(este artículo se publicó originalmente en el periódico ABC el domingo 22 de mayo de 2016)
Mucho se ha escrito sobre una
cuarta parte de la saga cinematográfica de “El Padrino” que supo reflejar como nunca antes el funcionamiento de la
mafia. De hecho periódicamente surge el
rumor de que Francis Ford Coppola ha empezado ya a grabarla con una estrella
del cine americano con apellido italiano, ora Leonardo DiCrapio ora Sofía Loren,
como protagonista recogiendo el testigo de Robert de Niro o Al Pacino. Pero desde la muerte en 1999 del guionista
que escribió los libretos de las películas, Mario Puzo, una nueva entrega sobre
la familia Corleone, es muy improbable.
Los orígenes de la mafia, que
significa en vernáculo “lugar de refugio” se sitúan en el siglo XIX en Sicilia
coincidiendo con la creación de la Italia moderna. Ese vacío de poder y la necesidad de defender del
vandalismo el floreciente negocio de los cítricos en aquella isla fueron su
caldo de cultivo. Pese a la bondad de la causa que hizo que apareciese la Cosa
Nostra, nombre con el que se conoce a la mafia en esas latitudes, pronto esta
sociedad secreta derivó en una de las
organizaciones más criminales de la historia gracias a su aterrizaje en Estados
Unidos. Hoy nadie duda que la extorsión, los robos y los asesinatos son las
herramientas que usa la mafia para sembrar el terror y conseguir sus fines que
no son otros que manejar el poder a su antojo.
Los hackers o piratas
informáticos también tienen un origen idílico pero como los mafiosos no han
tardado en dar muestras de su gran capacidad para hacer el mal, aunque como
pasó en el siglo pasado con la Camorra, algunos, cegados por la leyenda
romántica se empeñan en verles un aura salvadora o incluso en minusvalorar sus
efectos. Es conocido como hasta hace una década a los hackers les movía la fama.
Parece ser que en los años 70 varios expertos en computación crearon en el
entorno del Instituto Tecnológico de Massachusetts -MIT- una comunidad cuyos
fines era ayudarse mutuamente a programar de forma doméstica. Rápidamente sus
miembros encontraron fallos de seguridad en los sistemas cercanos y se
propusieron, como divertimento, demostrar al mundo esos agujeros y de paso
agrandar su ego.
Pero coincidiendo con la
universalización de internet y la llegada del nuevo siglo toda cambió y los
hackers pasaron de buscar la fama a buscar el dinero ajeno. Hoy cada minuto se crean 3000 nuevos malware, contracción de las palabras
inglesas malicious y software, que podemos traducir como
códigos malignos, un programa informático
que tiene por objetivo infiltrarse en una computadora sin el consentimiento
de su propietario. Llevan años causando estragos no solo entre empresas y
particulares sino también en infraestructuras críticas, como el reciente ataque
a una central nuclear iraní o al sistema eléctrico de Ucranuia. Todos los
informes especializados y las memorias oficiales de delitos de los países
desarrollados alertan de su crecimiento exponencial y ya lidera el ranking de
las más importantes amenazas de nuestros días.
Se empezó con las famosas cartas
nigerianas en las que un correo electrónico te avisaba de que eras beneficiario
de una extraña herencia que te exigía pagar unas costas previas para poder
disfrutarla. Luego llegó el phising
donde alguien suplanta la personalidad de tu banco y acabas tu mismo dándole
las claves de tus cuentas para que te robe. Ahora el uso masivo de redes
sociales, la proliferación del comercio y la banca electrónica y especialmente
la irrupción de una nueva moneda, virtual pero aceptada como medio de pago, el bitcoin, han traído una versión más
perfeccionada de estos ataques informáticos, son los llamados ramsomware, otra contracción de palabras
para referirse a un programa informático de rescate. Un día mientras trabajas
con tu ordenador aparece en la pantalla un mensaje que anuncia que tu equipo
queda bloqueado hasta que pagues un rescate, si no lo haces nunca más podrás
volver a ver esas fotos tan queridas que están en tu disco duro o el trabajo de
años se echará a perder. El rescate se pagará por internet en bitcoins y en ese
momento recibirás una contraseña que desbloqueará todo y que te permitirá
volver a usar tu dispositivo. En caso contrario, los hackers no solo destruirán
tus archivos sino que, para evitar que les denuncies a la policía, te chantajearán
con difundir orbi et orbi que eres un
consumidor de material pedófilo. La realidad es que esta extorsión crece como
la espuma pero son muy pocos los que se atreven a denunciar y los valientes que
lo hacen ven como la Policía se encuentra inerme para luchar contra estos
nuevos criminales a los que se pierde la pista en países como China o Rusia.
Hoy el cibercrimen es quizás la
empresa más rentable del mundo y por eso cada vez es más difícil ponerle freno.
Los sistemas antivirus apenas repelen una fracción de estos programas y las
agencias de seguridad de los países más poderosos del mundo reconocen que
luchan contra un enemigo que tiene cada vez más dinero y más gente preparada a
su servicio. Conviene, por tanto, dedicar unas líneas a explicar que el
cibercrimen es ya una industria como la automoción o la banca. Una industria
criminal pero lucrativa y en expansión. Con diferentes productos como los “troyanos”
o la “denegación de servicio”, con trabajadores como las llamadas “mulas” o los
“pitufos”, y hasta con software al servicio de los “clientes” que mejora la
eficiencia de los ataques. Con sus propios buscadores, como Tor, y un internet oculto, deep web, con miles de páginas privadas
no indexadas por google, imposible de rastrear, donde nadie te impide contratar
un kit para elaborar un código malicioso que se salte todos los cortafuegos y
te garantice, como asegura el proveedor, rentabilidades del 1500% de tu
inversión, vía extorsiones en la red. Poco extraña por tanto que según datos del
FBI en Estados Unidos el 70% de los sistemas han sido infectados por estos
malwares y que muchos de estos vienen ya de serie en muchos dispositivos. En
España hemos sufrido según datos oficiales más de 7000 “incidentes” en
infraestructurar críticas y somo el tercer país del mundo con más ataques
después del Reino Unido y Estados Unidos. Ante este panorama, desengañémonos, las
agencias de seguridad de las grandes potencias poco puede hacer y simplemente
nos queda aspirar a minimizar daños concienciando a empresas y particulares
para que por ejemplo hagan copias de seguridad. Inevitablemente a lo largo de
nuestra vida vamos a ser hackeados así que solo nos quedará dar una respuesta
rápida al ataque.
Pero queda una posibilidad,
conseguir crear una industria de ciberseguridad, un ejército de empresas y
hacker buenos que luchen, con sus propias armas, en su terreno, para vencerles
y así alimentar toda una economía del bien que genere importantes beneficios
que se reinviertan para innovar en nuevos productos y servicios más potentes
que los del mal. Todavía estamos muy lejos de lograrlo pero la aparición de una
serie de startups, con talentosos
emprendedores también en nuestro país como blueliv
o countercraft, son la esperanza de
que está guerra puede ganarse.
Si Mario Puzo hubiera vivido unos
años más para llegar hasta nuestros días y terminar de escribir El Padrino IV
sin duda tendría a toda la cuarta generación de los Corleone, a los bisnietos
de Vito, ya no en un restaurante manejando los hilos del narcotráfico o el
juego ilegal sino trabajando a destajo, desde
cualquier playa paradisiaca, en la deep
web, robando bancos online, chantajeando cibernéticamente a inocentes o
boicoteando los servidores de los aeropuertos de medio mundo a cambio de
rescates pagados en criptomoneda. Serían la misma mafia de siempre pero usando
las nuevas armas de mal en el siglo XXI, el cibercrimen.
Iñaki Ortega es profesor de Deusto Business School y ha lanzado en
Madrid este curso el Programa de Innovación en Ciberseguridad (PIC) con título
propio de la Universidad de Deusto
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