(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 21 de julio de 2025)
Lo hemos sufrido muy cerca, lo tenemos ahora mismo merodeando o aparecerá de improviso en un futuro cercano. El cáncer. Lo sabemos, pero cada vez que se presenta sin aviso en nuestro entorno nos afecta como la primera vez. Mi madre lo padeció cuando éramos pequeños y damos gracias a Dios por la bendición de la sanidad pública que la salvó. Desde entonces cada cáncer es un mazazo, el de Óscar, Raquel o el de José Antonio, pero también el de Lucía, Almudena o el de Cata. El protocolo se pone en marcha y el dolor (y el miedo) acampan en los hogares de los enfermos. Los silencios, las dudas y el pudor aparecen en los que los conocemos y todavía disfrutamos de salud.
Ahora le toca a Borja. A todos nos tocará. Y como dice su adorado verso "que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde". La enfermedad es parte de la vida. Como las risas en vacaciones, ninguna de las dos dura para siempre. Kipling decía que "al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia". Lo bueno y lo malo es transitorio, no dura para siempre y no define a la persona. Por eso Borja ahora no es un enfermo como tampoco antes era un exitoso político. Borja es un padre, marido e hijo que hará lo que ha hecho desde que le conocí hace más de 35 años, luchar. Y luchar no garantiza el éxito, pero no hacerlo sí te lleva la mayoría de las veces al fracaso. Luchar es la vida. Y te das cuenta al leer a Gil de Biedma o cuando una biografía –como a Borja– te entrena para ello desde muy joven. Abandonar tu hogar, mirar a los ojos a tus asesinos, empezar de cero, sonreír sin ganas, enterrar a tus compañeros, añorar a los tuyos, perder una y otra vez. Es un entrenamiento para lo que le vendrá, como también lo es sentirse querido, recibir ovaciones, ganar elecciones, disfrutar de una familia o que esa chaqueta te siente como un guante. Y eso no te lo quita nadie. Ese adiestramiento siempre sirve. Ahí queda para usarlo cuando toque. Y ahora toca.
No es el primero y no será el último. Porque el cáncer ronda todas las casas. No sé si más o menos que antes. No sé si es porque ya no soy ese joven de los versos del poeta barcelonés. Tampoco tengo claro si los avances médicos han hecho que dolencias latentes ahora aparecen tempranamente o es el maldito covid. Ni idea. Solo sé que mis amigos y mi familia lo sufren y no me gusta. Rezo para que pase pronto, aunque sé que siempre estará el cáncer muy cerca. Rondando.
La vida iba en serio. Es alegría y dolor; es firmar un contrato y también ser despedido; enamorarte y desenamorarte; estar fuerte y sentirte frágil; llorar y reír ¿Acaso no lo sabíamos, querido Borja?
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
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