(este artículo fue publicado originalmente en el diario Cinco Días el día 12 de enero de 2017)
La muerte de Zygmunt
Bauman se ha colado en los telediarios como un paréntesis de filosofía entre
tragedias y terrorismo sin darnos cuenta que la vida del pensador polaco y su
obra no fueron precisamente ajenas a esas lacerantes realidades.
Bauman usó la metáfora
del jardinero para explicar su visión del mundo moderno, pensaba que habíamos pasado
de ser guardabosques a jardineros. La
tarea principal de un guardabosque es proteger el territorio a su cargo de
cualquier interferencia humana, defender y preservar el equilibrio del
ecosistema natural. Ese era el mundo premoderno que había dado paso a una
modernidad con jardineros. El jardinero da por sentado que no habría orden en su
jardín si no fuera por sus cuidados. Diseña en su cabeza las plantas que
crecerán y su disposición y luego lo
convierte en realidad arrancando las «malas hierbas».
Bauman fue siempre una
mala hierba, en su Polonia natal cuando tuvo que huir primero del totalitarismo
nazi y luego del stalinismo. Mala hierba también por criticar, siendo judío, el
sionismo y mala hierba en los últimos días de su vida desde su cátedra de Leeds
viendo muy de cerca el retorno del odio al extranjero con el Brexit.
En 2014 visitó nuestro
país y en la Fundación Rafael del Pino siguen tronando sus palabras: “somos indiferentes a los pobres porque hemos
ahogado el impulso natural a ayudar al otro, las normas éticas están en crisis
total porque lo que prima ahora es la competencia” . Una “competencia”
que Bauman introdujo en su metáfora como los cazadores, aquellos que en el
jardín luchan encarnizadamente por obtener presa porque no saben hacer otra
cosa. No batallan por sobrevivir, ni siquiera por mantener un orden natural o
artificial sino que cazan, compiten por inercia sin tener en cuenta sus
consecuencias. El mundo posmoderno para nuestro protagonista es mucho peor y se
le ha borrado el rostro humano.
Poco le hubiera
gustado al viejo pensador leer este artículo que analiza su obra sin incluir
luces y sombras. De hecho Bauman pontificó contra la superficialidad
del momento, tanta información y tan poco tiempo para profundizar, tanto tuit y
tan poca base detrás. Su propio pensamiento sufrió el momento que tanto criticó
y su concepto “mundo líquido” se ha convertido en un eslogan que cada uno
interpreta a su manera. De ahí la controversia con respecto a su figura puesto
que dedicó toda su vida a luchar contra el totalitarismo pero sus ideas
acabaron inspirando populismos de nuevo cuño o criticó con fuerza al propio
capitalismo que con su sistema de libertades permitió que se convirtiese en un
icono global o tampoco fue capaz de superar el diágnostico del momento actual,
magistral por cierto, y llevarlo a soluciones concretas para nuestras
sociedades.
Es sabido que el filósofo
acuñó el término de mundo líquido para definir el estado fluido y volátil de la
actual sociedad, sin valores demasiado sólidos, en la que la incertidumbre
por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos. Están haciendo aguas, desde los
Estados a las familias, pasando por los partidos políticos, gobiernos que ya no
mandan, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no
sabemos si durarán hasta mañana. El mundo está inmerso en lo que se ha venido a
llamar la cuarta revolución industrial y en una disrupción tecnológica que
junto con indudables avances también está produciendo intensos desafíos de todo
tipo: sociales, económicos y por supuesto personales. Varios investigadores
americanos le han bautizado como un mundo VUCA ( del
inglés Volatility, Uncertainty, Complexity, Ambiguity) y nos son pocas las
organizaciones que han grabado ese acrónimo en lo más vistoso de sus planes
estratégicos.
Alguien puede pensar
que el diágnostico de Bauman no es nuevo pero nadie duda hoy de su
clarividencia y desde que formuló su teoría en el año 2000 en su libro Liquid Modernity.
a nuestros días esa liquidez lo ha impregnado todo. Para Bauman la peor
consecuencia de todo ello es el individualismo reinante y la renuncia a un
humanismo que cada día se hace más necesario volver a abrazar solamente estando
unos minutos delante del mismo televisor que nos anunció su muerte esta semana.
Iñaki
Ortega es doctor en economía y director de Deusto Business School
Efectivamente el sistema de libertades y la disrupción tecnológica, ha favorecido, al menos en mi caso, el descubrimiento de este icono. Bauman habló de una realidad que por muy evidente que parezca, en mi opinión pasa desapercibida para muchos.
ResponderEliminarMe ha gustado el artículo y me ha hecho pensar en un libro que estoy leyendo de Yochai Benkler "El Pingüino y el Leviatán" que defiende otro mundo basado en sitemas cooperativos.