lunes, 10 de noviembre de 2025

Los CEO

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 10 de noviembre de 2025)


Ahora que todo el mundo habla de enchufismo, amiguismo o incluso nepotismo en las empresas y en la administración, me gustaría hablar de lo contrario. Sí, porque por mucho que un ministro coloque a sus amantes en empresas públicas, yo conozco otra forma de hacer las cosas. Aunque los amigos más íntimos o la familia del poderoso de turno pretendan ocupar puestos de alta dirección saltándose los principios sagrados de igualdad, mérito y capacidad, lo que he visto en mi relación con las empresas durante las dos últimas décadas no ha sido así.

Tengo la suerte por mi trabajo de tratar con los primeros ejecutivos de muchas compañías. Ahora les llamamos CEO por las siglas en inglés de consejero delegado, antes decíamos gerentes y siempre directores generales o presidentes. Hombres y mujeres que dirigen empresas que facturan cientos de millones y dan empleos a miles de familias. Venden seguros, hipotecas, energía, pero también ropa o comida. Otros hacen feliz a la gente organizando viajes o transportándoles a ellos o sus enseres. Y luego están los que les ayudan con su salud o con sus cuitas legales. Y muchos más que no me olvido. Viven de sus clientes y atienden a sus patrones, en ocasiones inversores o familias empresarias. Lideran equipos que han creado ellos o han heredado con la responsabilidad de cumplir objetivos.

Pues bien, todos esos CEO con los que trato, comparten características que deberían ser conocidas ahora que el desprestigio en el acceso a un puesto de trabajo es tema de conversación. Todos son personas de alto rendimiento, como un deportista de competición. Están preparados -una gran mayoría han estudiado carreras universitarias de alta exigencia- pero han seguido actualizándose con cursos de especialización que voluntariamente y con sacrificio de su vida personal han querido realizar.

Al mismo tiempo todos ellos han tenido que hacer la maleta para trabajar fuera de su ciudad y país de origen. Han pasado por diferentes desempeños y funciones para de alguna manera ser examinados antes de alcanzar sus puestos actuales. Y todos, a pesar de disfrutar de posiciones empresariales que podríamos considerar de éxito, no se han acomodado y tienen la ambición de mejorar como si fuese el primer día en el trabajo. Muchos de ellos han tenido contratiempos como ceses o malos resultados y no se han rendido por ello.

Están en su responsabilidad de CEO porque se lo merecen y no porque nadie les ha regalado nada. Son conscientes de que viven en un entorno de máxima exigencia y se preparan para ello mental y físicamente; como también saben que su posición no será para toda la vida y que vendrán otros tiempos y trabajos. Tienen la humildad de escuchar consejos cuando son ellos los que habitualmente los dan y aceptan de buena gana las recomendaciones siempre que sean expertas. Buscan los mejores equipos y fichan talento, nunca amigos.

Esta glosa de los atributos y méritos de las personas que mandan en las principales empresas españolas no pretende regalar oídos a nadie -esos CEO saben bien blindarse ante los halagos- sino es un mensaje para los jóvenes que están entrando en el mercado laboral o lo harán pronto, también para los que acaban de empezar en una empresa y viendo las noticias piensen que todos los que jefes son como Ábalos y compañía. No es así. Un país como España se sostiene por sus empresas y por líderes que las dirigen en las antípodas de esa forma de ser tan despreciable. CEO capacitados y que se ganan cada día su posición con alta exigencia y con no pocas renuncias personales. Que no se olvide.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

miércoles, 29 de octubre de 2025

La vida no es una serie

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el 27 de octubre de 2025)

Nunca se han visto tantas series de televisión como ahora gracias a internet. Pasamos de media más de tres horas cada día delante de la pantalla para entretenernos con esos seriales. Tantos minutos cada día, con tantísima oferta -desde que hace diez años la televisión tradicional cedió el monopolio en favor de las plataformas por suscripción- que de alguna manera nuestra personalidad ha cambiado. Es así. Porque si por personalidad entendemos la forma de comportarnos, tanto consumo de ficción -me temo- nos está llevando a confundir realidad con una serie de televisión. Lo intentaré explicar con dos sucesos reales de estos días.

La muerte en Barcelona en un accidente de montaña del gran empresario Isak Andic, creador de la marca global de moda Mango, ha desatado todo tipo de especulaciones -sin base alguna- en el que su hijo Jonathan, ha acabado convirtiéndose en doble víctima: primero por ver morir a su padre y segundo por ser acusado por una jauría en las redes de su muerte. Tanto ha sido así que la propia juez de las diligencias del accidente ha tenido que salir a la palestra para decir que nadie acusa de nada a este señor.

Por otro lado, en Sevilla una joven se quitó la vida tras sufrir acoso en el colegio. Otro drama que levantó los peores instintos en las redes hasta el extremo que se publicaron las fotos de las niñas que supuestamente habían acosado a la pobre Sandra Peña. La repercusión fue tal que se les tuvo que poner protección a esas menores, sus familias y hasta en el propio colegio para evitar que fueran agredidas por la turba.

La cruda realidad es que ambos sucesos coinciden con series de televisión muy seguidas que tratan sucesos similares a los casos anteriores y ello llevó, quizás, a la gente a pensar que la vida es una serie. Olvidando el sufrimiento de todas esas familias y sobre todo obviando que vivimos en un estado de derecho y no en una serie de televisión. En la vida real hay jueces, leyes e importa poco la audiencia o el clickbait (usar titulares sensacionalistas como anzuelos para captar usuarios). La pantalla se apaga y no se apaga el dolor. La serie se pausa, pero continúa el drama. Damos likes o hacemos un comentario al instante, sin darnos cuenta de que en un país como el nuestro quien condena son los jueces, no los digitales.

Lo ha explicado muy bien este viernes el filósofo coreano en su discurso en la ceremonia de los premios Princesa de Asturias. Las redes "no nos socializan, sino que nos aíslan, nos vuelven agresivos y nos roban la empatía". Esa ausencia de compasión con las víctimas y sus familias en los dos casos anteriores, solo se entiende porque los que opinan sobre ambos sucesos olvidan que hablan de personas y no de personajes de la última serie de su plataforma favorita.

Byung-Chul Han en su libro La sociedad de la transparencia, sostiene que la obsesión por mostrarlo todo —vida privada, emociones, opiniones— convierte a las personas en productos. Las redes sociales promueven una cultura de la exposición constante, donde la intimidad desaparece y todo se convierte en mercancía visual. También la mayor tristeza, como es la muerte de un ser querido como un padre o una hija, acaba siendo pasto de esa cosificación. Qué horror.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor

lunes, 13 de octubre de 2025

Felicidades

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 13 de octubre de 2025)

Ayer domingo se celebró el día de la Fiesta Nacional de España. Una fecha indispensable para todos los españoles y los que viven en nuestro país. También, un motivo de orgullo porque pocas naciones en el mundo acumulan las hazañas de España. El Descubrimiento de América el 12 de octubre de 1492 es la excusa y al mismo tiempo el símbolo de lo que los españoles hemos sido capaces de hacer a lo largo de la historia. Una empresa liderada por una mujer –la reina Isabel– que exigió movilizar tecnología, recursos y talento de todo el mundo conocido, para crear una comunidad hispana de 500 millones basada en el mestizaje. No se entiende el mundo sin España, sin su ambición y coraje en sus expediciones por el mundo –Elcano o Hernán Cortes– o ya sea en el arte, la cultura y el deporte –Velázquez, Cervantes, Balenciaga o Nadal–. Por supuesto en la ciencia –Ramón y Cajal con las neuronas, Isaac Peral con el submarino, De la Cierva con el helicóptero o Margarita Salas con el ADN–, así como en la defensa de su personalidad y territorio –las batallas de Covadonga, las Navas de Tolosa o Bailén–. También una nación que ha sido capaz de transitar por la historia sin romperse y buscando la concordia tras muchas tragedias como la guerra de la Independencia, las guerras carlistas o la Guerra Civil.
Por eso, hay que felicitar a los españoles, también a todos los que viven en España, porque es una suerte pertenecer a un país con toda esa historia detrás y la que le queda por hacer. Difícil encontrar un país hoy en el planeta con unos estándares de calidad de vida tan altos; con una esperanza de vida que es la envidia gracias a su sistema de salud; con un estado del bienestar que garantiza las mejores pensiones públicas y las ayudas a los que lo necesitan; con una estilo de vida alegre y disfrutón que se palpa en cualquier calle y un país de los más seguros del mundo con unos índices de criminalidad inéditos para los que nos visitan.

Así es, por eso son apenas unos pocos millones –tres– los españoles de la diáspora y en cambio se triplican los extranjeros que optan por hacer su vida aquí. No se equivocan y por eso están de enhorabuena y este domingo también fue su día. Al igual que los casi cien millones de turistas –98 millones– que según las previsiones visitarán España este año 2025. Felicidades por elegir nuestro país y felicidades por querer disfrutar, como nosotros lo hacemos, de playas, volcanes, montañas, valles y bosques o sitios inolvidables como Toledo, la Alhambra en Granada, El Prado en Madrid, la Sagrada Familia en Barcelona, el Guggenheim en Bilbao, la ruinas romanas de Mérida, el Obradoiro en Santiago o el Acueducto de Segovia. Felicidades por levantarse cada día en un país que gracias a la Transición y a su "libertad sin ira" sigue hermanado cuando el destino se lo requiere como en la pandemia, la DANA de Valencia o el apagón. Que no se nos olvide. Felicidades. 

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

domingo, 12 de octubre de 2025

Lo que significa TACO

(este artículo se publicó originalmente en el periódico de Cataluña el 12 de octubre de 2025)

Afamados economistas e inversores han acuñado el acrónimo TACO. No significa como la palabra española taco, un exabrupto y tampoco un plato mejicano, sino que sirve para definir una estrategia económica. Usando las iniciales de la expresión: Trump Always Chickens Out (Trump siempre se acobarda) el término ha triunfado en los círculos bursátiles. Desde el profesor de NYU Nouriel Roubini, hasta Martin Wolf de Financial Times pasando por directores de estrategia de fondos de inversión han alertado de que el presidente de Estados Unidos suele dar marcha atrás en sus decisiones cuando los mercados no las respaldan. No es algo nuevo, antes le pasó a muchos otros, quizás el caso más sonado fue el de la primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, que anunció un plan de recortes que produjo una caída de los mercados tal que se la llevó por delante a ella y su plan.

Este año con Trump se ha puesto de manifiesto exageradamente todo lo anterior con el famoso "día de la liberación" que desencadenó una fuerte oleada de ventas con el correspondiente desplome de la Bolsa. Fue entonces cuando el presidente americano flexibilizó su postura y retrasó unas semanas la aplicación de los aranceles. Así seguimos ahora, con continuos cambios de las tasas, sectores y geografías. Los trumpistas defienden que es una astuta táctica de negociación, pero los inversores se quejan de que lo peor para su trabajo es no creer en la palabra del presidente del primer país del mundo, porque eso supone que no hay previsibilidad en la economía. El profesor de la Universidad de Londres, Alex Dryden, explica que si los inversores se acostumbran a las continuas rectificaciones de Trump esto acabará provocando mayor volatilidad en los mercados puesto que nadie creerá nada y cuando pasen las cosas ya será demasiado tarde y vendrán los pánicos financieros. O lo que es lo mismo una vez que los inversores empiecen a asumir que Trump siempre va a ceder, construirán sus carteras en torno a esa expectativa; los rumores de cambios económicos radicales -aumentos significativos de aranceles- comenzarán a ignorarse, y los inversores se inclinarám por posiciones arriesgadas creyendo que la escalada se evitará en el último minuto…hasta que eso no pase y el desplome sea inevitable.

Más allá de la fronteras norteamericanas, la estrategia TACO puede aplicarse a su vez a muchísimos líderes que no han cumplido su palabra, Zapatero con la crisis inmobiliaria o Rajoy con la bajada de impuestos. En esos casos también los mercados, con la famosa prima de riesgo, obligaron a dar marcha atrás. No estamos libres, por tanto, de la disciplina de los mercados o si se prefiere de los líderes que ignoran que las políticas públicas se financian con deuda que pagan inversores de todo el planeta. Eso es lo que verdaderamente significa la estrategia TACO y la lección que deberíamos haber aprendido también por estos lares tras la dureza de la crisis de 2008.

Pero me temo que estos seis meses “horribilis” de Trump con sus idas y venidas de aranceles, la guerra de Ucrania sin terminar en 24 horas, la directora de Reserva Federal que sigue en su puesto, el cierre de la administración -shutdown- y el conflicto en Gaza, no han sido suficiente. Y el peligro de la mentalidad de este acrónimo y lo que realmente es una amenaza de la estrategia TACO aquí y en Sebastopol, es que a Trump le haya sentado mal que le llamen gallina y acabe -por eso mismo- obstinándose en sus políticas para demostrar que no es ningún cobarde. Un presidente que se empecina y sigue adelante con políticas arriesgadas a pesar de todas las señales de advertencia, es un verdadero peligro en Estados Unidos y en cualquier país del mundo, incluido el nuestro.

Dicho todo lo anterior, cómo me gustaría que el acuerdo de paz en Gaza sea la excepción que confirme el acrónimo TACO. Recemos por ello.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC



sábado, 11 de octubre de 2025

De Rabat a Chequia: los zeta desafían el viejo orden

(este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el 11 de octubre de 2025)

Las imágenes de las protestas en Marruecos son algo más que unos disturbios en otra dictadura que vemos en televisión. Son toda una lección para los gobiernos de cualquier país. Jóvenes sin nada que perder enfrentándose a un régimen todopoderoso. Los chicos que protestaban en Rabat son los mismos que este verano lo hacían en Nepal, y —aunque cueste creerlo— también idénticos a los que están votando por primera vez en las elecciones de media Europa.

Son la generación Z, nacidos de 1996 a 2010, o lo que es lo mismo, jóvenes que se han educado y socializado con un internet ya implantado absolutamente. Parece mentira, pero no siempre internet estuvo en todas las casas y es que no fue hasta el cambio de siglo cuando la red llegó a la mayoría de los hogares y colegios. Pero en la vida de los Z ha estado siempre presente internet, tanto en su educación como en su ocio, lo que ha moldeado una personalidad muy diferente a generaciones anteriores.

¿Qué es lo que tiene que ver internet y las redes sociales con la forma de ser una cohorte de edad? La respuesta es sencilla. La red de redes les ha hecho impacientes, ya que todo es inmediato, desde una compra a la reacción de un amigo, pasando por el siguiente episodio de la serie de turno. También les ha dado un poder para poner en cuestión a sus mayores, porque los canosos no son nativos digitales como ellos y están anticuados en casi todo lo que les interesa a los jóvenes. Por último, esa misma tecnología, les ha frustrado porque las aplicaciones digitales han abierto una ventana a un mundo ideal, que no siempre pueden alcanzar.

La revuelta marroquí, bautizada como GenZ 212, por esta cohorte generacional y por el código telefónico del país alauí, es un caso de estudio de todo lo anterior. En un Marruecos dual, con infraestructuras modernas construidas para el Mundial de fútbol, mientras las casas siguen destruidas dos años después del terremoto del Atlas; los mismos jóvenes que saltan la valla de Melilla han saltado las barreras policiales. Imposible parar los pies a un movimiento sin líderes, sin partidos, sin convocantes, que se gesta en la inmediatez de un servidor de Discord o se difunde a golpe de video en TikTok.  Todo un desafío al statu quo que viene de los de abajo. Las élites, el poder y el ejército impugnados por una juventud que grita "menos estadios, más hospitales".

Marruecos, como este verano fue el Nepal, nos recuerdan que los miembros de generación Z, con esa impaciencia de nativos digitales, no están dispuestos a esperar que las cosas cambien. Si el sistema les falla, se saltan todas las convenciones para expresar su disconformidad utilizando los canales digitales que tanto dominan sin medir las consecuencias de sus actos. Pero no hay que alejarse tanto de esos lares para sacar conclusiones, ¿acaso los jóvenes que votan por primera vez masivamente a partidos fuera del sistema en todas las democracias de Occidente, no es una forma de rebelarse como la de Marruecos?

Los Zeta son un grupo de edad que comparte los rasgos recién descritos: la inmediatez, la irreverencia e incertidumbre. Todo al instante gracias a una milagrosa tecnología que les permite resolver cualquier duda con la IA.  Son irreverentes porque no respetan lo establecido, ya sean sus partidos, sus profesores o sus jefes. Y sin garantía alguna de poder tener el bienestar del que gozaron sus padres, más bien al contrario.

Lo que estamos viendo también en Perú, Indonesia o Filipinas, demuestra que la generación Z es consciente de su poder, de que la tecnología amplifica sus demandas y han decidido empezar a usarla contra el poder. Los jóvenes marroquíes, con sus smartphones en mano, no solo piden un hospital decente o un trabajo, están llamando a la puerta de una nueva era. Pero que nadie se engañe, porque eso no va solo de países como los anteriores. Aquí y ahora está pasando. Cada convocatoria electoral en Europa nos demuestra que usan las urnas para protestar, votan para desafiar el orden establecido y forzar las costuras de las democracias.

Es fácil entender el descontento en Tánger, pero no tanto en Múnich o en La Haya. Apoyamos la rabia de los jóvenes en Katmandú contra los políticos corruptos, pero nos rasgamos las vestiduras al ver los resultados electorales en Budapest o Praga. No nos damos cuenta de que en todas esas ciudades la causa es la misma y los protagonistas, idénticos. Por si fuera poco, animo a que el lector agudice ahora la vista. En todas esas partes del mundo, hay una imagen que acompaña a los jóvenes cuando salen a la calle: una bandera pirata. No es una cualquiera, porque la calavera sonríe y lleva un sombrero de paja. Es el emblema de un personaje de cómic convertido en videojuego, que lucha contra la injusticia y la corrupción. Y nosotros sin enterarnos.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 29 de septiembre de 2025

Ética o estética

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 29 de septiembre de 2025)

Se parecen mucho estas dos palabras. Las dos proceden del griego, ética viene de ethos, que puede traducirse como el carácter o las costumbres y, en cambio, estética viene del vocablo aisthesis, algo así como las sensaciones o las percepciones que tenemos. También ambas tienen su origen en la filosofía, es decir, en esas grandes preguntas que el ser humano se ha hecho sobre la vida. La ética nos dice cómo comportarnos y la estética por qué percibimos algo como bello o feo.

Quizás por todo lo anterior o porque ética y estética se escriben casi igual, ya que empiezan y terminan con las mismas letras y en el medio hay una t, tengo la sensación de que cada vez se confunden más esas dos palabras. La razón me temo que reside en este mundo tan acelerado en el que vivimos con poco tiempo para reflexionar y la necesidad, al mismo tiempo, de contar cada cosa que hacemos y pensamos. La irrupción de la inmediatez de las redes sociales, con una ventana tan pequeña de atención de la que disponemos y la exigencia de usarla para seguir existiendo como profesional o como persona, nos lleva a asumir los códigos de los influencers: generar impacto, bueno o malo, pero que no se olvide nuestra huella digital.

De modo y manera que cuestiones complejas se despachan con un exabrupto; situaciones trascendentales de la vida se explican con una foto o una canción; cambios profesionales relevantes con un emoji y el posicionamiento ante los conflictos del mundo se resume en los colores de una bandera o una palabra fetiche.

Conviene recordar que la ética alude a lo que está bien hecho y la estética a que lo hecho sea bonito. Pero la necesidad de contar en muy poco tiempo conceptos y situaciones complejas nos ha hecho optar por la estética en detrimento de la ética. Importa más el cómo que el qué, es decir, que lo que pongo en redes sociales sea estético, me ayude a tener más seguidores o una mejor imagen vale más que si está pensado, argumentado y acorde con mi escala de valores y la de la sociedad en la que vivo.

Nos hemos olvidado con tanta batalla cultural que lo importante es la ética, que los comportamiento son correctos más allá de la estética de qué experimentarán mis seguidores cuando lean mi post.

Lo grave es que la forma de comportarse en las redes sociales se ha exportado al resto de ámbitos de la vida. Nos hemos contagiado de tantas horas en internet y cuando estamos con amigos, en familia, pero también en el trabajo reproducimos los códigos de las redes sociales. Cada vez dedicamos menos tiempo a los que queremos, pero también menos tiempo a pensar el porqué de las cosas y por supuesto a reflexionar sobre lo que está bien o mal. Solo pensamos en despachar rápido cada tarea -eso sí, quedando bien- para ir a por la siguiente. Y nos hemos olvidado de que la vida no son posts con reacciones sino personas con sentimientos.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Me suena mucho

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el 24 de septiembre de 2025)


Cuando estos días oigo "del río hasta el mar. Palestina libre" dicho por Irene Montero, me acuerdo de lo que repetía en los años 90 Arnaldo Otegi "del río Ebro hasta el río Adur. Gora Euskalherria" . Y también ahora que se pregonan boicots contra un país como Israel y sus empresas, recuerdo perfectamente al partido que apoyaba a ETA, Herri Batasuna, empapelar las calles vascas para que no se comprasen productos franceses porque la Gendarmeria empezaba a desmontar el santuario galo etarra.

Qué decir de esta temporada en la que nos olvidamos de los secuestrados por la Gaza de Hamás casi como de Ortega Lara después de un año en un zulo recóndito. Y por supuesto las justificaciones que oímos de los atentados de Hamás como los del 7 de octubre de 2023, son las mismas que se usaban tras las acciones terroristas de ETA, básicamente que algo habrían hecho las víctimas.

Es un patrón común que usa el terrorismo en todo el mundo para disfrazarse de defensor de causas justas. En Palestina la existencia de su pueblo, en el País Vasco, la lucha contra la dictadura y por las libertades. Y con esa bandera, lograr que se olvide que usan el terror indiscriminadamente incluso con su gente. Acaso no tiene Hamás secuestrada a la población gazatí como el terrorismo etarra tuvo a cientos de miles de vascos subyugados. O no es verdad que el gobierno de Gaza prohíbe con la muerte toda libertad religiosa, de expresión o sexual como ETA impedía con las pistolas la disidencia o la resistencia al terror. Y siempre son los mismos socios y los mismos aliados. Hamás recibe las armas de Irán y el apoyo de la izquierda europea, pero esos mismos también lo hicieron con la banda armada vasca cuando creyeron su supuesta lucha romántica.

Hoy todo se ve más claro porque la excusa que esos mismos usan de la defensa de los derechos humanos (¡claro que es un drama lo que está pasando en Gaza y todos los vemos día a día!) no se sostiene por la coexistencia de otros desastres humanitarios como la guerra rusa contra Ucrania en los que no se les ha escuchado ni una palabra de queja. Tampoco boicot alguno al equipo de emiratos árabes (UAE) en La Vuelta a pesar de que ese país pisotea esos mismos derechos humanos. Y ni mucho menos queja algún contra las atrocidades -acreditadas por la ONU- del régimen chavista en Venezuela.

Pero al igual que con el asunto de ETA, los territoristas y sus amigos con una mano apuntaban la pistola al Estado y con la otra cobraban de sus subsidios y pensiones; con sus palabras despreciaba a España y con sus hechos se aprovechaban de la inmunidad parlamentaria de su brazo político. Ahora los que usan la causa palestina contra Eurovisión se quedarán mudos en La Liga por mucho que haya equipos con accionistas hebreos.

O pondrán -sin problema moral alguno- de fondo de pantalla en su móvil la bandera de Palestina aunque ese teléfono se haga en gran parte con tecnología y componentes made in Israel. Sus ensaladas seguirán aderezadas con tomate cherry por muy de Israel que sea esta verdura porque no conviene comer insano. Y sus ordenadores continuarán protegidos con antivirus diseñados en Haifa.

Es que alguien duda que el activismo antisemita se ejerce cuando sirve para tumbar un gobierno o sostener a otro. Pero no sirve, si eso acaba enfadando a los futboleros que son legión, o hace inviable ser vegetariano y por supuesto si deja sin protección ordenadores ante piratas informáticos o impide usar el móvil para difundir en redes sociales las fotos de desnutridos niños gazatíes. Ahí ya no hay embargo ni causa por la que luchar, porque ¡cómo vamos a quedarnos sin futbol el domingo o sin móvil con lo que cuesta tener seguidores en instagram!

Iñaki Ortega es doctor en economía