lunes, 29 de septiembre de 2025

Ética o estética

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 29 de septiembre de 2025)

Se parecen mucho estas dos palabras. Las dos proceden del griego, ética viene de ethos, que puede traducirse como el carácter o las costumbres y, en cambio, estética viene del vocablo aisthesis, algo así como las sensaciones o las percepciones que tenemos. También ambas tienen su origen en la filosofía, es decir, en esas grandes preguntas que el ser humano se ha hecho sobre la vida. La ética nos dice cómo comportarnos y la estética por qué percibimos algo como bello o feo.

Quizás por todo lo anterior o porque ética y estética se escriben casi igual, ya que empiezan y terminan con las mismas letras y en el medio hay una t, tengo la sensación de que cada vez se confunden más esas dos palabras. La razón me temo que reside en este mundo tan acelerado en el que vivimos con poco tiempo para reflexionar y la necesidad, al mismo tiempo, de contar cada cosa que hacemos y pensamos. La irrupción de la inmediatez de las redes sociales, con una ventana tan pequeña de atención de la que disponemos y la exigencia de usarla para seguir existiendo como profesional o como persona, nos lleva a asumir los códigos de los influencers: generar impacto, bueno o malo, pero que no se olvide nuestra huella digital.

De modo y manera que cuestiones complejas se despachan con un exabrupto; situaciones trascendentales de la vida se explican con una foto o una canción; cambios profesionales relevantes con un emoji y el posicionamiento ante los conflictos del mundo se resume en los colores de una bandera o una palabra fetiche.

Conviene recordar que la ética alude a lo que está bien hecho y la estética a que lo hecho sea bonito. Pero la necesidad de contar en muy poco tiempo conceptos y situaciones complejas nos ha hecho optar por la estética en detrimento de la ética. Importa más el cómo que el qué, es decir, que lo que pongo en redes sociales sea estético, me ayude a tener más seguidores o una mejor imagen vale más que si está pensado, argumentado y acorde con mi escala de valores y la de la sociedad en la que vivo.

Nos hemos olvidado con tanta batalla cultural que lo importante es la ética, que los comportamiento son correctos más allá de la estética de qué experimentarán mis seguidores cuando lean mi post.

Lo grave es que la forma de comportarse en las redes sociales se ha exportado al resto de ámbitos de la vida. Nos hemos contagiado de tantas horas en internet y cuando estamos con amigos, en familia, pero también en el trabajo reproducimos los códigos de las redes sociales. Cada vez dedicamos menos tiempo a los que queremos, pero también menos tiempo a pensar el porqué de las cosas y por supuesto a reflexionar sobre lo que está bien o mal. Solo pensamos en despachar rápido cada tarea -eso sí, quedando bien- para ir a por la siguiente. Y nos hemos olvidado de que la vida no son posts con reacciones sino personas con sentimientos.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Me suena mucho

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el 24 de septiembre de 2025)


Cuando estos días oigo "del río hasta el mar. Palestina libre" dicho por Irene Montero, me acuerdo de lo que repetía en los años 90 Arnaldo Otegi "del río Ebro hasta el río Adur. Gora Euskalherria" . Y también ahora que se pregonan boicots contra un país como Israel y sus empresas, recuerdo perfectamente al partido que apoyaba a ETA, Herri Batasuna, empapelar las calles vascas para que no se comprasen productos franceses porque la Gendarmeria empezaba a desmontar el santuario galo etarra.

Qué decir de esta temporada en la que nos olvidamos de los secuestrados por la Gaza de Hamás casi como de Ortega Lara después de un año en un zulo recóndito. Y por supuesto las justificaciones que oímos de los atentados de Hamás como los del 7 de octubre de 2023, son las mismas que se usaban tras las acciones terroristas de ETA, básicamente que algo habrían hecho las víctimas.

Es un patrón común que usa el terrorismo en todo el mundo para disfrazarse de defensor de causas justas. En Palestina la existencia de su pueblo, en el País Vasco, la lucha contra la dictadura y por las libertades. Y con esa bandera, lograr que se olvide que usan el terror indiscriminadamente incluso con su gente. Acaso no tiene Hamás secuestrada a la población gazatí como el terrorismo etarra tuvo a cientos de miles de vascos subyugados. O no es verdad que el gobierno de Gaza prohíbe con la muerte toda libertad religiosa, de expresión o sexual como ETA impedía con las pistolas la disidencia o la resistencia al terror. Y siempre son los mismos socios y los mismos aliados. Hamás recibe las armas de Irán y el apoyo de la izquierda europea, pero esos mismos también lo hicieron con la banda armada vasca cuando creyeron su supuesta lucha romántica.

Hoy todo se ve más claro porque la excusa que esos mismos usan de la defensa de los derechos humanos (¡claro que es un drama lo que está pasando en Gaza y todos los vemos día a día!) no se sostiene por la coexistencia de otros desastres humanitarios como la guerra rusa contra Ucrania en los que no se les ha escuchado ni una palabra de queja. Tampoco boicot alguno al equipo de emiratos árabes (UAE) en La Vuelta a pesar de que ese país pisotea esos mismos derechos humanos. Y ni mucho menos queja algún contra las atrocidades -acreditadas por la ONU- del régimen chavista en Venezuela.

Pero al igual que con el asunto de ETA, los territoristas y sus amigos con una mano apuntaban la pistola al Estado y con la otra cobraban de sus subsidios y pensiones; con sus palabras despreciaba a España y con sus hechos se aprovechaban de la inmunidad parlamentaria de su brazo político. Ahora los que usan la causa palestina contra Eurovisión se quedarán mudos en La Liga por mucho que haya equipos con accionistas hebreos.

O pondrán -sin problema moral alguno- de fondo de pantalla en su móvil la bandera de Palestina aunque ese teléfono se haga en gran parte con tecnología y componentes made in Israel. Sus ensaladas seguirán aderezadas con tomate cherry por muy de Israel que sea esta verdura porque no conviene comer insano. Y sus ordenadores continuarán protegidos con antivirus diseñados en Haifa.

Es que alguien duda que el activismo antisemita se ejerce cuando sirve para tumbar un gobierno o sostener a otro. Pero no sirve, si eso acaba enfadando a los futboleros que son legión, o hace inviable ser vegetariano y por supuesto si deja sin protección ordenadores ante piratas informáticos o impide usar el móvil para difundir en redes sociales las fotos de desnutridos niños gazatíes. Ahí ya no hay embargo ni causa por la que luchar, porque ¡cómo vamos a quedarnos sin futbol el domingo o sin móvil con lo que cuesta tener seguidores en instagram!

Iñaki Ortega es doctor en economía

lunes, 15 de septiembre de 2025

¿Es la Vuelta?

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 15 de septiembre de 2025)


Un día cualquiera de septiembre de buena mañana, miles de personas emprenden una marcha hacia una montaña cercana a su ciudad. Jóvenes, mayores y niños; hombres y mujeres; de izquierdas y de derechas; nacidos aquí o de fuera; en familia o con amigos. Por un día apenas habrá móvil y redes sociales; solo aire libre y deporte. Animar a los tuyos y respetar a los otros porque todos ellos se ganarán ese día el jornal. 

Así viene siendo una etapa de La Vuelta ciclista a España desde hace 90 años. Un lugar de encuentro de los aficionados a las dos ruedas en el que la ideología no importa en beneficio del disfrute de las calles tomadas por un día por la bicicleta y sobre todo de la admiración al esfuerzo titánico del pelotón. 

Miles de aficionados toman cada curva con sumo respeto para ver pasar apenas unos instantes al centenar de ciclistas profesionales. Un fugaz espectáculo que merece la pena no tanto por esos segundos fugaces de pedaladas de los esforzados deportistas, sino por la oportunidad de sentirse por un día como ellos. Bien porque ese público ha subido esa mañana el mismo puerto de montaña, bien porque en amena caminata se han ascendido esas pendientes con amigos. También por disfrutar de las calles de tu localidad teñidas por una vez de una serpiente multicolor; las risas con amigos y familia o en definitiva volver a sentir que es posible la diversión sin un móvil en la mano. 

Nadie pone una pega a todo lo anterior, es un consenso que abusamos de la tecnología en detrimento de la vida sana y el deporte, también que cada vez hay menos cosas que nos unen y que se reproduce peligrosamente todo lo que nos polariza. A pesar de lo anterior este año, no ha sido así. La Vuelta se ha reventado y las etapas se han convertido en una lucha campal hasta el desastre final de la suspensión de Madrid, ceremonia de entrega de premios incluida. 

Alguien decidió hacer de juez y condenar a un equipo ciclista por llevar el nombre de Israel en su maillot. La acusación era que esos jóvenes deportistas que cada día pasan de media seis horas en las bicis para terminar etapas de cientos de kilómetros eran los culpables de la guerra en Gaza. Las pruebas, ninguna, porque no hay organismo oficial del deporte internacional -pero tampoco español- que haya puesto una objeción a la participación de dicho equipo en competiciones oficiales. La razón, usar el altavoz de este espectáculo deportivo seguido en todo el mundo para apoyar a Palestina. 

¿Solo eso? Me temo que no, porque lo que hay detrás no son cuatro radicales a la vista de las declaraciones de ayer del presidente de Gobierno, lo que parece es que se trata de movilizar y unir a votantes –hoy disgregados políticamente– con la excusa de la guerra en Gaza, criminalizando todo lo que no comulgue con la ortodoxia de la izquierda.

Es un ensayo, es calentar motores. Ahora es contra Israel, mañana será Eurovisión, las empresas americanas o los toros, al otro la Iglesia y por supuesto cuando haya cambio político el turno le tocará a un gobierno de derechas. Y entonces las manifestaciones violentas como las de ayer serán por los precios de la vivienda, la factura de la luz o la calidad de la sanidad, como si esos problemas solo aflorasen cuando gobiernan unos. Y los escraches, las banderas usadas como porras, las vallas a modo de trincheras y el odio a la policía volverán, con más fuerza si cabe que este mes de septiembre contra los pobres ciclistas.


Iñaki Ortega es doctor en economía

domingo, 7 de septiembre de 2025

Los criptoagoreros

 (este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña el día 7 de septiembre de 2025)

No es algo nuevo. La literatura de gestión empresarial y también la historia económica los tiene muy identificados. Si echamos unos siglos la vista atrás detrás de cada novedad tecnológica, siempre ha habido detractores. Ahora los llamamos haters. Con la imprenta, con los telares y hasta con la calculadora. La invención de Johannes Gutenberg era el diablo difundiendo el pecado en amplias tiradas de peligrosos libros, los luditas quemaban las nuevas máquinas textiles porque iban a acabar con los oficios gremiales y los profesores de matemáticas alertaban en los años 80 de una cohorte de futuros analfabetos por el uso de calculadoras. Nada de eso ocurrió. La imprenta trajo una era de prosperidad; la industrialización, el Estado del bienestar del que disfrutamos, y los cálculos en ordenadores personales han permitido la democratización de la tecnología frente al elitismo politécnico.

Los manuales de management han explicado este proceso usando una metáfora importada de la biología: los anticuerpos. Las novedades, como las criptomonedas, son una especie de virus que se introducen en el organismo -la economía o las empresas- que hacen que se generen anticuerpos para defenderse de esas innovaciones. Defenderse, porque adoptar lo nuevo no es sencillo, supone esfuerzo. Los humanos estamos diseñados para buscar la comodidad, por eso nos gustan las rutinas, hacer siempre lo mismo, no pensar. Y adoptar una innovación supone reflexionar, cambiar y muchas veces fallar. De ahí que intentemos huir de esas situaciones en el plano personal y también en las organizaciones creadas por nosotros mismos, como son las empresas y las administraciones públicas.

Esta vez hay que reconocer a los anticuerpos que se están desplegando con fuerza. Los vemos en la cantidad de expertos que describen los riesgos de los activos digitales o, si se prefiere, a los que se les ponen los pelos como escarpias con lo que llaman la revolución del bitcóin. La tokenización de activos con todas las criptomonedas y las nuevas formas de dinero como las monedas tradicionales digitales son como un berzal donde los burros se divierten. Una tentación para que supuestos expertos retozen y nos alerten -disfrutando con ello- de los peligros de la novedad y de lo ingenuos que somos. Que si el bitcóin no sirve de medio de pago, que si no genera flujos, que si no es unidad de cuenta… como si siguiésemos en la época del patrón oro. Estoy seguro de que, si viajásemos al siglo pasado, estos mismos especialistas despotricarían del cambio al dólar como referencia en las transacciones globales. Los anticuerpos -con capacidad de escribir informes- nos dicen que son ignorantes los que invierten en criptomonedas, cuando ellos mismos en sus artículos demuestran que no pasarían un examen básico de tecnología financiera. Este sistema inmunitario de nuestra economía también se permite pontificar en sesudos análisis sobre la burbuja de las criptomonedas basada en la avaricia de los compradores como si a lo largo de la historia -desde las especias, pasando por el oro o el petróleo- esa supuesta ambición por ganar dinero no haya movido la economía. Pero hay más proteínas defendiendo la economía de toda la vida: son los que se escandalizan por la ausencia de controles frente a los criptoactivos; defienden más BOE con leyes, controles, prohibiciones porque… ¡qué escándalo que los ciudadanos estén ganando dinero y lo hagan fuera del circuito establecido! Pero el anticuerpo guarda su mejor herramienta, basada en el miedo, que leemos desde años: el bitcóin es una estafa piramidal y todo el que invierta en esos activos digitales se arruinará irremediablemente.

La realidad es bien distinta. Millones de españoles tienen sus ahorros en bitcoines y están contentos. Según una encuesta del Banco Central Europeo, el 9% de la población española posee criptomonedas, frente al 4% de 2022. Un autónomo joven de 26 a 45 años que invierte a largo plazo es el perfil medio. Solamente en Guipuzcoa, según datos de la hacienda foral, la cifra de contribuyentes con criptomonedas se ha triplicado en apenas dos años. De julio 2023 a junio 2024, el volumen de transacciones desde direcciones españolas alcanzó casi 80.000 millones de euros, situando a España entre los cinco primeros mercados de Europa Occidental. Solamente en Guipuzcoa, según datos de la hacienda foral, la cifra de contribuyentes con criptomonedas se ha triplicado en apenas dos años. Y subiendo.

Uno de los principales bancos españoles globales ya ofrece compraventa y custodia de bitcoin y ether, con licencia de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Y en breve sus rivales han anunciado que lo harán.

En el mundo son más de 400 millones de personas las que poseen criptomonedas, siendo el bitcóin la más utilizada. En El Salvador (donde el bitcóin es moneda legal), las remesas enviadas por este medio ahorran entre el 2% y el 6% en comisiones frente a servicios tradicionales como Western Union. Pero eso no es todo, el mayor fondo de bitcoines del planeta manejado por BlackRock gestiona activos de ahorradores cercanos a los 100.000 millones de dólares, idéntico al ETF del oro, clásico refugio de inversores. Al mismo tiempo no solo las personas compran criptomonedas, las empresas están gestionando ya su tesorería con activos digitales como reserva de valor. MicroStrategy tiene más de 226,000 bitcoines (julio 2025), valorados en más de 14.000 millones de dólares. Tesla posee cerca de 10.000 bitcoines. Block Inc. (antes Square) usa bitcoin a través de servicios y tenencias en balance. También compañías como Microsoft, AT&T y muchas pequeñas empresas aceptan pagos en bitcoines a través de procesadores como BitPay y Strike.

¿Son todos estúpidos? ¿Son todos delincuentes? No. Salirse de lo establecido nunca fue fácil, pero parece que ahora criticar sin piedad los criptoactivos empieza a ser un síntoma de agorero o lo que es peor de desactualizado.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Doña Elisa

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 1 de septiembre de 2025)


La última vez que estuve con ella me dijo que no la llamase así porque le hacía mayor. Tenía ya 100 años. Genio y figura. Nació en 1925 y murió la semana pasada en su casa de Madrid. Un siglo de vida en el que vivió dos dictaduras, una república y, por fin, una monarquía parlamentaria, pero sobre todo vio nacer a sus 15 hijos y lo que es peor asistir a la muerte prematura de su marido, dos de sus vástagos y a punto la suya misma. Con doña Elisa se muere un carácter de sacrificio y superación vencido por un mundo hedonista y egoísta. Hoy pensamos que es mejor tener perros que hijos o por lo menos nos compensa más porque nos salen más baratos, dan menos problemas y nos obedecen. No encontramos tiempo para cuidar a nadie más que a nosotros y pensamos que con ello alcanzaremos la inmortalidad. La vida de centenarias como doña Elisa nos recuerda que es más importante para envejecer pensar menos en uno mismo y más en los demás. Todos esos longevos han querido seguir cumpliendo años porque tenía un sentido su vida, muy alejado de mirarse en el espejo o de compadecerse sino de hacer felices a los demás. Piensa en esos superancianos que tienes cerca y verás siempre frugalidad, generosidad y alegría. 

En el tanatorio un sacerdote recordó a los que estábamos allí que sin ella no vivirían la mayoría de los que escuchábamos esas palabras. Quince hijos, 32 nietos y 26 bisnietos… y los que vendrán. Dejar huella en la tierra no pasa exclusivamente por firmar una obra de arte o tener un alto desempeño profesional sino –aunque se nos olvide– en hacer mejor el mundo que te recibió, aunque sea a tu costa. Hoy suena extraño, nos hemos acostumbrado a celebrar el ego con las redes sociales y ocultar los sacrificios porque todo han de ser éxitos personales. 

Doña Elisa sacó adelante su familia cuando enviudó hace medio siglo, le dio tiempo de formar parte de consejos de administración, presidir una compañía, disfrazarse de Santa Claus cada Navidad para repartir un regalo a toda su prole o compartir cada alegría y cada tristeza –nunca en soledad– siempre en familia. Montar en bicicleta hasta los 80 años, disfrutar del fútbol y de cada visita como si fuese la última de su vida. Una fe inquebrantable que le ayudó a soportar penalidades siempre con sonrisa y valentía. Todo lo que tenía lo compartió con los demás sin dejarse nada para ella, su felicidad era la de los demás. Repartió todo y en especial su cariño con ecuanimidad sin juzgar a nadie ni a nada. 

Valores que quizás en este mundo en el que solo tenemos como prioridad a uno mismo han de reivindicarse ahora que empieza de nuevo el curso. Cuando veamos, que lo veremos, la discordia, la soberbia, el egoísmo, el extremismo en nuestro trabajo o en las noticias, no estaría mal pensar en todos estos ancianos que frisan la edad centenaria y cómo lo han logrado: con poco de lo anterior y mucho de los valores de personas como doña Elisa.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC