(este artículo se publicó originalmente el día 1 de septiembre de 2025 en la revista de la asociación de jóvenes empresarios de España -CEAJE-)
La historia tiene casi tres mil años, pero sigue siendo actual. La Odisea, sería hoy una novela de aventuras, aunque está escrita por Homero como un poema épico ambientado en la Grecia del siglo XII antes de Cristo. Cuenta las hazañas de Ulises para poder regresar a la isla de Ítaca -junto a su mujer y su hijo- después de tener que huir por la guerra de Troya. Son diez años de peligros, de éxitos y fracasos. Ulises navega en un barco por el Mediterráneo afrontando amenazas de las que no siempre sale triunfante y que le lleva incluso a naufragar o perder gran parte de su tripulación. Durante ese viaje una isla en la que al comer una planta se pierde la memoria, otra en la que habita un monstruo cíclope, un mar con vientos ingobernables, engendros marinos de seis cabezas, remolinos gigantes y un rayo de sol que hunde su nave.Pero uno de los episodios más emblemáticos es el del canto de las sirenas. Las sirenas eran criaturas mitológicas que vivían en una isla y cantaban melodías tan bellas que los marineros, al escucharlas, perdían el juicio, estrellaban sus barcos contra las rocas y morían. Ulises, advertido por una maga de esta situación, decide encarar el peligro con su propia estrategia: ordena a sus hombres que se tapen los oídos con cera para no escuchar el canto, y les pide que lo aten al mástil del barco. Les prohíbe soltarlo de las ataduras, por mucho que él lo suplique. Y así ocurre. Cuando el barco se acerca a la isla de las sirenas, nuestro protagonista escucha el canto: promesas de sabiduría infinita, de gloria, de conocimiento absoluto. Se desespera, grita, suplica que lo liberen. Sus hombres, fieles a las instrucciones recibidas, lo mantienen atado. De modo y manera que el barco sigue su curso sin hundirse, y cuando el canto se desvanece, la tripulación -incluido Ulises- recupera la calma. Ha vencido la tentación, no por su fortaleza, sino por conocer su debilidad y asumirla como tal.
Este episodio de La Odisea es mucho más que una anécdota mitológica. Es una enseñanza que cualquier líder debe tener presente para afrontar un desempeño repleto de incertidumbres. Ulises sabe que no puede confiar en su fuerza de voluntad al mismo tiempo que no tiene duda alguna del peligro de las sirenas. No sobrestima sus capacidades ni subestima los riesgos. Y por ello diseña un sistema sencillo e invencible: atarse al mástil.
No son pocos los riesgos que ahora tenemos que encarar y muchas veces los minusvaloramos porque lo que vale es el fin y no los medios. Un atajo para conseguir los resultados comprometidos, un truco contable para alcanzar indicadores del ejercicio, ahorros en servicios necesarios para cuadrar objetivos, posponer inversiones para maquillar pérdidas, hasta bordear la ley para conseguir ese importante contrato o falsear currículos o experiencia para cumplir con determinados requerimientos.
También nos creemos más fuertes de lo que somos y pensamos que nosotros no caeremos ante las tentaciones del momento que nos ha tocado vivir, como la adulación gratuita, el egocentrismo de las redes sociales, la autosuficiencia del líder o la soberbia del poder.
No hay que viajar en el tiempo miles de años ni al mar Egeo para ver ejemplos de lo anterior también en nuestro entorno. Directivos que incumplen las normas que ellos se han impuesto, jefes que hacen lo contrario de lo que exigen a sus subordinados, ejecutivos soberbios y maleducados con todos menos con lo de arriba o -como hemos visto últimamente- líderes que falsean sus biografías para presumir de lo que no son. Pero también dirigentes que no preparan sus intervenciones, portavoces que balbucean respuestas incongruentes o presidentes con incontinencia verbal cuando lo que toca es escuchar y estar callado. Atarse al mástil no solo sirvió a Ulises para salir vivo en el mar Tirreno del peligro de las ninfas, sino que hoy es igualmente útil para afrontar una crisis empresarial con inteligencia o cada uno de los habituales momentos de la verdad a los que se enfrenta un directivo en su quehacer diario. Atarse al mástil ante preguntas incómodas o frente a impulsos irracionales y por supuesto para frenar la vanidad del éxito.
La Odisea termina con Ulises recuperando a su familia en Ítaca. Aunque el verdadero triunfo, en mi opinión, fue mucho antes, en el momento que asumió su condición débil y se ató al mástil, porque era más fuerte la soga que su voluntad, y eso le permitió salvar la vida. En ocasiones el mayor acto de inteligencia es no creer que eres tan inteligente. Y en el desempeño empresarial más todavía.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

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