(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 18 de mayo de 2020)
Será nostalgia por no pisar la playa o que el mar ayuda a plasmar sentimientos complejos, pero llevo toda la crisis del coronavirus acordándome de las mareas. Como nací en el Norte estoy acostumbrado a que para llegar a la orilla tengas que andar cientos de metros o apenas unos pasos en función de la hora del día que visites la playa. Recuerdo como en septiembre llegaban las mareas vivas y en la bajamar la playa se volvía inmensa para al cabo de unas pocas horas desaparecer hasta el último grano de arena por la pleamar.
La pandemia ha cambiado nuestras vidas y hemos descubierto muchas cosas que hasta entonces estaban ocultas. Como si antes del Covid19 viviéramos en un permanente estado de pleamar en el que la inmensidad del agua ocultaba todo lo que había debajo. Pero de repente el confinamiento ha hecho que ese mar se retirase y dejase al descubierto, como en esas playas del Cantábrico, algas y rocas puntiagudas, blancas arenas, viejas barcas hundidas o sucios lodos.
En esta marea baja que ha traído este maldito virus han emergido verdades olvidadas como que es mejor tener una buena casa que un buen coche, que los ahorros sirven porque son para estas situaciones, que se puede mantener amigos aunque no los veas, que la tecnología no es tan fría sino que puede hasta ser entrañable o que pasábamos demasiado tiempo corriendo de un lado para otro y muy poco con los que más queremos. Que los juegos de mesa hacen familia y la cocina también. Que el wifi en casa no es un gasto sino una inversión porque te permite trabajar, estudiar o divertirte. Que vivíamos como ricos y en realidad éramos pobres o que los viejos álbumes de fotos eran las redes sociales de antaño. Que ahora sabes con qué pocos puedes contar y antes, cuando todo era más fácil, eran multitud (y que esta verdad no solo aplica solo para tus amistades sino también en el trabajo). Que tener un empleo es un tesoro, que ser autónomo una profesión de alto riesgo, que hay muchos buenos empresarios y que tener un médico cerca es más importante que ganar mucho dinero. Que se puede rendir sin necesidad de tener a tu jefe encima o que el escaqueador de antes lo sigue haciendo ahora. Que el que llegaba tarde por el atasco sigue haciendo esperar a todos en las reuniones por Internet o que no echamos de menos cosas que hace dos meses hubiéramos matado por ellas.
Las mareas más vivas se dan con la llamada superluna es decir cuando este astro, el sol y la Tierra se encuentran perfectamente alineados y la gravitación es tan fuerte que el mar puede llegar a bajar y subir hasta cuatro metros de altura. Este supervirus también con su fuerza destructiva nos ha dado, como la marea baja, una nueva perspectiva de nuestras vidas que ojalá nunca olvidemos.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR
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