(este artículo se publicó originalmente en Heraldo de Aragón, La Rioja, La Verdad de Murcia, Ideal de Granada, Ideal de Almeria, Ideal de Jaen, Diario Montañés, La Verdad de Cartagena, Diario Sur, Diario Hoy de Extremadura y Norte de Castilla el día 22 de octubre de 2017)
El 9 de octubre Magnus
Johannenson firmaba la concesión del Nobel de economía de 2017; esa tarde
Carles Puigdemont terminaba de escribir el discurso en el que proclamaría la
independencia de Catalunya ante los miembros del Parlament. Para entender lo
que unió ese día a Estocolmo con Barcelona basta con seguir leyendo la razón
por la que la academia sueca de ciencias premió a Richard Thaler. La teoría de
la racionalidad limitada. Las investigaciones de este economista americano
demuestran que las decisiones no siempre obedecen a criterios racionales, sino
que también entran en juego variables psicológicas que las desvían de un
comportamiento económico racional. A la luz de lo sucedido desde este
septiembre en Cataluña, solo aplicando la teoría de Thaler al presidente
de la Generalitat puede entenderse tanta irracionalidad. Miles de empresas que
abandonan sus sedes históricas, millones de inversiones paralizadas, cientos de
miles de puestos de trabajo en entredicho y varios puntos del PIB perdidos.
Pero el nuevo Nobel también ofrece una solución para que el bienestar a largo
plazo no pueda verse influido por la falta de autocontrol. El profesor defiende
que las instituciones den a los individuos estímulos hacia la dirección
correcta. Aplicando la psicología al mundo de la economía aprenderemos que todo
no es predecible conforme a modelos matemáticos y que en ocasiones hay que
actuar con “mano izquierda” para que vuelva el sentido común y el interés
general. Thaler lo llama nudge, del inglés “empujoncito”. Esos estímulos
nos harán por ejemplo dejar de fumar, ahorrar más para la pensión o donar más
órganos.
Los acuerdos del Consejo
de Ministros de este sábado son ese incentivo imprescindible para que Cataluña
abandone la irracionalidad. Imprescindibles medidas como el cese de todas
las personas que han suplantado la ley y la convocatoria de unas elecciones con
garantías. Nadie duda, en todo mundo, que España ha gozado del mayor periodo de
bienestar y democracia de su historia gracias a la Constitución de 1978. Los
ministros reunidos en el Palacio de la Moncloa antes “unas circunstancias
excepcionales” recurrieron de nuevo a la Carta Magna, a su artículo 155,
para de un modo inteligente reconducir a la racionalidad a las instituciones
catalanas.
Nassim Taleb, es un
colega libanés de otro premio Nobel, Khaneman, íntimo de Richard Thaler con el
que compartieron muchos artículos. Pero no ha sido conocido por sus
amistades sino por acuñar la expresión los Cisnes Negros. Con esta metáfora nos
referimos a sucesos extraños que nunca pensábamos que iban a suceder y que
aparentemente traen consecuencias irreparables. Los seres humanos, a pesar de
la incapacidad de predecirlos, pero fruto del fenómeno psicológico de la
retrospección acabamos pensando que estaba claro que iba a suceder (como nos
recuerda el intelectual español Gabriel Albiac el golpe de estado del nacionalismo
catalán no fue nunca previsto porque era virtual y las herramientas de
predicción han quedado anacrónicas). El empobrecimiento moral y económico
de Cataluña fruto del nacionalismo sin duda es un Cisne Negro para España pero
si seguimos leyendo a Taleb nos daremos cuenta que esos cisnes, a lo largo de
la Historia, han podido convertirse en una oportunidad porque nos hacen más
fuertes. La recuperación de la calles por los millones de catalanes que se
sienten españoles, la unión del PP, PSOE y Cs en la respuesta constitucional de
ayer o la fuga de empresas que han vacunado a otros nacionalismos para que se
desborden en el futuro, son la demostración que la sinrazón puede hacer fuerte
al Estado de Derecho.
Iñaki Ortega es doctor
en economía y director de Deusto Business School
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