martes, 23 de diciembre de 2025

Cualquier tiempo pasado fue mejor

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 22 de diciembre de 2025)

Parece que hay unanimidad: es uno de los peores momentos de la historia reciente para ser joven. Los datos se amontonan encima de la mesa y en nuestras cabezas. Hay uno que sobresale sobre todos ellos, el encarecimiento del precio de la vivienda -en propiedad o alquiler- que impide la emancipación de las nuevas generaciones. Aunque la precariedad de los puestos de trabajo tampoco se queda atrás, bajos salarios y empleos de baja cualificación con apenas estabilidad. Hasta ahí los principales argumentos de los demiurgos del pesimismo juvenil -sesudos y canosos profesores- que suelen adornarlos de datos estadísticos como el poder adquisitivo o los salarios reales. Incluso con atrevidos argumentos como que los mayores roban a los jóvenes con las pensiones y ocupando las mejores posiciones del mercado laboral.

Esta semana asistí al Premio Nacional Joven Empresario y su presidente defendió ante tanto catastrofismo celebrar la juventud actual. Fermín Albaladejo usó 1983, la fecha de creación de la asociación de emprendedores, CEAJE , para luchar contra el pesimismo de los menores de cuarenta años. Explicó que en ese año la tasa de paro juvenil era del 50%, hoy no llega al 25%; las hipotecas para comprar una casa exigían tipos de interés del 20%, hoy son un 3%. Entonces apenas el 20% de los jóvenes tenían estudios universitarios, hoy mas del 50% ha pasado por la universidad.

De hecho, ese año se creó una asociación para propiciar vocaciones empresariales porque nadie quería ser empresario, cosa que hoy hemos asumido como una opción más para el desarrollo profesional. Sus palabras me llevaron a pensar en mis veinte años en esa década ochentera: solo un puñado de privilegiados había cogido un avión o había visitado el extranjero, hoy es difícil encontrar un joven que no viaje por placer; comer fuera de casa era un lujo al alcance de muy pocos, hoy los jóvenes pagan por comer fuera pero también dentro de casa; los becarios ni soñaban con un sueldo y se celebraba la oportunidad de ganar experiencia, hoy todos están asegurados y con una mínima remuneración; el ocio era un lujo condicionado a los ingresos de un trabajo, hoy divertirse no es una opción, parece una obligación.

El poeta Jorge Manrique hace seis siglos dejó escrito en su famosa Coplas a la muerte de su padre, los versos que titulan este artículo "cualquiera tiempo pasado fue mejor". En 1476 ya se pensaba así. Se idealizaba el pasado. El ser humano tiende a la nostalgia, ahora y hace más de 500 años. Y tiene una explicación sencilla, la supervivencia. Los teóricos de la psicología conductual hablan del sesgo de retrospección idílica. De todo lo vivido, filtramos lo negativo y exageramos lo positivo precisamente para reducir la ansiedad presente y así afrontar con autoestima -basada en éxitos de ayer- el futuro.

El psiquiatra español Rojas Marcos, responsable durante décadas de los servicios de salud mental de la ciudad de Nueva York, defiende que un ingrediente de la felicidad es la mala memoria. Su tesis es que debemos ser capaces de olvidar las cosas malas del pasado para poder superarlas. En cambio, si recordamos lo mejor de antiguas experiencias fortaleceremos una actitud optimista que nos ayudará en la vida. Quizás por eso triunfa eso de que los jóvenes vivirán peor que sus padres, para no recordar lo difícil que fueron los 80 para sus mayores. Pero conviene de vez en cuando recordarlo, para valorar lo que se tiene y lo que no se tenía hace 40 años.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

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