(este artículo se publicó originalmente en El Periódico de Cataluña el 30 de noviembre de 2025)
(este artículo se publicó originalmente en El Periódico de Cataluña el 30 de noviembre de 2025)
(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 24 de noviembre de 2025)
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
(este artículo se publicó originalmente en la red académica The Conversation el 20 de noviembre de 2025)
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
(este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el día 17 de noviembre de 2025)
(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 10 de noviembre de 2025)
Tengo la suerte por mi trabajo de tratar con los primeros ejecutivos de muchas compañías. Ahora les llamamos CEO por las siglas en inglés de consejero delegado, antes decíamos gerentes y siempre directores generales o presidentes. Hombres y mujeres que dirigen empresas que facturan cientos de millones y dan empleos a miles de familias. Venden seguros, hipotecas, energía, pero también ropa o comida. Otros hacen feliz a la gente organizando viajes o transportándoles a ellos o sus enseres. Y luego están los que les ayudan con su salud o con sus cuitas legales. Y muchos más que no me olvido. Viven de sus clientes y atienden a sus patrones, en ocasiones inversores o familias empresarias. Lideran equipos que han creado ellos o han heredado con la responsabilidad de cumplir objetivos.
Pues bien, todos esos CEO con los que trato, comparten características que deberían ser conocidas ahora que el desprestigio en el acceso a un puesto de trabajo es tema de conversación. Todos son personas de alto rendimiento, como un deportista de competición. Están preparados -una gran mayoría han estudiado carreras universitarias de alta exigencia- pero han seguido actualizándose con cursos de especialización que voluntariamente y con sacrificio de su vida personal han querido realizar.
Al mismo tiempo todos ellos han tenido que hacer la maleta para trabajar fuera de su ciudad y país de origen. Han pasado por diferentes desempeños y funciones para de alguna manera ser examinados antes de alcanzar sus puestos actuales. Y todos, a pesar de disfrutar de posiciones empresariales que podríamos considerar de éxito, no se han acomodado y tienen la ambición de mejorar como si fuese el primer día en el trabajo. Muchos de ellos han tenido contratiempos como ceses o malos resultados y no se han rendido por ello.
Están en su responsabilidad de CEO porque se lo merecen y no porque nadie les ha regalado nada. Son conscientes de que viven en un entorno de máxima exigencia y se preparan para ello mental y físicamente; como también saben que su posición no será para toda la vida y que vendrán otros tiempos y trabajos. Tienen la humildad de escuchar consejos cuando son ellos los que habitualmente los dan y aceptan de buena gana las recomendaciones siempre que sean expertas. Buscan los mejores equipos y fichan talento, nunca amigos.
Esta glosa de los atributos y méritos de las personas que mandan en las principales empresas españolas no pretende regalar oídos a nadie -esos CEO saben bien blindarse ante los halagos- sino es un mensaje para los jóvenes que están entrando en el mercado laboral o lo harán pronto, también para los que acaban de empezar en una empresa y viendo las noticias piensen que todos los que jefes son como Ábalos y compañía. No es así. Un país como España se sostiene por sus empresas y por líderes que las dirigen en las antípodas de esa forma de ser tan despreciable. CEO capacitados y que se ganan cada día su posición con alta exigencia y con no pocas renuncias personales. Que no se olvide.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el 27 de octubre de 2025)
Nunca se han visto tantas series de televisión como ahora gracias a internet. Pasamos de media más de tres horas cada día delante de la pantalla para entretenernos con esos seriales. Tantos minutos cada día, con tantísima oferta -desde que hace diez años la televisión tradicional cedió el monopolio en favor de las plataformas por suscripción- que de alguna manera nuestra personalidad ha cambiado. Es así. Porque si por personalidad entendemos la forma de comportarnos, tanto consumo de ficción -me temo- nos está llevando a confundir realidad con una serie de televisión. Lo intentaré explicar con dos sucesos reales de estos días.La muerte en Barcelona en un accidente de montaña del gran empresario Isak Andic, creador de la marca global de moda Mango, ha desatado todo tipo de especulaciones -sin base alguna- en el que su hijo Jonathan, ha acabado convirtiéndose en doble víctima: primero por ver morir a su padre y segundo por ser acusado por una jauría en las redes de su muerte. Tanto ha sido así que la propia juez de las diligencias del accidente ha tenido que salir a la palestra para decir que nadie acusa de nada a este señor.
Por otro lado, en Sevilla una joven se quitó la vida tras sufrir acoso en el colegio. Otro drama que levantó los peores instintos en las redes hasta el extremo que se publicaron las fotos de las niñas que supuestamente habían acosado a la pobre Sandra Peña. La repercusión fue tal que se les tuvo que poner protección a esas menores, sus familias y hasta en el propio colegio para evitar que fueran agredidas por la turba.
La cruda realidad es que ambos sucesos coinciden con series de televisión muy seguidas que tratan sucesos similares a los casos anteriores y ello llevó, quizás, a la gente a pensar que la vida es una serie. Olvidando el sufrimiento de todas esas familias y sobre todo obviando que vivimos en un estado de derecho y no en una serie de televisión. En la vida real hay jueces, leyes e importa poco la audiencia o el clickbait (usar titulares sensacionalistas como anzuelos para captar usuarios). La pantalla se apaga y no se apaga el dolor. La serie se pausa, pero continúa el drama. Damos likes o hacemos un comentario al instante, sin darnos cuenta de que en un país como el nuestro quien condena son los jueces, no los digitales.
Lo ha explicado muy bien este viernes el filósofo coreano en su discurso en la ceremonia de los premios Princesa de Asturias. Las redes "no nos socializan, sino que nos aíslan, nos vuelven agresivos y nos roban la empatía". Esa ausencia de compasión con las víctimas y sus familias en los dos casos anteriores, solo se entiende porque los que opinan sobre ambos sucesos olvidan que hablan de personas y no de personajes de la última serie de su plataforma favorita.
Byung-Chul Han en su libro La sociedad de la transparencia, sostiene que la obsesión por mostrarlo todo —vida privada, emociones, opiniones— convierte a las personas en productos. Las redes sociales promueven una cultura de la exposición constante, donde la intimidad desaparece y todo se convierte en mercancía visual. También la mayor tristeza, como es la muerte de un ser querido como un padre o una hija, acaba siendo pasto de esa cosificación. Qué horror.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor
(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 13 de octubre de 2025)