(este artículo fue publicado originalmente en Nueva Revista en su número 149 de octubre de 2014)
David
Birch, un profesor del MIT, demostró empíricamente en 1979 que los nuevos
empleos no los creaban las grandes corporaciones, sino las pequeñas
empresas. Fue sin duda uno de los grandes hallazgos de la ciencia económica del
último tercio del siglo, pero pasó en gran medida desapercibido porque la
segunda crisis del petróleo acabó acaparando en aquel momento la atención de
políticos y estudiosos.
Afortunadamente las tesis que
Birch plasmó en The job generation process no cayeron completamente en el olvido, y
otros académicos unos años más tarde han acabado siguiendo su estela con
estudios que también han confirmado el mayor dinamismo de la pequeña iniciativa
empresarial en la creación de puestos de trabajo.
Se trata de una línea de
investigación que ha servido de
guía a la administración de Estados
Unidos en las últimos décadas. Algo que se aprecia en el importante cambio de
orientación que ha protagonizado la Small Business Administration (SBA). En
efecto, esta agencia gubernamental ya existía desde los años 50 con una función
muy clara; atender las demandas del colectivo de los pequeños empresarios como
una extensión de las políticas sociales del gobierno federal. Sin embargo, las nuevas evidencias científicas aportaron a la SBA un poderoso aliado para
reivindicar el apoyo a los emprendedores como un instrumento de política
económica.
Esta concienciación de las
instituciones norteamericanas acerca del papel de las nuevas empresas ha auspiciado
que este país lidere la transición hacia lo que desde algunos círculos se viene
denominando 'economía emprendedora'.
Bien es cierto que al principio
académicos y policymakers utilizaron un enfoque que trataba al
emprendedor y al pequeño empresario de manera indiferenciada, pero con el
tiempo ambas esferas se han ido
segregando en Estados Unidos primero, y en otros países avanzados después.
Como me referiré más adelante, la
actuación a favor de los emprendedores exige de un enfoque mucho más amplio que
el que tradicionalmente se ha empleado para respaldar a la pyme, pues implica
no solo intervenir en el plano empresarial de una forma distinta, sino también
hacerlo en nuevos ámbitos que afectan al individuo y la sociedad, como son las
motivaciones, las capacidades y la cultura.
Contribución al empleo neto
de las nuevas empresas vs las existentes en Estados Unidos
Fuente: Fundación Kauffman
(2011)
Nuevamente la investigación
académica ha aportado datos que justifican esta atención especial y
diferenciada sobre los emprendedores en las estrategias de fomento del
empleo. La Fundación Kauffman, una
entidad de prestigio mundial en el
estudio del emprendimiento, publicó hace
cuatro año un trabajo que tuvo una gran repercusión. En él se analizaba exhaustivamente los registros empresariales
de Estados Unidos entre 1977 y 2005, llegando a la conclusión de que todo el
empleo neto generado en ese periodo es atribuible a empresas de menos de un año
de antigüedad; en particular, se señala que las firmas existentes han sido responsables
de la destrucción de un millón de puestos de trabajo en cada ejercicio mientras
que los nuevos negocios habrían generado, en promedio, tres millones de
empleos.
Aquí en Europa apareció un año
más tarde, promovido por la Comisión, un estudio en la misma línea que el de la
Fundación Kauffman. Este trabajo también puso en valor el papel de la pequeña
iniciativa empresarial, al analizar la relación entre la evolución del empleo
con el tipo de organización que lo genera: el 85% de los nuevos puestos de
trabajo en la Unión Europea han sido creados por pymes, siendo las empresas más
jóvenes las que más contribuyeron a la generación de empleo en los años previos
a la crisis. No deja de ser sorprendente que esta estudio haya tenido escasa
repercusión, dados los altos niveles de paro que sufre el continente.
No
obstante, es un error pensar que basta con ampliar la base de pequeños negocios
para estimular la creación de puestos de trabajo; tan importante es auspiciar
la iniciativa empresarial como favorecer su crecimiento. El reducido tamaño
medio de la pyme española es una de las debilidades más acusadas de nuestra
economía. A título ilustrativo, si se compara el peso en el empleo de la
mediana empresa española con el del mittelstand alemán tenemos que su aportación
es un treinta por ciento inferior.
De todo lo anterior, se desprende
que el paso de la managed economy a la entrepreneurship economy es
ya una realidad en el mercado laboral, y es preciso, por tanto que todos
tengamos presentes hacia donde caminamos. En este sentido, urge que quienes se
incorporan al mundo del trabajo por primera vez vean más allá de la vieja
dicotomía entre mandar currículos a las grandes empresas o preparar
oposiciones. Se trata no sólo de evitar que una generación especialmente
preparada acabe frustrada por falta de salidas acordes a su formación, sino
también de procurar que se encamine
hacia aquellas actividades que le permitan desarrollar mejor su potencial con
vistas a afianzar las nuevas palancas de la competitividad.
No se puede olvidar que durante
muchos años las encuestas que se hacían a los estudiantes de las universidades
españolas sobre sus preferencias laborales
sistemáticamente mostraban que casi la mitad de ellos aspiraba a trabajar en
una multinacional, mientras que en un porcentaje parecido manifestaban su deseo
de ingresar en la administración. Lo cual muestra que la importante
transformación que lleva ya décadas experimentando el mercado de trabajo en las
economías avanzadas no ha sido plenamente asumida en nuestro país, ni por la
sociedad ni por las instituciones.
La teoría generacional nos dice
que el contexto histórico en que los individuos viven su infancia y
adolescencia tiende a imprimir a éstos de una serie valores, actitudes e
inquietudes comunes que marcan un punto de inflexión en el carácter del
conjunto de la sociedad cuando llegan a la edad adulta. Sobre esta premisa,
Strauss y Howe acuñaron el término millennials para referirse a los
nacidos en esa etapa de prosperidad
relativa que cubre las dos últimas décadas del siglo pasado. Es una generación
a priori muy prometedora, pues es la mejor preparada de la historia y se caracteriza
en términos generales por aceptar el cambio tecnológico y la globalización como
algo natural y positivo.
Y sin embargo, en lo que puede
ser una anomalía en la historia el ciclo
de los babyboomers va a durar más de lo que cabría esperar porque el
talento de los jóvenes no está encontrando suficientes oportunidades para
brillar por sí mismo; la incorporación de los primeros grupos de edad a la
función productiva está siendo muy problemática, especialmente en un país con
altas tasas de desempleo como España, ya que la recesión económica les ha
cogido en los inicios de su carrera
profesional.
Por si fuera poco, la generación
del milenio ha sido maltratada moralmente desde los medios de comunicación, los
académicos e incluso los propios padres simplemente por haber disfrutado de
mayores niveles de bienestar que quienes les han precedido. Este desdén es
injustificado porque criarse en un hogar seguro y confortable no es
incompatible con el desarrollo de una
cultura del esfuerzo que, por otra
parte, difícilmente podrá ponerse en práctica mientras el sistema productivo
les siga negando oportunidades.
Harto de escuchar críticas hacia
quienes constituyen el pilar de las startups más exitosas de Silicon
Valley, un exdirectivo de Google publicó esta
primavera en la revista Forbes un artículo en el que consideraba a los millennials
como la mejor generación de trabajadores de todos los tiempos. Entre las
razonas que dio se encontraban las siguientes: 1) están acostumbrados a
desenvolverse en entornos virtuales, algo que es especialmente útil para
empresas punteras y globales; 2) son unos apasionados de las nuevas
tecnologías, pueden desarrollar habilidades técnicas y adaptarse a los cambios
muy rápido;3) son más tolerantes y abiertos, funcionan mejor en ambientes
multiculturales; 4) muestran una mayor
preocupación por el impacto que tendrá la actividad de la empresa en la
sociedad; 5) finalmente, tienen una mentalidad más emprendedora, no buscan
empleos fijos y muestran menos miedo al fracaso.
La opinión de quien ha contratado a cientos de
millennials para Google viene a coincidir en gran medida con los
resultados que ha arrojado una encuesta que realizó Deloitte el año pasado en
26 países entre jóvenes trabajadores con título universitario. Este estudio
llama la atención sobre el gran reto que tienen las empresas de adaptar sus
estructuras y su cultura a las expectativas de una generación que supondrá el
75% del capital humano en 2025. De lo contrario -tal y como recoge el trabajo-
les resultará muy difícil captar y retener el talento que necesitan para ser
competitivos. Tal y como la encuesta apunta, probablemente el riesgo de fuga de
este factor productivo no venga de los competidores o de otras organizaciones establecidas. Y es que el 70% de los millennials que
respondieron el cuestionario se ve en algún momento de su vida montando su
propia startup como alternativa al trabajo por cuenta ajena.
Si uno coge los rankings de
profesiones más demandadas que periódicamente publican algunas consultoras y
portales de empleo, es fácil comprobar que son muchas las que no existían hace
tan solo una década. Y lo cierto es que algunas de estas ocupaciones
parecen haber surgido por y para los
trabajadores del cambio de milenio; community manager, desarrollador de apps,
especialista SEO, técnico de marketing digital, etc. son buenos ejemplos de
ello.
Se trata
de empleos que se ajustan a los que el profesor Richard Florida atribuye a las
‘clases creativas’; profesionales de altas capacidades que buscan entornos
urbanos abiertos y dinámicos para desarrollar todo su potencial. No obstante,
hay que precisar que dentro de estas categorías no sólo se encuentran quienes
trabajan con alta tecnología, pues
Florida incluye también a todos aquéllos que desempeñan actividades con un
fuerte componente creativo, tales como diseñadores, publicistas, guionistas,
artistas, arquitectos, etc.
Distribución de la mano de
obra
Fuente: La clase creativa
(Florida, 2002)
El elevado número de personas que
ejercen todas estas actividades como trabajadores freelance, cuando no
como emprendedores con una organización propia, es sintomático de la
penetración de la cultura empresarial entre estos trabajadores del siglo XXI.
De hecho, son startups o empresas consagradas con
espíritu de startup las que han
creado en los tiempos recientes algunos de los yacimientos de empleo más
importantes. En este sentido, estas organizaciones de alto componente innovador
no solo contratan nuevos perfiles para ellas mismas, sino que también abren el
camino para que otras lo hagan a fin de no quedarse atrás.
No es de extrañar que los empleos
del futuro surjan de negocios tecnológicos con pocos años de andadura porque
son estos mismos los que han creado ex novo sectores enteros, como pueden ser
las redes sociales, la publicidad online, el consumo colaborativo, el e-commerce,
las aplicaciones para móviles, el crowdfunding o los agregadores de
contenidos. A pesar de que los primeros millennials en incorporarse a la vida activa apenas si
llegan a los treinta años, algunas de las startups que han fundado ya
poseen una enorme notoriedad; es el caso archiconocido de Zuckerberg en
Facebook, pero también de los fundadores de Instagram y Tumblr. No obstante,
hay muchos más: todos los años en los alrededores de Palo Alto surgen cientos
de startups de la mano de emprendedores muy jóvenes de las que solo
oímos hablar en el momento en que son compradas por alguna gran empresa.
Lo anterior es plenamente coherente
con las teorías sobre la innovación disruptiva de Christiansen, pues, como este
autor recuerda, las organizaciones consagradas tienen menos incentivos para
introducir propuestas de valor para las que todavía no hay un mercado definido
debido a su carácter novedoso, y es a través de la adquisición de nuevos
negocios como pueden integrar tecnologías incipientes en su portfolio.
Por otra parte, merece la pena
destacar que son sobre todo miembros de la también denominada ‘generación Y’
los que integran los movimientos que están recuperando las ciudades como
centros de producción. Con la tecnología
como aliada, los makers y DIYers
están llamados ha protagonizar un cambio importante en la vida urbana;
nuevos locales tipo fab labs y hackerspaces
van a irrumpir con tanta fuerza como ya lo han hecho las oficinas
compartidas (coworkings), se sustituirá el patrón de la estandarización
por el de la personalización en no pocos artículos y su canal de
comercialización será el mismo que el del comercio de proximidad.
Finalmente,
también conviene recordar que la innovación que poco a poco están introduciendo
los emprendedores sociales en sectores tradicionales como la educación, la
salud, el deporte o el trabajo social… también está llamada a abrir para las
promociones de profesionales que están por llegar nuevas vías para acceder
tanto al autoempleo como al trabajo asalariado.
Pese a que Estados Unidos va muy
por delante en la penetración de la entrepreneurship economy, es justo
decir que en esas latitudes también existe preocupación por las dificultades
que está teniendo la generación del
milenio para encontrar su sitio en el mundo. Las tasas de desempleo juvenil son
elevadas para sus estándares -aunque el 16% que sufren parezca irrisorio en
comparación con el porcentaje próximo al 50% propio del sur de Europa- y la
sobrecualificación es un fenómeno cada vez más frecuente. Sin embargo, al menos
en ese país emprender existe como una opción más en la cabeza de todo aquel que
termina su etapa formativa, e incluso antes. Cosa que en España todavía no
ocurre, lo que resta posibilidades a los recién graduados de trabajar en
aquello para lo que se han formado y, al mismo tiempo, presiona a la baja la
natalidad empresarial, perdiéndose así, como se ha indicado más arriba, capacidad
para generar empleo asalariado.
El problema que tenemos en
nuestro país es que todavía quedan reformas pendientes para tener un auténtico
ecosistema emprendedor que, por un lado, incentive a los individuos a apostar
por tener su propio negocio y, por otro, facilite el despegue de las nuevas
empresas.
Ciertamente ha habido en la
última década muchas iniciativas públicas, y privadas también, en materia de
emprendedores. Pero el nivel de actuación se ha centrado en quienes ya han
tomado la decisión de iniciar su andadura empresarial en detrimento de los
ámbitos que condicionan tanto la predisposición de la sociedad hacia la
asunción de riesgos como las posibilidades de crecimiento de los proyectos
nacientes.
El resultado es que España se ha
consolidado en plena crisis como uno los países con más plataformas de apoyo a
las nuevas empresas -hasta 2.800 entre el sector público y el privado
contabilizó la DGPYME en 2011- sin que el número de nuevos empresarios se haya
incrementado significativamente; más bien al contrario, pues durante los dos
primeros años de recesión el Estado de la OCDE donde más cayó la natalidad
empresarial fue el nuestro.
La creación de empresas se está
recuperando desde entonces, pero aun así la tasa de actividad emprendedora se
mantiene en el 20º puesto entre las economías homologables a la nuestra, tal y
como señala el último informe del Global Entrepreneurship Monitor (GEM). El
mismo estudio también nos sitúa en un puesto discreto en cuanto a componente
innovador de las startups.
A pesar de este posicionamiento
en los datos que maneja GEM, somos la tercera nación del mundo en espacios de coworking
y la segunda de Europa en programas de aceleración e incubación. Si se
reflexiona acerca de esta llamativo
hecho, se puede llegar a dos conclusiones: una es obvia a la luz de las
casi tres mil plataformas de promoción censadas; hay que mejorar la
coordinación de las iniciativas dirigidas a respaldar a las empresas de
reciente creación para hacer su funcionamiento más eficiente; la otra conclusión
es que conviene ampliar el enfoque de acción de las políticas públicas, ya que
los resultados que se pueden alcanzar operando en un solo plano son limitarlos.
La visión ecosistémica con la que
se viene estudiando el fenómeno empresarial en lugares como Silicon Valley,
Holanda o Israel, aporta algunas pistas al respecto. En este sentido, el objeto
de atención de la actividad de fomento no debe ser exclusivamente el empresario
que empieza, sino también las condiciones en las que prende y se desarrolla la
iniciativa emprendedora. Bajo este esquema, la responsabilidad de diseñar y
ejecutar la política de nuevas empresas, de hecho, rebasa la propia esfera de
la administración, llegando a ser necesario crear un marco colaborativo entre
instituciones, medios de comunicación, grandes empresas, universidades y
entidades de la sociedad civil.
Son varios los modelos teóricos
que el ámbito académico ha dado recientemente sobre esta política ‘holística’
de emprendedores, aunque todos vienen a coincidir en señalar como ámbitos de
intervención el acceso a los mercados, la formación del capital humano, la
educación, los valores culturales, la fiscalidad empresarial, el acceso a la
financiación, la seguridad jurídica y los procedimientos administrativos.
La ley de apoyo a los
emprendedores aprobada el año pasado supone un hito en la adopción de esta
estrategia, puesto que prevé medidas en casi todos estos capítulos. Desgraciadamente, la norma por sí solo se
queda corta, habida cuenta del retraso con el que llega y de lo mucho que hay
todavía por hacer. Entre otras cosas, se echa de menos reformas tan profundas
en el ámbito de la educación, la cultura empresarial o la inversión en startup como lo ha sido en materia tributaria la
adopción del criterio de caja en el
IVA para los pequeños empresarios o en el terreno de la seguridad social
la extensión de la ‘tarifa plana’ a los
nuevos autónomos con independencia de su edad.
Por otra
parte, tenemos la tarea pendiente de facilitar que el impulso emprendedor no
quede restringido a empresas de pequeña entidad y reciente constitución. Es
preciso prestar más atención a los factores que hacen posible el scale-up, esto
es, que los negocios bien asentados y en
sectores maduros puedan tener ambición y capacidad para experimentar
crecimientos propios de una empresa tecnológica naciente.
Las cifras del registro mercantil
nos indican que el ritmo al que se recupera la natalidad empresarial aumenta
bastante más rápido que la economía, lo que debe interpretarse como un reflejo
de que vamos en la buena dirección. Sin embargo urge mantener el pie en el
acelerador de las reformas porque, además de mantener la creación de negocios,
tenemos tres difíciles tareas por delante: una es mejorar sus tasas de
supervivencia, otra es impulsar su
crecimiento y la última hacer partícipes a más jóvenes de la dinámica
empresarial. Respectos a esto último, cabe recordar que actualmente el
emprendedor medio en España tiene 39
años. Lo que significa que, después de los esfuerzos volcados por
administraciones y centros educativos, todavía son muy pocos los que al
concluir su periodo formativo barajan esa tercera opción que he mencionado
antes de ser su propio jefe.
De igual manera que el agua
empieza a hervir por abajo, la entrepreneurship economy se abre paso de la mano de los millennials
en la economía más avanzada del mundo. Por tanto, es lógico inferir que de las
facilidades que les demos a los jóvenes de nuestro país para orientarse hacia las nuevas
oportunidades que la tecnología y la nueva cultura productiva abren, dependerá
en buena medida nuestras posibilidades de afrontar la recuperación con vigor y
asegurar nuestra posición competitiva en
el futuro.
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