(este artículo se publicó originalmente el día 12 de julio de 2021 en el diario 20 Minutos)
Yuval Noah Harari es un brillante historiador que ha arrasado con sus libros en todo el mundo. Seguro que te suenan títulos como Sapiens o Homo Deus. En su obra alerta de que nos hemos llegado a creer dioses y que podemos resolver cualquier problema, pero en ocasiones la realidad es muy diferente. Hace un tiempo este profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén colgó un video en el que explicaba que la inteligencia artificial podrá ser capaz de saber la orientación sexual antes que el propio adolescente, simplemente por los datos acumulados de su navegación en internet o redes sociales. Esa información tan personal utilizada al antojo de los intereses comerciales de quien la posea sin importar las consecuencias que ello tenga en la integridad del joven en cuestión, nos exige estar muy alertas.
Harari explica que hemos sustituido a Dios por una suerte de nueva religión conocida como dataísmo. El dataísmo es una ideología emergente que «no venera ni a dioses ni al hombre: adora los datos». El nuevo término ha sido utilizado para describir la importancia absoluta que en este momento tiene interpretar los datos ya que «el flujo de información es el valor supremo y la libertad de la información es el mayor bien de todos».
Otro profesor, esta vez español y de Deusto Business School, David Ruiz, me contó hace unos días que mediante la analítica de datos se puede llegar a predecir los delitos que se van a producir en una ciudad. No es ciencia ficción, la película Minority Report que se estrenó en 2002 es ahora real y hay ciudades españolas que tienen sistemas predictivos como el filme de Spielberg. Ruiz junto a otro docente, Carlos Arciniega, esta vez de la EAE Business School son capaces de saber con antelación el número de clientes que se darán de baja de una compañía telefónica o cuántos parabrisas se romperán en el próximo mes ¿Magia? No. Simplemente capacidad de procesar e interpretar datos.
Esta magia puede ser blanca o negra. Buena o mala. Y dependerá de quién la practique, pero hay que saber que hoy los magos de los datos son los matemáticos. Necesitamos matemáticos que nos ayuden a usar la tecnología para el bien. Pero a la luz de la noticia que ha surgido esta semana, no lo tenemos fácil. Más de 720 plazas de profesor de matemáticas de secundaria han quedado desiertas en la última oferta pública de empleo. Los mejores matemáticos son fichados por las empresas para engrosar sus plantillas de analistas de datos y por ello quedan vacantes cientos de plazas de profesores de la enseñanza pública. El dataísmo que acabamos de mencionar hace que sean más deseados los bien remunerados puestos de trabajo de las multinacionales que una humilde plaza de profesor de instituto. ¿Quién fomentará a los chicos el estudio de esta disciplina si todos los matemáticos están en compañías privadas? ¿Quién nos protegerá desde lo público del mal uso de la tecnología? ¿A qué esperamos para invertir el dinero público en atractivas ofertas de funcionarios tecnólogos y no tantos asesores con carné de partido?
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la UNIR
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