(este artículo se publicó originalmente el día 27 de diciembre de 2018 en el diario La Información en la columna #serendipias)
Diciembre empezó con la misma
protagonista que ahora termina: la Constitución. Las Cortes Generales, en los
primeros días del último mes del año, celebraron el 40 aniversario de la
Constitución Española con el boato que exige esta efeméride. No faltó ninguno
de los grandes promotores de nuestra Carta Magna entre ellos el Rey Juan Carlos
e incluso muchos de los que minusvaloran la importancia de la ley de leyes no
se perdieron esta cita. Los españoles pudimos recordar con orgullo como la concordia
presidió esos años de la Transición y el acuerdo entre diferentes permitió
sentar las bases para conseguir el mayor grado de bienestar que nunca había
gozado nuestro país en su historia.
Pero unas semanas después se
apagó de golpe el eco de ese aniversario; la Constitución se convirtió repentinamente
en un molesto recuerdo para los que necesitan imponer la imagen de una España que
maltrata a la periferia. El 21-D en Barcelona metió en una jaula de Faraday la
Constitución del 78 para que nada recordase que nuestra norma fundamental fue
pactada por las derechas y las izquierdas amén de reconocer las aspiraciones de
descentralización y autonomía de millones de españoles. El comunicado firmado
por los presidente del Gobierno y de la Generalitat no solo habló de un “conflicto”
sino que eliminó, apenas unos días después del 40 aniversario, la mención a la
Constitución por un genérico “seguridad jurídica”. El mensaje del Rey Felipe VI
en Nochebuena ha vuelto a poner en su lugar a la Constitución describiéndola como “la obra más valiosa de
nuestra democracia y el mejor legado que podemos confiar a las generaciones más
jóvenes”.
En estas fechas cuyo origen
reside en un niño que nació hace dos mil años en la intemperie únicamente atendido
por unos padres que no encontraban cobijo, me viene a la cabeza con este asunto
de nuestra ley, una madre. Es casi imposible en Navidad no tener muy presente a
la familia y en especial a las madres. En la educación superior sucede algo
parecido y usamos el término “alma mater” para referirnos a la universidad en
la que has estudiado, tradición que viene desde el siglo X cuando la universidad
más antigua del mundo, la de Bolonia fue creada con el lema “alma mater
studiorum”; hoy podemos interpretar esa expresión latina como si la universidad
fuese una madre que alimenta (con sus conocimientos) a sus estudiantes. Y por
introducir otro dato, incluso recuerdo
que en mi niñez corrió el bulo de que el Presidente Felipe González había llamado
a su hija María Constitución. Por todo ello me van a permitir, y presento mis
disculpas por ello, que contagiado por el calendario y energizado tras escuchar
la noche del 24 de diciembre al Rey, me refiera a nuestra constitución como una
“alma mater progressus”. La norma del 78 ha sido como una madre que ha
alimentado y permitido que el progreso llegase a nuestro país. Una ley que
nutre el desarrollo económico y social patrio.
Una madre pretende dotar de estabilidad
a sus hijos. La Constitución ha permitido el mayor periodo de libertad
democrática de la historia de nuestro país que no puede desvincularse de la
también inédita atracción de capital internacional. Estabilidad que buscan los
inversores para confiar sus ahorros en territorios como el nuestro que además
ha sabido devolverles la confianza con buenísimos resultados en los mercados de
capitales o en los negocios implantados. Estabilidad que necesitan los
emprendedores locales para germinar sus ideas y poder escalarlas desde nuestro
país a todo el mundo como así lo han hecho estos años de democracia grandes
empresas españolas con presencia global y cientos de miles de pymes que
sostienen nuestra economía.
Una madre busca siempre el bien
común y no discrimina a sus hijos. La idea del bien común tiene una larga
historia vinculada a la filosofía, Platón y Aristóteles usaron el término.
Tomás de Aquino lo circunscribe al gobierno de las instituciones que han de
buscar que se “viva de manera buena”. El economista austriaco Christian Felber
habla de una economía del bien común como aquella que beneficia simultáneamente
a toda la comunidad y a cada uno de sus miembros. Si echamos un vistazo a la
España de los años 70 y la comparamos con la de hoy veremos que el ideal
clásico se ha cumplido y la Constitución ha hecho posible un país menos
desigual, más longevo, más descentralizado y donde el progreso ha recorrido el
país de norte a sur y de este a oeste. Más mujeres trabajando, más
universitarios, más propietarios de casas, más ayudas sociales, más seguridad,
más inclusión, más lucha contra la corrupción o más vocaciones empresariales
son solo algunos ejemplos de ese bien común logrado
Una madre aspira a que sus hijos
mejoren y superen a sus padres. La Constitución permite un procedimiento para
ser mejorada e incluso sustituida. Ninguna madre quiere sobrevivir a sus hijos
y la Constitución tampoco. No es un muro infranqueable simplemente nuestra
norma exige que el nivel de consenso sea tan alto como el que la hizo posible.
Reta a sus hijos a que sean mejores que ella y en ese momento es cuando tocará
ceder el testigo.
Pero una madre también siempre
perdona. Y por mucho que algunos defiendan su derogación e incluso la acusen de
todos los males y hasta luchen contra ella, las madres (la Constitución), nunca
abandonan a sus hijos y su casa (las prerrogativas constitucionales) está
permanentemente abierta para que la disfruten sus vástagos sean pródigos o no.
No sin antes disculparme de nuevo
por este arrebato paterno-filial navideño, quiero terminar suscribiendo la
petición de mi admirada Cayetana Álvarez de Toledo para luchar contra la
fascinación de lo negativo en nuestro país y poner luz a los logros de estos
años de España constitucional. Cayetana, sin conocer el discurso del Rey de
este año, buscaba un Hans Rosling español que ponga negro sobre blanco una
serie de indicadores, de modo tan atractivo como el médico sueco lo ha hecho
durante años con la web Gapminder y
recientemente con su bestseller Factfulness.
Cuando se promulgó nuestra ley de leyes la vía para lograr el anhelo de
Cayetana (y de paso ayudar al tan necesario reconocimiento de la mater
Constitución) era una cuestación popular anunciada en una página del periódico
más leído, hoy en la era de internet le llamamos crowdfunding (financiación de muchos). Lo bueno es que con el crowdfunding pronto nació el crowdsourcing
que no pide dinero sino colaboración a los internautas. Yo a esto último me
uno, ¿ustedes?
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la
UNIR.
No hay comentarios:
Publicar un comentario