lunes, 13 de enero de 2025

Las vidas del cura Lezama

 (este artículo se publicó originalmemte en el diario económico La Información el 13 de enero de 2025)



Hubo una época, no tan lejana, en la que era difícil que en cualquier tema relevante en España no estuviese Luis Lezama. Le encantaba ser “el perejil de todas las salsas”, esta expresión viene al caso porque el cura Lezama tuvo en la gastronomía una de sus grandes pasiones y además empastaba, como ese condimento, con todo y siempre con alto rendimiento.

Luis Lezama nació en 1936 en la localidad alavesa de Amurrio, tierra de industriales, también de vascos de profundas creencias católicas y de aguerridos servidores públicos, que sin duda marcaron su trayectoria, además de sus estudios en los jesuitas de Bilbao. Tras abandonar el País Vasco para matricularse de nuevo con la Compañía de Jesús en su escuela de ingeniería en Madrid, en 1962 coge los hábitos en el seminario diocesano para poder ayudar a los más necesitados como sacerdote. Ya en su primera parroquia, en Chinchón, demuestra su carácter iconoclasta, se le conoce como “el cura de los maletillas” y descubre un “milagro” que le acompañará toda su vida hasta su muerte: la educación es el arma más potente para luchar contra la miseria.

Es en esos años cuando dos sucesos impactan en la vida de Lezama. En primer lugar, su relación con el padre Llanos -el “cura obrero”- en la parroquia de Entrevías de Vallecas y su descubrimiento de la importancia de los medios de comunicación para conseguir resultados pastorales. Estos dos elementos se entrelazaron en su carrera: ayudar a los más pobres y darle difusión para levantar fondos y conseguir llegar más lejos. A finales de los años sesenta se enrola como corresponsal en la Guerra de los Seis Días y es herido de bala en Siria. En los siguientes años no solo consigue su licenciatura en periodismo sino ser premiado con el Ondas; participar en la creación de Radio Popular y la COPE y entrevistar a los supervivientes de la tragedia de los Andes.

Con ese bagaje en 1974 crea la Taberna del Alabardero para crear empleo, pero sobre todo enseñar un oficio a chicos de los barrios marginales de Madrid. La iniciativa se convierte rápidamente en un éxito mediático. Al mismo tiempo que daba trabajo a personas en riesgo de exclusión, sus establecimientos se convirtieron en lugares de encuentro de las personalidades políticas más diversas de la época, en plena transición a la democracia. Lezama por entonces servía, además, como secretario del Cardenal Tarancón, figura clave para la reconciliación nacional, y muchos de los grandes acuerdos entre diferentes de esa época se “cocinaron” en su taberna en la que era habitual ver a políticos de toda ideología.

El cura Lezama no paró los siguientes años hasta convertir su iniciativa en una escuela de hostelería que se extendía por el mundo con emblemáticas sedes en Andalucía (Sevilla y Málaga) y Estados Unidos (Washington y Seattle) entre otros lugares. Un auténtico emporio que no solo hizo posible que miles de chavales se ganaran un jornal de forma digna, sino que además hiciesen la vida más alegre con sus dotes culinarias.

Con el nuevo siglo Luis Lezama vuelve a responder a la llamada diocesana y asume la parroquia de un nuevo barrio en Madrid, Montecarmelo. Lejos de aburguesarse después de tantos éxitos, innova de nuevo para canalizar las numerosas peticiones de empleo de sus feligreses creando una incubadora de empresas, en la que moviliza a todos sus conocidos, entre los que yo me encontraba, para egresar emprendedores en la sacristía de la iglesia. De ahí a crear el primer colegio del barrio, Santa María La Blanca, en recuerdo de la patrona de la capital de Álava, hasta convertirlo diez años más tarde en uno de los 50 colegios más innovadores del planeta. Ahora estaba volcado en lograr en la costa del sol la mejor universidad de gastronomía del mundo con los aprendizajes de haber creado en 1993 en Málaga su escuela de hostelería y sus miles de egresados.

En esto le ha pillado la muerte al cura Lezama, pero su Fundación Iruaritz Lezama mantendrá su legado, sin duda basado en tres pilares como son la educación, el emprendimiento y la comunicación. Iruaritz es el nombre del caserío de Amurrio de la familia Lezama en el que se crió Luis. Esa palabra en euskera significa “tres robles”, efectivamente el edificio se ha mantenido en pie durante generaciones al estar hecho en roble pero no tengo duda que el trabajo del cura Lezama seguirá en pie para siempre sujetado por la ayuda de Dios y de esos tres robles del nombre de su Fundación que son esas tres herramientas que tanto necesita cualquier sociedad. DEP

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

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