viernes, 8 de noviembre de 2024

Lecciones de economía en la DANA

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico valenciano El Levante el 8 de noviembre de 2024)


Pasará mucho tiempo hasta que a los españoles se nos borre de la retina las imágenes de las inundaciones de Valencia. Millones de vecinos de Levante jamás lo olvidarán; cada vez que llegue el otoño y la gota fría o como quiera que se llame en el futuro a estas tormentas torrenciales, pensarán si no podría haberse evitado.

Son muchas las lecciones que hemos aprendido estos días de tragedia. Desde no minusvalorar las alertas pasando por el impacto macabro que tienen las decisiones imprudentes. La ausencia de signos en el corto plazo no impide una catástrofe a un plazo más largo. Inundaciones pasadas no garantizan comportamientos prudentes en el futuro. O la imprescindible necesidad de la coordinación ante la magnitud de eventos atmosféricos así como el efecto sistémico del pueblo cuando se moviliza y en especial las necesarias inversiones preventivas en tiempos de bonanza y calma.

No soy ingeniero de caminos y tampoco climatólogo ni he gestionado políticas públicas en este ámbito, pero sí soy un economista con tres décadas de desempeño profesional y no me puedo resistir a poner negro sobre blanco algunos paralelismos entre la economía y la meteorología. En ambas disciplinas hay catástrofes y en ambas o bien podrían evitarse estos sucesos extremos o por lo menos aminorarse sus efectos.

Recordemos las grandes crisis económicas: el crack del 29, el shock del petróleo en 1973 y la gran recesión de 2008. En todas ellas las consecuencias fueron dramáticas, millones de familias arruinadas y miles de empresas cerradas, además de generaciones condenadas a la miseria.

Al mismo tiempo en los tres colapsos siempre hubo quien alertó de lo que podría pasar. A finales de los felices años veinte, el economista Roger Babson advirtió públicamente sobre un inmediato colapso bursátil que finalmente se produjo en el martes negro de Wall Street. Unos meses antes de que los precios del petróleo se duplicasen en 1973, la reunión del grupo Bildeberg predijo el brutal alza del precio del crudo. El profesor Nouriel Rubini en el año 2006 alertó sobre la burbuja inmobiliaria y los riesgos de las hipotecas subprime americanas, cuando la crisis llegó dos años después se ganó el apodo de doctor catástrofes.

En los tres casos las alertas fueron desoídas. También en esas tres recesiones los más perjudicados fueron los más humildes. Y en todas ellas el paso del tiempo tampoco ayudó ya que al cabo de cuatro décadas (un lapso de tiempo suficiente para la amnesia), una gran crisis se repetía. Todo como en Valencia.

Pero me gustaría centrarme en la parte positiva, que la hay, de las tres crisis. Tras la crisis del 29 nacieron muchos de los grandes programas de protección social que sostienen el sistema de bienestar que blinda, aún hoy, a la población ante las recesiones económicas. Así mismo la crisis del petróleo, espoleó a los Estados Unidos para evitar su dependencia de las importaciones del crudo e hizo posibles innovaciones como el shale gas que explican que hoy sean autosuficientes energéticamente hablando. Por último, la crisis financiera de 2008 propició nuevas regulaciones de los mercados que hoy disfrutamos con una mayor supervisión y transparencia que hace imposible un nuevo desastre financiero.

De las tres crisis se aprendió también la importancia de un pequeño tejido empresarial que propicia el dinamismo económico, frente a la errónea percepción de que solamente importan las grandes empresas. Y así tras cada uno de esos desastres, surgieron herramientas de apoyo a las pymes como las leyes de defensa de la competencia, las agencias de desarrollo local y las incubadoras de empresas, respectivamente. También de las tres crisis surgieron iniciativas supranacionales de coordinación para evitar decisiones unilaterales que conducen casi siempre al desastre. 

La DANA valenciana reproduce casi fielmente todo lo anterior. Los avisos y la tradición oral fueron desatendidos; los más perjudicados han sido las personas más frágiles bien por las condiciones de sus hogares o lugar de residencia, bien por su dependencia. Las infraestructuras construidas en el pasado fruto de catástrofes similares ayudaron a que hubiese menos víctimas, pero al mismo tiempo no haber actuado con mayor previsión en el pasado azuzó la tragedia. Y finalmente, el pueblo movilizado logra aminorar las consecuencias del drama que exigirá una reconstrucción no solo de las infraestructuras valencianas sino de la gobernanza de nuestra estructura administrativa.

Si en la conferencia de Bretton Woods de 1944 el mundo fue capaz de ponerse de acuerdo para crear instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial que evitasen las crisis económicas que habían asolado el mundo y de paso promover la cooperación internacional, nosotros ahora en España tendríamos que conseguir que nuestro entramado institucional esté a la altura en las siguientes catástrofes, que seguro vendrán, con valientes reformas.

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