(este artículo se publicó en la revista Ipmark el día 15 de marzo de 2016)
Cuando en 1971 Klaus Schwab fundó desde su cátedra universitaria de Ginebra el Foro Económico Mundial, que cada año reúne en la estación de esquí suiza de Davos, a las instituciones y directivos más poderosos del planeta, nunca pudo imaginar cómo la tecnología lo iba a cambiar todo.
Cuando en 1971 Klaus Schwab fundó desde su cátedra universitaria de Ginebra el Foro Económico Mundial, que cada año reúne en la estación de esquí suiza de Davos, a las instituciones y directivos más poderosos del planeta, nunca pudo imaginar cómo la tecnología lo iba a cambiar todo.
En las primeras semanas de este año,
coincidiendo con una nueva edición del foro de Davos, se ha escuchado afirmar al
alemán Schwab que estamos a punto de ser arrastrados por un tsunami tecnológico
que cambiará el mundo en el que vivimos de forma que aún no podemos ni
imaginar. La cuarta revolución industrial será la de las fábricas inteligentes
y tomará el relevo de la primera revolución del siglo XIX con la máquina de
vapor, de la segunda con la producción masiva y de la tercera con la incorporación de los ordenadores. Esta
industria 4.0 es la de una nueva economía de máquinas inteligentes. En opinión
del viejo profesor alemán, como rezan las crónicas de los debates de estos
días, en los próximos diez años vamos a ser testigos de transformaciones más
profundas que las experimentadas en todo un siglo. La tecnología va a
cambiar radicalmente la forma en la que hacemos negocios, compramos y
producimos, pero también cómo nos relacionamos, accedemos a la información
e influimos en la sociedad. Todos estos avances científicos suponen una
excelente oportunidad para la creación de nuevas empresas que solucionen
problemas de nuestro mundo.
El filtro por el cual ese potencial de
avances tecnológicos se materializará en realidades son los emprendedores.
Nunca antes en la historia las ideas de los emprendedores han sido capaces de
ponerse en marcha de un modo tan rápido y sencillo. Estos innovadores atraen
fondos y talento de todo el mundo y pueden conseguir un mundo mejor con sus
disrupciones.
También en estos días ha visitado
Madrid, invitado por la Fundación Everis, David Roberts, antiguo militar y
banquero; hoy profesor, emprendedor y filántropo. Con un mensaje optimista,
Roberts encara los negros augurios sobre la economía mundial, afirmando que se
crearán muchas nuevas profesiones para reemplazar a las que van a destruirse,
en campos como la energía, el medioambiente, inteligencia artificial,
bioinformática, biología sintética… Roberts es también Vicepresidente de la
universidad fundada por Google y la NASA con sede en Silicon Valley. La
Singularity University toma su nombre del término científico “singularidad”.
En el análisis
matemático se usa para aludir a ciertas funciones que presentan comportamientos
inesperados cuando se le asignan determinados valores a las variables
independientes. La singularidad
tecnológica se da en un hipotético punto a partir del cual una civilización sufre una
aceleración del progreso técnico que provocaría la incapacidad de predecir sus
consecuencias.
En España también vivimos tiempos de
singularidad. En nuestro entorno pasan cosas inesperadas, y la incertidumbre se
ha instalado en nuestras vidas. Pero como nos recuerdan desde Davos, Suiza y
desde Silicon Valley, Estados Unidos, estamos en un momento inédito en el que
lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no acaba de morir. Por primera vez en la historia para
protagonizar la revolución que viene, ya no hace falta estar en un lugar
determinado del mundo o pertenecer a un grupo social, es posible formar parte
de esa vanguardia para todos gracias a la tecnología. Una reciente
investigación de la Universidad de Deusto ha estudiado la generación z, llamada así porque va detrás de la generación y -los millennials- que a su vez fueron precedidos
por la conocida como la generación perdida, la x. Los z, están saliendo de la
universidad en este momento, nacidos entre mediados de los noventa y la primera
década del nuevo siglo, son la cohorte de edad con mayores posibilidades de
informarse y de transmitir información, de desarrollar proyectos de toda índole
gracias a su conectividad global, de expresar su creatividad y de colaborar en
proyectos sin que las distancias supongan una barrera.
Y es en el tratamiento de la información
en lo que encontramos una de las mayores diferencias intergeneracionales. La generación
z no ha sido entrenada para reconocer el principio de autoridad de los emisores
de información. Han crecido en un entorno igualitario en el que todo tipo de
voces discordantes tienen igual altavoz. Dan igual jerarquía a todos los
emisores. Y a la vez, entienden la información como algo modificable y
fusionable, y no conocen límites a la hora de transmitir información de forma
masiva.
En definitiva, estamos ante una
generación que, con las oportunidades adecuadas, está en disposición de mejorar
el mundo y sacar lo mejor del imparable desarrollo tecnológico. Están más
preparados para trabajar globalmente en equipo, para aportar y trabajar en
entornos diversos, para innovar desde su propia experiencia. Son tolerantes y
más éticos y generosos por naturaleza, más abiertos a compartir el conocimiento
y defensores del acceso generalizado a la información. Son conscientes de que
deberán estar aprendiendo toda su vida, y de que es posible aprender de todo y
de todos. El mundo, muy pronto, estará en sus manos y lo van a revolucionar. Esta
nueva época, con ellos, abre inmensas posibilidades para conseguir un mundo
mejor donde el ser humano vuelva a ser el centro de atención de la acción de
los gobiernos y las empresas.
Iñaki Ortega es doctor en economía y director de Deusto Business School en
Madrid.
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