en
entredicho, porque simplemente ocupan un puesto relevante. Altos directivos que
no asumen la responsabilidad de sus palabras porque jamás las han puesto en
práctica. Banqueros, académicos y burócratas frívolos que toman decisiones
sobre nuestras vidas a sabiendas de que si se equivocan jamás se verán
afectados.
Frente al liderazgo del teflón que acuñó el analista
Diederik Brink y nos ha tocado sufrir a todos en algún momento de nuestra
carrera profesional, pensemos en el directivo que se juega la piel. Ese jefe
que empatiza, que da ejemplo, que sufre con las malas decisiones y se alegra
con los éxitos de los demás. El líder que se juega el pan y la sal en su
gestión; que si no acierta le afectará personalmente frente al burócrata que
irá a otro puesto sin que se le mueva un pelo del flequillo. Un gestor que da
la cara, aunque sepa que se la pueden partir. Por eso, hay que buscar líderes
que "se juegan el pellejo" en sus decisiones ya que de ese modo se
garantiza, dice Taleb, la simetría entre actores, se reduce la ocultación de
información y sobre todo se desincentiva la transferencia de problemas a futuro.
Ahora mira a tu alrededor, en tu empresa, en tu gobierno o en tu casa y
reflexiona si ves teflón o jirones de piel.
“Nunca confíes en nadie que no se juegue la
piel. De lo contrario, los tontos y los ladrones saldrán beneficiados, y sus
errores nunca los perseguirán” Nassim Taleb
Iñaki Ortega es
director de Deusto Business School y profesor de la UNIR
No hay comentarios:
Publicar un comentario