jueves, 24 de abril de 2025

¿Nos roban los mayores?

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el 23 de abril de 2025)

En las últimas semanas son varios los informes que han destacado el aumento de la renta de los mayores españoles. Sin duda una buena noticia, pero que se ha trasladado a la opinión pública con la coletilla de que eso agranda la brecha generacional. El silogismo es claro: alta renta de los jubilados y aumento de las pensiones = menores ingresos para los jóvenes.


Para luchar contra esta falsedad que ensombrece el avance social que los españoles hemos logrado, conviene recordar algunas verdades que a base de no repetirlas se han olvidado.

La situación económica desahogada de los mayores es el sueño de cualquier sociedad a lo largo de la historia. Durante miles de años, la edad provecta suponía dejar de producir y por tanto depender de la familia cuando no de la beneficencia. Envejecer era en esos siglos garantía de miseria. Hoy la renta de los mayores les garantiza no solo no depender de nadie -con una renta mediana por encima de sus pares europeos- sino al contrario ayudar a sus descendientes, de hecho, un 60% de los españoles de más de 55 años trasfiere renta a sus hijos. Por no hablar del trabajo no remunerado en cuidados de los mayores con sus nietos que hace posible que cada día en España puedan trabajar miles de padres con hijos menores.

El aumento de los gastos pensionarios no supone que los mayores no aporten a la economía sino al contrario ya que la solvencia de esta cohorte de edad es un motor que aporta ingresos a la demanda agregada y por tanto oportunidades de empleo a los más jóvenes. No puede obviarse que son más de 4 millones de seniors los que siguen trabajando y por tanto pagando impuestos, más de un millón los que son autónomos contribuyendo a las arcas de la seguridad social. Pero por si fuera poco los mayores de 55 años protagonizan casi el 40% de todo el consumo del país, en especial en disciplinas como el turismo, el ocio y la alimentación que mueven la economía de nuestro país. Los mayores no son los culpables de que cada vez haya menos jóvenes por mor de la nueva pirámide poblacional y ni mucho menos de que las empresas ofrezcan empleos más precarios que hace décadas o que cada vez se grave el trabajo con mayores impuestos. Tampoco que la vivienda se haya vuelto inaccesible y ni mucho menos de que los jóvenes hayan balanceado ocio y trabajo. Sí son responsable de haber trabajado más años y con más valor añadido que ninguna generación a lo largo de la historia, sí también de haber logrado -gracias a la incorporación de la mujer al mercado laboral- que por primera vez haya más de dos ingresos en los hogares de los seniors y sí -por último- de haber conseguido financiar sus hogares con hipotecas a doble dígito y el sudor de su frente que con una probabilidad alta heredarán sus descendientes.
Por eso, querido lector, cada vez que leas eso de la batalla generacional, te ruego que tengas presente todo lo anterior y no caigas en la trampa de buscar víctimas y culpables en función de la edad del DNI. Las respuestas a la desigualdad no están en las pensiones o en las canas, al contrario esos conceptos son la garantía de una sociedad digna. Pero me temo que explicar la precariedad de las cohortes más jóvenes daría para otro artículo en que los aludidos ya no serían los mayores sino las políticas públicas y también las empresariales.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

martes, 15 de abril de 2025

Nunca se calla

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 14 de abril de 2025)


Seguro que tienes uno cerca. Puede aparecer en tu vagón de tren y estar dos horas hablando sin parar en voz alta. Es el mismo que en la sala de espera del médico explica la evolución y síntomas de su enfermedad con todo lujo de detalles. Es posible que te coja por banda en una fiesta el tiempo que le plazca para contar lo bien que le va la vida, aunque apenas sepa quién eres y logre que te quedes sin bebida. Le reconocerás porque habla –casi grita– por teléfono para todo el restaurante, sus videoconferencias en la oficina a todo volumen impiden que nadie haga nada más y los cumpleaños de sus niños son radiados por él como si fuese la final de la liga de fútbol.

En las cenas es el único que habla e interrumpe sin rubor tus intentos de meter baza, cuando toca hacer ejercicio es el que mejor conoce ese deporte y sus trucos sin ahorrarse el mínimo detalle. Y pobre de ti si te pilla en la máquina del café porque es una proeza librarte de su perorata antes de media hora.

Dice que es tu amigo pero no sabe nada de tu vida aunque tú conozcas hasta el nombre del tabernero del bar de su pueblo, el de los amiguitos de sus sobrinos y las andanzas de sus socios. No sabe dónde vives, qué familia tienes, qué haces en tus vacaciones o si vas a cambiar de trabajo. Porque jamás te pregunta por ti y cuando lo hace... ¡cuidado! Es una excusa para responderse a sí mismo durante tanto tiempo como los discursos de Fidel Castro.

Y acaba consiguiendo que tires la toalla. En la bici ya no hablas, solo le escuchas sus rollos que repite sin pudor alguno, en el metro ha logrado que te pongas unos cascos para no oírle, en familia solo juegas con los niños, en las reuniones acabas optando por mimetizarte como si fueras un mueble más de la oficina y en las quedadas tienes una risa impostada como congelada. Te ha quitado la energía con esas charlas interminables sobre sus viajes, series y, cómo no, el penúltimo pódcast que no has de perderte por nada del mundo. Definitivamente te ha anulado y acabas sintiéndote transparente.

Pero un día dices basta y le interrumpes. Y sientes una satisfacción que no conocías que te lleva a hablar más. Y le cuentas a quien se tropiece contigo el último viaje y luego el argumento completo del libro que estás leyendo. Cada vez te gusta más lo que sientes y ya no puedes dejar de hablar a tus amigos y a cualquiera que tengas cerca sobre todo lo que te pasa porque todo ello es muy importante y todo merece la pena que la gente lo oiga. Lo tuyo es siempre mucho más interesante. Y vuelves a ser feliz aunque a veces reconozcas como familiar el gesto de los que asienten mientras te escuchan.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 14 de abril de 2025

Raro, raro, raro

 (este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña y otros diarios de Prensa Ibérica el 13 de abril de 2025)

En economía se usa el concepto de raro cuando un bien es escaso y por tanto su cantidad disponible está por debajo de la demanda. Donald Trump ha hecho popular este término con las tierras raras al incluirlas en sus condiciones para la paz en Ucrania. El presidente de Estados Unidos ha exigido el control de esas tierras raras para seguir apoyándoles militarmente: defiende que es simplemente la contraprestación por el gasto militar del Ejército norteamericano desde la invasión rusa. Conviene recordar que en la doctrina económica no solo son raros los bienes como esos terrenos con minerales que se usan en la fabricación de móviles, placas solares o en resonancias magnéticas, sino también habilidades que exigen una super especialización. Esa destreza para las negociaciones, de las que se ufana el 47º inquilino de la Casa Blanca. La pericia para mercadear, en el caso de esas minas ucranianas es discutible, porque explotar esas tierras no será fácil ni barato y muchas de ellas están en territorio ocupado por los rusos. Pero, sobre todo, el Día de la Liberación pondrá a prueba esa supuesta cualidad divina que tiene Trump para los acuerdos mercantiles.

Era septiembre de 1943 y en el barrio de Arguelles de Madrid nacía en el seno de una acomodada familia un bebé con tanto pelo y tan azabache que su padre, un simpático médico, dijo en voz alta delante de la madre y el personal sanitario "raro, raro, raro". Esta frase ha pasado a los anales de la televisión porque quien la pronunció era el doctor Julio Iglesias Puga, padre de Julio Iglesias, quizá el artista español más famoso de todos los tiempos. Dos décadas después, el padre del cantante, dijo de nuevo "raro, raro, raro" al escuchar los planes de su hijo de abandonar la carrera de Derecho por la farándula. Pero la frase se hizo archiconocida muchos años después, siendo ya un anciano cuando consideró así a todos esos maridos que decían que no habían sido infieles.

No sabemos lo que dijo el padre de Trump al ver nacer a su hijo, tampoco su opinión sobre que eligiese la política frente a una exitosa carrera empresarial, o al respecto de la monogamia (que practicó toda su vida), pero sí estoy seguro que los aranceles a Europa, lugar donde nacieron sus padres, le habrían resultado "raro, raro, raro". Más allá de sus lazos afectivos y de sangre con Alemania y Escocia, Fred Trump fue un exitoso empresario inmobiliario que promovió apartamentos para las personas de todo el mundo que fueron a trabajar el siglo pasado a la gran manzana. Para Fred -y para cualquiera- es raro promover una voladura del sistema de libre comercio del que tanto se ha beneficiado Estados Unidos, si además esa decisión trae consigo las siguientes consecuencias:

1. Desazón en los estados agrícolas e industriales. Allá dónde más votos obtuvo Trump, más se van a resentir del cierre del libre comercio con despidos y bancarrotas de negocios.

2. Caída de la bolsa y colapso de la deuda. El mercado ha respondido con inéditas pérdidas bursátiles comparables a los días peores días de la historia los mercados de capitales.

3. Reserva Federal. El supervisor económico americano ha aseverado que esta política traerá un auge de los precios y una recesión.

4. Ruina de sus amigos. Los colegas de las grandes tecnológicas que asistieron a su toma de posesión. Amazon, Google, Facebook y Tesla han perdido cientos de miles de millones por la decisión de su aplaudido presidente.

5. Maltrato a sus socios estratégicos. No solo Europa sino Corea del Sur y Japón, históricos aliados de Estados Unidos frente al comunismo y expansionismo chino, han sido vejados con los nuevos aranceles.

6. Incomodidad a sus aliados políticos globales. Los partidos nacionalistas de todo el mundo que adoraban a Trump ven ahora como los aranceles lesionan su discurso de patriotas.

7. Rusia. Para colmo, solo Rusia, el histórico enemigo americano, queda fuera del castigo arancelario.

El tiempo quitó la razón al doctor Iglesias Puga sobre la fealdad raruna de su hijo al nacer y acabó convirtiéndose, según subrayó la revista People en 1978, en el hombre más atractivo del mundo. Tampoco acertó al poner en cuestión por rara su carrera musical a la luz de la aparición año tras años del cantante en la lista de Forbes de los más ricos.

Por eso quizás en el futuro nos pueda pasar lo mismo con la rareza de la patada en el tablero arancelario del presidente americano. Quien sabe si en unos años se hablará del acierto de la medida y se escriba en los libros de historia como otro New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt en el siglo XX y el "América para los americanos" de finales del XIX con el presidente James Monroe. Hasta entonces no tenemos otro remedio que repetir "raro, raro, raro". 

Iñaki Ortega es doctor economía en UNIR y LLYC

lunes, 31 de marzo de 2025

Cuál es tu kit de superviviencia

 (este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el 31 de marzo de 2025)

La penúltima ocurrencia de algún avispado asesor en Bruselas ha sido el anuncio a bombo y platillo de un kit de supervivencia. Estoy imaginándome a los funcionarios europeos dándole vueltas a cómo convencer a la opinión pública de que ahora toca reducir el gasto social para poder aumentar las inversiones en defensa. Sin Estados Unidos para defendernos y con los rusos en nuestra frontera oriental, no hay más remedio que dedicar gran parte del presupuesto a crear y equipar un Ejército europeo. Pero ¿cómo explicar a los europeos que han vivido todos estos años en la arcadia feliz que ahora hay que gastar en tanques, misiles y bombas de racimo…?

Es entonces cuando, me imagino, surge la niñería del kit de supervivencia. Porque es la demostración de que la administración comunitaria nos considera a todos menores de edad y no nos pueden contar la cruda realidad. Y como si fuésemos unos párvulos a los que entretener, nos dan el juguete de esa mochila que tenemos que preparar por si hay una emergencia.

Seguro que esos burócratas aplaudieron al asesor –de futuro prometedor– por la idea feliz del kit. Los más mayores se vinieron arriba recordando los refugios nucleares de los años 60 en Estados Unidos y lo bien que vinieron para alentar el odio a los soviéticos. El resto coincidieron en que era la vía más sibilina para que los europeos se diesen cuenta de que entrábamos en una época de peligros en nuestras fronteras del sur y del este. Al mismo tiempo que celebraban el constructo, los disensos comenzaron a aparecer. Qué cosas han de estar en ese listado, porque ahora las bombas serán también cibernéticas y las amenazas no vendrán solo por el cielo sino por internet. Y cómo no, el kit no debería ser solo para la guerra porque hay otras amenazas tan o más importantes. Muy fácil de arreglar, propuso nuestro asesor, también ese neceser de emergencias lo será para los desastres naturales y por supuesto para las crisis climáticas y hasta sociales. Y respecto a qué meter o no en el kit, esa es la parte más brillante de la estrategia –defendió el asesor–, que los europeos se entretengan poniendo o quitando elementos de esa bolsa de emergencias. Démosles entretenimiento mientras nosotros vemos cómo conseguir el dinero y el proveedor para tener un escudo antimisiles a la altura del de Israel.

Dicho y hecho. La semana pasada la Unión Europea anunció en boca de la comisaria belga Hadja Lahbib una guía para que todos podamos preparar un kit de supervivencia de 72 horas para estar listos en caso de emergencias. No pueden faltar en ese equipamiento elementos esenciales para subsistir sin ayuda externa durante al menos tres días. Y Europa nos dice que hemos de tener agua, alimentos, medicamentos, el documento de identidad (no vaya a ser que no podamos pagar a Hacienda en ese eventual encierro), dinero en efectivo (nada de bitcoins que igual no funcionan) y linternas, mecheros y todo lo que un buen explorador lleva encima.

Y ahora estamos aquí todos discutiendo que si es más importante una vela que una linterna, un libro que un cargador de móvil, las latas mejor de atún que se sardinas, nada de agua sino pastillas desaladoras y la brújula mejor que la navaja suiza… Mientras tanto, la guerra (la física y la digital, que es la más factible) sigue acercándose a nuestras fronteras. Ojalá que estos días tan entretenidos hayan servido para armar la defensa de nuestro Estado de derecho y nuestro sistema de libertades, pero me temo que eso aún está muy lejos y por tanto vendrán más excentricidades. Estemos atentos.

miércoles, 26 de marzo de 2025

¿Ya no somos pacifistas?

 (este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el 26 de marzo de 2025)


Ahora que hablamos de rearmarnos, comprar tanques e invertir en misiles y al mismo tiempo la sociedad ni se ha inmutado con ello, conviene entender cuáles son los mecanismos que provocan cambios tan profundos en la opinión pública. Hasta hace muy poco, Europa defendía un pacifismo que nos llevaba a mirar por encima del hombro los afanes armamentísticos de Estados Unidos o Israel. Pontificábamos sobre un mundo en paz basado en las relaciones comerciales y el diálogo, quizás espoleados tras dos recientes guerras mundiales en nuestras fronteras. De hecho, algunos países habían consagrado ese anti-belicismo en sus constituciones y los movimientos del “no a la guerra” monopolizaban los medios de comunicación y la cultura. Pero de repente, todo ha cambiado y desde Alemania pasando por los nórdicos -históricamente neutrales- han acometido una deriva militarista sin que haya rechistado nadie. ¿Cómo es posible este cambio?

Nos puede ayudar a responder esta pregunta el momento en el que vivimos con dos conflictos armados a las puertas del continente y el "Tío Tom" americano abdicando de su responsabilidad para con nosotros, pero si aun así no queda claro me atrevo a recurrir a la psicología: las investigaciones en el siglo pasado de un estadounidense de nombre Abraham Maslow nos ayudarán. Este profesor pasó a la historia porque impulsó junto a Carl Rogers una nueva manera de entender la psicología, en la que el foco dejaba de ponerse en los trastornos mentales y las enfermedades, en beneficio del potencial del ser humano para superarlos. El paradigma se conoce con el término de "psicología humanista" y es la base de la mayoría de las teorías de la motivación. 

Parece ser que una dura infancia con unos padres que no le dieron el mínimo afecto le marcó tanto como la guerra -que le pilló demasiado mayor para alistarse- y le llevaron a investigar sobre las causas del odio y la insatisfacción. De ahí a divulgar, con la llegada de la paz, su contribución más exitosa: la pirámide de Maslow o de las necesidades humanas. La tesis es que las necesidades de las personas pueden jerarquizarse, de modo y manera que existen primero las más básicas (comer, beber o un lugar dónde dormir), luego las de seguridad (no tener miedo a que te maten) y a continuación las sociales (tener amigos), las de estima (que valoren mi trabajo) siendo las últimas las de autorrealización (sentirse bien con uno mismo). Maslow ordena estas necesidades en una pirámide donde en la base están las de supervivencia y en la cúspide las de autosatisfacción. 

Su teoría defiende que no puede aspirarse a las necesidades de la parte alta sin tener resueltas las de abajo. A nadie le mueve tener amigos en la vida si no tienes dónde dormir o dicho de otra manera poco sentido tiene pretender que la gente se movilice por las hambrunas africanas si en tu vecindario han entrado los okupas o has agotado tu paro. Por tanto, a medida que cubrimos las necesidades más básicas e imprescindibles para la supervivencia van surgiendo otras cada vez más complejas, pero solo en el caso de que las primeras se cumplan. Europa y España, como repite Josep Borrell, han vivido en un jardín en el que todo era armonía y abundancia, pero de bruces nos hemos dado cuenta de que estamos en la jungla donde nada está asegurado… ni siquiera la vida. De ahí que los discursos elevados del pacifismo, más cercanos a la autorrealización que a las necesidades básicas, se hayan esfumado en beneficio del pragmatismo de conseguir una Europa segura que sea capaz de parar amenazas por el este y por el sur. 

En la psicología industrial la motivación es el proceso por el cuál un directivo es capaz de proporcionar la energía necesaria a los empleados para que se esfuercen en alcanzar un objetivo. La motivación no es un rasgo de la personalidad o la habilidad de una persona, sino algo que se puede generar y reforzar. Siguiendo a Maslow de nuevo, una persona no puede ser motivada por el afecto si no están satisfechas las necesidades de seguridad. Tampoco es posible incentivar a una persona con la satisfacción del reconocimiento si quedan sin cubrir necesidades fisiológicas. Hoy en Europa hay muchas personas en riesgo de pobreza, otras tantas que temen por su seguridad en barrios tomados por bandas, no pocas que no llegan a fin de mes y una mayoría que no puede permitirse una vivienda. ¿A alguien le sigue extrañando, por tanto, que a muchos europeos les hayan dejado de importar temas tan prosaicos como el "no a la guerra" o "el pacto verde" sacralizados en siglas como DEI, ESG o RSC?

La esperanza la encontramos también en la pirámide de las necesidades. Nunca dejemos de esmerarnos en el bien común para aspirar a lo siguiente.

Iñaki es doctor en economía en UNIR y LLYC

sábado, 22 de marzo de 2025

Las mejores tecnoempresas y algo más

 (este artículo se publicó originalmente el día 16 de marzo de 2025 en los periódicos del grupo Prensa Iberica)

Palantir o Nvidia. No hay más opciones. Si todavía sigues pensando que las empresas tecnológicas líderes en la actualidad son Google o Meta, toca actualizarse. Incluso si la hiperexposición de Elon Musk en estos primeros meses de gobierno de Donald Trump en Estados Unidos te ha hecho pensar que Tesla es la mejor, me temo que es un error. Por mucho que compres en Amazon a diario o que tu teléfono móvil siga siendo Apple, así como que los programas de ordenador tengan el logo de Microsoft, todas esas compañías mencionadas ya forman parte del pasado.

Nvidia y Palantir son el presente. Ambas firmas tienen en común que no están en la mente del pueblo, que han crecido prácticamente a tres dígitos en los últimos años y que están en sectores inopinados. También ambas empresas fueron fundadas en Estados Unidos por emprendedores extranjeros (uno de Taiwán y el otro de Alemania) y necesitaron fondos público-privados para arrancar.

Nvidia nació como NV (Next Visión), pero se corrigió el nombre para facilitar su recuerdo y se le añadió un sufijo para así jugar con la palabra latina envidia o, lo que es lo mismo, la empresa tecnológica que a todo el mundo le habría gustado fundar. Hoy en día es la segunda compañía más valiosa del planeta y sigue dirigida por su fundador, el taiwanés Jen-Hsun Huang. Su desempeño es espectacular a pesar de que nació vinculada al sector de los videojuegos para ir desembocando en su porfolio actual de software, chips, API (interfaz de programación de aplicaciones), procesadores de gráficos y, por supuesto, mucha inteligencia artificial (IA). Si hace cinco años el lector hubiera invertido 1.000 dólares, actualmente tendría 18.437. No está mal, ni con criptomonedas se habría alcanzado semejante rentabilidad. A lo largo del 2024 consiguió en algunos momentos ser la primera empresa en capitalización y este año será la que mas beneficios logrará. No tiene techo Nvidia.

Palantir es una piedra esférica con poderes que permite ver el presente a distancia. El nombre se menciona en el libro El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien, y parece ser que a uno de sus fundadores, el alemán Peter Thiel, le hacía gracia que la empresa cogiese el nombre de ese legendario vidrio oscuro que permitía proyectarse en otro momento espacial. Palantir nació para dedicarse a la ciencia de datos, en especial para agencias públicas de inteligencia. Si se prefiere, espionaje y prevención de cibercrimen y delitos antiterritoristas con un espectacular software de nombre Gotham, como la ciudad del superhéroe Batman. Y de ahí a los servicios financieros y a estar prácticamente en todas las industrias que aspiran a trabajar con datos para conseguir alto rendimiento empresarial. El periódico Financial Times ha dejado por escrito que 2024 fue el año en el que Nvidia se comió el mundo y 2025 pertenece a Palantir. Viene de ser el valor más rentable y, en un escenario en guerra, la capacidad de crecimiento de esta empresa, que se define a sí misma como «una herramienta letal», es ilimitada.

Sin duda, Thiel y Juang son los hombres de moda y alguno incluso se ha atrevido a catalogarlos como la tecnocasta. Ricos y poderosos al mismo tiempo que muy influyentes en el lugar donde hoy se conforma la opinión pública, que es internet. Thiel es el padre de la nueva ola libertaria que tiene como máximo exponente al multimillonario Musk, que se ha creído que saber hacer negocios le da patente de corso para hacer proselitismo político a lo largo y ancho del planeta sin tener ni idea de las circunstancias de cada país. Thiel empezó muy joven con el ajedrez hasta ser considerado un maestro. Juang, en cambio, pasó por un reformatorio y su primer trabajo consistió en lavar platos en una cafetería, la misma en la que 15 años después creó su exitosa compañía. 

Los dos son extranjeros en América y seguramente fueron mirados con cierta desconfianza en sus años mozos. Por eso mismo me he acordado de la mítica frase que el fundador de Microsoft, Bill Gates, suele repetir en sus encuentros con estudiantes: "Ten cuidado con cómo tratas a los frikis de tu clase o de tu barrio, porque seguramente acabarás trabajando para uno de ellos". Quién iba a pensar hace unos años que el limpiaplatos taiwanés que salía todos los días al contenedor con la bolsa de basura del restaurante iba a liderar la primera empresa del globo y que el introspectivo estudiante alemán de Filosofía que ensayaba jugadas de ajedrez aislado en el campus acabaría siendo el personaje más influyente del momento con empresas de éxito, pero sobre todo marcando la agenda política del vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, y, por tanto, del propio Trump. Así que cuidado de quién nos reímos o a quién despreciamos, de niños y de mayores.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR Y LLYC

lunes, 17 de marzo de 2025

Vivir seguros

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 17 de marzo de 2025)

Me gusta ver a la Policía Nacional patrullando por mi barrio. También que la Guardia Civil esté en la autopista cuando hay un accidente. Por supuesto, observar a la Policía Municipal intentando ordenar un atasco. Y exactamente igual cuando los Mossos o la Ertzaintza vigilan los edificios oficiales. Me siento bien cuando las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado están presentes. Es la misma sensación que unas buenas farolas en una calle oscura o una gasolinera abierta en plena noche en una carretera secundaria. Seguridad ante eventuales peligros.

Hoy ya no son imaginaciones, las peores amenazas son reales. Algunos de nuestros socios europeos no tienen ni la menor duda. Rusia invadió Ucrania por segunda vez hace tres años y en esta ocasión, los polacos tuvieron claro que su frontera estaba amenazada y había que prepararse. Algo parecido sintieron en Noruega o Finlandia, lo que llevó a este último país a unirse hace unos meses a la OTAN para proteger sus lindes con los rusos. Las repúblicas bálticas, Estonia, Lituania y Letonia, saben lo que es ser invadidas por Rusia y desde 2022 están listas para un eventual ataque. Esa frontera está al rojo vivo, pero la del sur con África no está precisamente fría.

Si alguien ve muy improbables y lejanos esos puntos calientes de nuestro país o muy remota la posibilidad de una guerra en el corazón de nuestro continente, me temo que es como aquellos que no ven peligro en esa calle oscura o en la carretera solitaria. Muy parecidos a los que minusvaloran a los okupas porque son pocos casos o los que quitan importancia a los hurtos porque siempre han existido.

Pero es que también están los que les enfada invertir en la defensa de un país y estos días lo estamos viendo con el debate sobre el gasto militar. Nunca he entendido al que le molesta la presencia de la policía, sea del cuerpo que sea. Despotrican cuando ven un uniforme o una sirena, sea en la manifestación de turno o en un festejo deportivo o musical. ¿Algo que ocultar?, ¿acaso prefieren el desorden y el incumplimiento de la ley? No lo sé, aunque observo que con la discusión de reforzar nuestro Ejército sucede algo muy parecido.

¿Quién puede oponerse a estar más protegido? ¿A qué clase de personas les pone de los nervios que su país esté más seguro ante sabotajes rusos o chinos? La respuesta es que a los mismos que les saca de sus casillas ver a la policía por las calles; esos que no les importaría que los regímenes autócratas mencionados influyesen a su favor en unas elecciones o que no les duelen prendas defender a Putin, la dictadura china, cubana, venezolana o nicaragüense… a pesar de que esos Estados –supuestamente tan igualitarios– lleven décadas armándose hasta los dientes y violando sistemáticamente los derechos humanos.

Por supuesto que siempre hay personas bienintencionadas que apuestan por vías pacíficas para la resolución de conflictos, pero esos mismos paisanos no dejan las puertas de su casa abiertas por la noche, se preocupan por bajar las persianas o dar dos vueltas al cerrojo de la entrada. La prevención es disuasión en el hogar y me temo que ahora toca lo mismo también en nuestro continente y en nuestro país.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC