“En tres tiempos se divide la vida: presente,
pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo, el futuro dudoso y el
pasado cierto”. La reflexión de Séneca, a pesar de haber sido formulada hace
2.000 años, es más actual que nunca para nuestras vidas, pero también para la
de nuestro país, España.
Vivimos un mundo cambiante, marcado por
grandes disrupciones socioeconómicas, geopolíticas, tecnológicas, demográficas
y medioambientales a las que habrá que dar respuesta. Todo ello en un entorno marcado
por la desaceleración económica sincronizada, el debilitamiento del orden
multilateral, la crisis de liderazgo, las consecuencias del Brexit y las
crecientes tensiones políticas y sociales en Oriente Medio, América Latina y
Hong Kong, entre otros factores. Un presente al que España no es ajeno ya que,
si bien nuestro país continúa liderando el crecimiento entre las grandes
economías europeas, la OCDE ha advertido de que nuestra coyuntura se deteriora
a mayor ritmo que en el conjunto de la unión monetaria y también del riesgo
creciente que conlleva la actual inestabilidad política. Una incertidumbre que
no parece que vaya a despejarse ante el previsible Gobierno de coalición
PSOE-Unidas Podemos, forjado con un acuerdo programático en torno a tres ideas
fuerza: más gasto público, apoyado en una mayor carga impositiva sobre las
empresas y las familias; más intervencionismo en detrimento de la necesaria
libertad de empresa; y más fragmentación frente a la ansiada y necesaria unidad
de mercado económica y equilibrio interterritorial. Un conjunto de medidas que
impactarán negativamente no solo sobre el crecimiento económico, sino también
sobre la sostenibilidad del Estado de Bienestar, la igualdad de oportunidades
de los españoles y el futuro de las próximas generaciones.
Y a pesar de que Séneca nos alertó de que lo
único cierto es el pasado, no recordamos apenas datos de nuestra historia
reciente que ponen de manifiesto que España y su democracia son un caso de
éxito. Desde 1978, se ha multiplicado por 14 el gasto en educación, por 13 el
gasto social y por 15 el PIB per cápita, en un contexto en el que se ha
duplicado la población activa, principalmente por la incorporación de siete
millones de mujeres al mercado laboral. A su vez, el modelo productivo se
ha terciarizado, como en el resto de las economías avanzadas, concentrando el
sector servicios el 75% del empleo (42% en 1978). Las exportaciones, por su
parte, han aumentado de un 13,3% a un 34,3% del PIB, destacando el papel de las
multinacionales españolas líderes a nivel mundial. Además, en la actualidad,
nuestro país lidera el ranking de Competitividad de Turismo del WEF, y ha sido
clasificado como la nación más saludable del mundo por Bloomberg que, a su vez,
sitúa nuestro sistema sanitario en tercera posición a nivel global en función
de su eficiencia, entre otros hechos relevantes. Todo ello, sin olvidar que la
integración al proyecto europeo ha impulsado la atracción de inversión
extranjera y dotado a nuestra economía de una mayor estabilidad de precios y de
tipos de interés. Y sumado a estos datos económicos, en el plano social, los
españoles hemos sorprendido al mundo por nuestra capacidad para trabajar en
equipo, por nuestro talento y creatividad; bien sea para coordinar la mejor red
de trasplantes de órganos del planeta, o bien por ser el país más longevo de la
Tierra.
Pero el futuro es una duda, no solo porque lo
afirmara el filósofo cordobés, sino porque la recuperación española no ha sido
suficiente para resolver los problemas estructurales que hoy persisten. A los
elevados niveles de paro, especialmente el de larga duración y el juvenil, de
endeudamiento público y de economía sumergida, se unen la ineficiencia de
nuestro sistema educativo, el aumento de la desigualdad, el reto demográfico y
el deterioro de la calidad institucional. Circunstancias que, coincidentes en
el tiempo con un cambio de coyuntura internacional, nos hacen pensar que el
futuro será incierto, pero no por ello ingestionable. En demasiadas ocasiones
se nos olvida que la incertidumbre no solo forma parte de nuestras vidas, sino
también de la historia de los países. Así, cada generación de españoles ha
tenido que superar momentos decisivos, como fue el de la transición de una
dictadura hacia un sistema democrático, en la que prevaleció una visión
generosa, vertebradora y de largo plazo. En estos días, marcados por la
incertidumbre que genera el escenario político español en el que los líderes
políticos se cierran a debatir y consensuar con sus oponentes ideológicos las
reformas que nuestro país necesita, es urgente recordar que, si bien el futuro
siempre es una duda que abre oportunidades, las épocas de progreso en España
han estado vinculadas a proteger nuestro legado común.
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