Debería llamar
a la reflexión el hecho de que mientras el candidato republicano a la Casa Blanca,
Donald Trump, lleva meses utilizando el freno a la inmigración y el
levantamiento de fronteras económicas como sus principales armas electorales,
los seis estadounidenses que han sido galardonados esta semana con el premio Nobel
en diferentes especialidades hayan nacido fuera de Norteamérica.
Curiosamente
dos de esos nobeles afincados en Estados Unidos procedían del Reino Unido,
donde los émulos británicos de esa corriente neoproteccionista, con Theresa May
a la cabeza, anunciaron hace tan solo unos días que no están dispuestos a esperar a la
materialización del ‘Brexit’ para adoptar medidas que restrinjan la
entrada de trabajadores y estudiantes en el país.
Este es el
caso de Oliver Hart, nacido en Londres pero nacionalizado en Estados Unidos,
quien junto al finlandés Bengt Holmström, ha recibido el famoso galardón de la
academia sueca por sus contribuciones a la teoría de los contratos. Ambos
académicos, que han pasado por algunas de las universidades más prestigiosas de
Estados Unidos como Harvard, Yale o Princeton, han desarrollado los aspectos
económicos que subyacen a las relaciones contractuales ligadas a la remuneración
de los directivos, las franquicias, los copagos en los seguros o la
privatización de las actividades del sector público.
Los
planteamientos de estos dos autores no dejan de entroncar con el “institucionalismo”
de Douglass North, quien también fue acreedor de un premio Nobel en 1993 por
explicar la economía como una extensión de la sociedad a la que sirve. Si algo
define a las sociedades libres, para esta escuela, es la existencia de
instituciones inclusivas que garantizan la igualdad de oportunidades. Y los
contratos cumplirían esa misma función siempre que se interpreten ecuánimemente
y mantengan un carácter pactado y libre.
Conviene
recordar en este momento al filósofo vienés Karl Popper, que aunque no recibió
el reconocimiento del Nobel sí supo cómo nadie plasmar en su ensayo “La sociedad abierta y
sus enemigos” la necesidad de huir de la organización
tribal y abrazar aquello que asegura la pluralidad. Exiliado en Londres por el auge del nazismo en su tierra
natal, este pensador alertó por medio de esta célebre obra publicada en 1945
acerca de los populismos y los totalitarismos, apostando por el Estado de
Derecho.
Ese espíritu
abierto a las ideas que hizo posible que Popper publicara en el Reino Unido la
que sería su obra maestra es precisamente el que posibilitó varias décadas
después que Hart y Holmström pudieran desarrollar su etapa académica más
fructífera en el lado opuesto del Atlántico.
Pero las
ventajas de hacer permeable un país al talento van más allá de la producción
científica, como bien lo demuestran algunas de las startups globales de Silicon
Valley que han sido creadas por emprendedores extranjeros afincados en Estados
Unidos. Tal es el caso de Google, con un cofundador de origen ruso –Sergei
Brin-; Tesla, a cuyo frente se encuentra un emprendedor nacido en Sudáfrica -Elon
Musk-, o de Whastapp liderada por un CEO
que ostentó la nacionalidad ucraniana antes que la estadounidense.
La
administración saliente en Estados Unidos tuvo tan claro que abrir el país al
talento emprendedor era una fuente ventajas competitivas que una de las medidas
por las que abogó Obama desde su primer mandato fue la creación de la llamada startup visa: una vía fácil y rápida
para que los emprendedores de alto potencial de cualquier rincón del mundo
pudieran obtener el permiso de residencia en el país. Lamentablemente el
impulso presidencial inicial en el marco del programa Startup America se fue
diluyendo en los ásperos debates que se han venido produciendo sobre la reforma
de la política inmigratoria del país y
el proyecto de ley acabó atascándose en los complejos vericuetos del
Congreso Norteamericano. Lo que no deja de ser interesante es que esta
iniciativa fue fuente de inspiración para el gobierno británico de Cameron, que
sí llegó a relajar la normativa de extranjería para facilitar la llegada de
emprendedores extranjeros al Reino Unido.
En todo caso,
ahora que todavía resuenan los ecos del nuevo proteccionismo en la convención Tory
o los mítines del controvertido candidato republicano en contra de los
trabajadores extranjeros, cabría preguntarse si científicos como Hart y Holmström,
emprendedores como Sergei Brin, Elon Musk o Jan Koun habrían tenido la
oportunidad de contribuir al progreso científico y económico de la humanidad de
haberse topado en el momento de iniciar su carrera profesional con las mismas
barreras que la nueva primera ministra del Reino Unido y Donald Trump están
propugnando como respuesta a los problemas de la ciudadanía.
Iñaki ortega es doctor en economía y director de Deusto
Business School
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