(este artículo se publicó originalmente en el diario ABC el domingo 22 de octubre de 2017)
En castellano pero también en la lengua inglesa, conseguir
una nueva palabra a partir de la unión de dos o más palabras ya existentes, es
un procedimiento morfológico muy común. Si coordinamos dos lexemas para crear
un neologismo estaremos usando la técnica de composición lingüística. Gracias a
esa técnica los idiomas se enriquecen ya que incorporan vocablos que explican
fenómenos inéditos.
En economía las palabras compuestas han sido usadas
profusamente por teóricos y divulgadores para explicar situaciones
excepcionales y nuevas con importantes consecuencias para esa ciencia social.
Tras décadas de estancamiento económico, Japón, emprendió en el año 2012
coincidiendo con el segundo mandato del primer ministro Shinzo Abe una nueva
política económica basada en tres pilares: estímulos fiscales, reformas
estructurales y política monetaria expansiva. Los buenos resultados conseguidos
por Abe llevaron a acuñar el término Abenomics
para explicar su apuesta por el crecimiento. La hetedorodoxa actuación en clave
económica del presidente Trump lesionando el libre comercio y apoyando rebajas
fiscales ha llevado también a que cada vez más se use el neologismo Trumpnomics. Pero el fenómeno no es
reciente. El siglo pasado en la crisis de los dragones asiáticos, no fueron
pocos los analistas que coincidieron en denunciar la obscena acumulación de
riqueza de empresarios cercanos, por familia o amistad, a los oligarcas de
Taiwán o Malasia. La llamada economía de los amiguetes dio
lugar al término en inglés cronynomics,
síntoma de la corrupción económica también en países como Rusia o Argentina. De
hecho la revista The Economist pública habitualmente un índice sobre este
“capitalismo de amigos” a lo largo y ancho del mundo.
En mayo de este año con motivo de la celebración de la
conferencia TEDx en la sede de la Universidad de Deusto en Madrid, expertos
directivos y académicos, disertaron sobre los retos del envejecimiento para la
sociedad, en aspectos tan diferentes como las prestaciones sociales, los nuevos
nichos de empleo o la tecnología. El Presidente de Mapfre, Antonio Huertas,
presente en ese acto, y seguramente inspirado por lo escuchado, publicó en
agosto un artículo en El País con el sugerente título de La economía del envejecimiento.
En las líneas que desarrollaban su reflexión mencionó la nueva palabra ageingnomics como
resumen de una nueva economía que estaba por llegar en la que aparecerían
muchas y nuevas oportunidades fruto del alargamiento de la vida siempre que nos
prepararemos para ello, en caso contrario las expectativas no sería muy
halagüeñas.
Según las estimaciones de la Organización Mundial de
la Salud, la esperanza de vida al nacer a nivel global ha venido creciendo
desde 1950 a un ritmo de más de tres años por cada década. A partir del año
2000 se ha incrementado en una media de cinco años. La mayor esperanza de vida
en el mundo la tiene Japón con 83,7 años siendo España es el segundo país más
longevo de Europa con 82,8 años. Junto con el aumento de la esperanza de
vida, se observa que cada vez un mayor número de personas alcanzan edades
extremas. Las distintas líneas de investigación abiertas en el terreno de la
genética y de la biotecnología podrían derivar en un cambio disruptivo que
prolongue la vida humana más allá de los límites concebibles en estos momentos.
Esto es algo que nadie puede descartar y que induce un alto grado de
incertidumbre en toda esta situación.
El aumento de la esperanza de vida implica, sin
duda, buenas noticias para el género humano. Sin embargo no son pocos expertos
los que creen que estos nuevos patrones tienen efectos en el
funcionamiento económico y, en última instancia, en la dinámica de crecimiento
de la economía. Las consecuencias pueden ser buenas, por ejemplo porque se
ampliará no solo el tiempo promedio de vida de los individuos, sino que
extenderá igualmente su capacidad creadora y, con ella, la posibilidad de
contribuir al desarrollo de la sociedad. Pero por otro lado la velocidad
en la que se materializan las mejoras en la esperanza de vida es mayor que la
velocidad con la que la estructura económica se modifica y adapta. Ello
significa que ante un escenario de rápido aumento de la longevidad, sus
consecuencias puedan ser difícilmente internalizadas por el sistema
económico con las consecuencias que ello pueden tener sobre los patrones de
ingreso, consumo y ahorro, primero a nivel microeconómico y, en última
instancia, en el plano macroeconómico.
Ageingnomics
resume una
forma de afrontar el reto del envejecimiento según la cual los efectos
producidos por el alargamiento de la vida podrían más que compensar los efectos
negativos y propiciar un estímulo al crecimiento económico. Son cuatro las
fuerzas que podrían hacer que la mayor esperanza de vida pueda llegar a
convertirse en un factor positivo para el desempeño de la actividad
económica. A saber, el envejecimiento poblacional implicaría
necesariamente una ampliación del período de vida laboral y, con este, un
aumento en la inversión en capital humano. A partir de esa premisa, los
patrones de consumo e inversión conllevarían un incremento de esas variables
generando, por una parte, un mayor retorno de los ahorros (durante el período
de retiro) y, por la otra, un efecto positivo sobre la productividad de la
economía y el nivel total de producto. De igual forma, la mayor inversión en
capital humano produciría un incremento del volumen de trabajo efectivo en la
economía, incidiendo positivamente sobre el nivel del producto. Además la extensión
de la vida laboral debiera producir una mayor satisfacción personal y, con
ella, una mayor transferencia de la experiencia laboral acumulada, afectando
positivamente a la productividad. Sin olvidar, por último, que la aparición de
un nuevo modelo social, con personas cada vez más longevas, propiciará la
aparición de nuevas industrias vinculadas al ocio y la salud, que bien
aprovechadas por emprendedores pueden generar importantes oportunidades
económicas para los territorios que apuesten por ello. Esta visión tan
optimista es imprevisible al igual que esos negros augurios que en demasiados
ocasiones leemos. Todos ellos son hechos inéditos como el propio término ageingnomics pero, sin duda,
merecen la pena ser escuchados y estudiados.
Iñaki Ortega
es director de Deusto Business School
Fernando
Mata es director general de Mapfre
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