(este artículo se publicó originalmente el día 4 de enero de 2024 en el periódico El Debate)
José Antonio Llorente murió el pasado 31 de diciembre, idéntica fecha en la que también falleció Unamuno. Casi un siglo separa sus vidas, pero José Antonio tuvo siempre claro que en la España que a él le tocó vivir, nació en M
adrid en 1960, sin innovación no había futuro. Y el vehículo que se lo permitíó fue la empresa. Tras estudiar periodismo en la Universidad Complutense y completar su formación en Inglaterra y Estados Unidos descubrió su vocación por la comunicación corporativa. Ya en España se puso a trabajar en la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) y el trato con los grandes empresarios de la época le llevó confirmar su vocación al mismo tiempo que su impulso a cambiar viejos paradigmas. De ahí, Llorente pasa a dirigir en Madrid la empresa líder en el mundo de las relaciones públicas, Burson&Marsteller.
Como Unamuno también llegó el momento en el que les dijo a sus patronos de Nueva York «venceréis pero no convenceréis» y tras pedir la cuenta, crea en 1995 su propia empresa: LLYC (Llorente&Cuenca) para poder liderar en el mundo y desde España la innovación en el sector de la comunicación corporativa. Primero incorporando un lobby profesional y transparente, luego el marketing y la mejor publicidad y siempre con la creatividad y digitalización por bandera. La empresa que presidió José Antonio hasta el día de su muerte es una empresa de socios talentosos, la líder indiscutible en el mundo de habla hispana, cotiza en Bolsa, tiene más 1.200 empleados, sede en 12 países y presencia creciente en Estados Unidos. Pero lo que es más importante, la compañía que creó JALL ha ayudado a miles de empresas españolas y del mundo a ser mejores; ha sido semillero de más de cinco mil profesionales que han construido una industria exnovo desde España para servir al mundo. Cada uno de ellos, hoy en las mejores empresas de todos los sectores o en la función pública, saben que José Antonio defendió el principio de mérito y capacidad por encima de cualquier otra consideración.
José Antonio decidió acabar con el mito de Unamuno y lo consiguió de la mano, cómo no, de una empresa -la suya- al igual que una armada de empresas españolas en los últimos cincuenta años han logrado que nuestro país sea sinónimo de innovación en todo el planeta.
Unamuno murió un día de Nochevieja, dicen que sin haber conseguido el premio Nobel por infaustas presiones. José Antonio Llorente ha muerto esta Nochevieja con miles de premios en las vitrinas de las oficinas de su empresa pero, sobre todo, con el premio de la admiración de las empresas y las personas que tuvimos el honor de trabajar con él. DEP.
Iñaki Ortega es doctor en economía y director general de LLYC en Madrid
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