viernes, 1 de marzo de 2024

Kennedy tenía razón

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 19 de febrero de 2024)


El que fuera ministro de Podemos, Alberto Garzón anunció hace unos días su fichaje por una agencia de lobby. Al día siguiente tuvo que renunciar por las presiones de sus colegas de ideología, muchos de ellos hoy en Sumar. Me temo que no solo en la cabeza de los militantes de izquierdas, sino en una parte importante de la sociedad, la actividad del lobby es una de las menos honorables. Pero no siempre fue así.

Corría el año 1869 y un héroe de guerra presidía los Estados Unidos de América. El general Ulysess S. Grant había liderado el ejército unionista que había vencido a los esclavistas en la guerra de secesión. El militar acostumbrado al trato con la leva se resistió a encerrarse en las cuatro paredes de la Casa Blanca y todas las tardes las pasaba en el Hotel Willard a escasos metros de la residencia oficial. Con un puro en una mano y en la otra un whisky, paseaba por el lobby del hotel deseando escuchar a unos y otros. Rápidamente la costumbre del 18º presidente americano se hizo conocida y personas de todo el país comenzaron a presentarse en el recibidor del hotel para trasladar sus cuitas. La leyenda cuenta que Grant no tomó la decisión de irse al hotel sino su mujer, harta del fuerte olor de los habanos. Sea como fuere, ciudadanos de toda condición vieron una oportunidad para trasladar directamente al mandatario, sin intermediarios, sus demandas en todo lo relativo a las políticas públicas. Vecinos aislados que reclamaban una línea de ferrocarril, comerciantes ahogados por los precios de los monopolios o viajantes atracados por forajidos trasladaban sus propuestas de nuevas regulaciones e inversiones en seguridad en estos ratos de cigarros y licores.

Pasaron los años y la Casa Blanca se amplió con la famosa Ala Oeste, los presidentes dejaron de visitar el vestíbulo del hotel, pero el término de lobista se consagró para referirse a aquellos que defienden sus intereses ante la administración pública. En Europa no tuvimos un Hotel como el Willard, pero todas las cámaras legislativas, sea en el Reino Unido o en España y ahora en Bruselas, tienen sus lugares de encuentro en los que los políticos se cruzan con periodistas, colegas o representantes de sectores afectados por alguna regulación. Esos salones conocidos como lobbies en el mundo anglosajón, en castellano son los salones de los pasos perdidos y los encontramos en el Senado y el Congreso de Madrid, pero también en Uruguay o Perú. Grandes vestíbulos de entrada a las cámaras de representantes donde se cruzan los pasos de los visitantes con los de los políticos.

Desde Grant a John F. Kennedy muchos presidentes se alojaron en la Casa Blanca, exactamente diecisiete, pero a pesar del tiempo, JFK como el militar, quiso hablar de los lobistas. Son aquellos “que me hacen entender un problema en 10 minutos, mientras que mis colaboradores tardan tres días”. Esos encuentros fugaces con los gobernantes y la necesidad de explicar en poco tiempo problemas complejos, exigían altas dotes de comunicación y de conocimientos para sintetizar propuestas de cambios legislativos.

Los años han pasado y las leyes regulan esta actividad, miles de profesionales trabajan en este sector que no dejará de crecer mientras lo haga el impacto de lo público en la actividad privada. Una economía de mercado dinámica necesita herramientas y profesionales confiables que permitan la colaboración público privada desde el respeto mutuo. Antes de lo de Garzón y después.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

No hay comentarios:

Publicar un comentario