Introducción
Hoy día abundan en la literatura relativa a los recursos humanos los artículos y manuales que tratan de la atracción, retención o gestión del talento. Dichos trabajos subrayan la necesidad que tienen las empresas de contar con directivos y profesionales de alta cualificación que, con su trabajo, hagan más competitiva la organización.
Asimismo, algunos de los economistas y estudiosos afines más influyentes del momento utilizan el término talento para referirse al capital humano más emprendedor e innovador de una economía. De acuerdo con sus tesis, la dotación de talento de un territorio condiciona, en gran medida, su futuro desarrollo económico.
El talento, por tanto, es reconocido desde ambos puntos de vista, empresarial y económico, como un factor de competitividad, determinando su abundancia o escasez relativa el éxito, en la economía global, de organizaciones y territorios. Se trata de un tema que en el momento actual está muy en boga, debido a que la crisis económica internacional obliga a los diferentes actores económicos a desarrollar estrategias que contribuyan a acelerar su adaptación a la nueva economía.
Sin embargo, el talento concebido como un recurso productivo al servicio de la actividad económica no es algo totalmente novedoso, puesto que representa la última etapa de una tendencia iniciada en la segunda mitad del siglo XX hacia la revalorización del factor trabajo y que está estrechamente vinculada con la transición –aún inacabada – hacia la sociedad del conocimiento.
La sociedad del conocimiento y el talento
Ya en los años 70 del siglo pasado, autores como Daniel Bell en Estados Unidos o Alaine Touraine en Francia constataron que el capitalismo moderno estaba experimentando unas profundas transformaciones que lo alejaban progresivamente del modelo de sociedad surgido de la revolución industrial. Para referirse a la nueva realidad que iba implantándose en el mundo desarrollado, se acuñó, en un primer momento, el término de “sociedad post-industrial”, aunque posteriormente se le han dado otras denominaciones –con algunas diferencias de matiz- como sociedad de la información y sociedad del conocimiento.
Y es que, pese a existir diferencias significativas entre Bell, Touraine y los demás estudiosos que han continuado sus investigaciones, todos ellos subrayan la creciente importancia que tiene, tanto en la economía como en la sociedad contemporánea, la información o el conocimiento. De acuerdo con sus tesis, mientras que el catalizador de desarrollo en la economía industrial era el capital físico y la organización productiva, siendo las fábricas su materialización más paradigmática; en la nueva economía, el conocimiento es la base principal del sistema productivo. Tal y como observaron, a medida que va penetrando la sociedad del conocimiento, la industria pierde peso tanto en el PIB como en el empleo en favor de las actividades terciarias. De hecho, son los servicios más intensivos en conocimiento –la investigación científica y técnica, la alta gestión empresarial, la ingeniería o el diseño, entre otros –los nuevos motores de la economía. Ello se debe principalmente a que estas actividades producen externalidades positivas que inciden en la productividad, eficiencia y sostenibilidad de las demás, incluidas las industriales. Por consiguiente, una de las principales consecuencias del proceso de introducción del conocimiento en la economía y la consiguiente terciarización de ésta es el incremento de su competitividad.
No obstante, tal y como señaló Bell, el advenimiento de la sociedad del post-industrial constituye un verdadero cambio de paradigma que afecta a la práctica totalidad de elementos que participan en el sistema productivo, por lo que la terciarización y aumento de la competitividad no son sus únicos efectos.
Precisamente uno de esos efectos es el que constituye el objeto de este artículo y no es otro que la revalorización del trabajo como factor productivo. En efecto, la terciarización de la economía, que ha corrido paralela a la aceleración del progreso científico y tecnológico, al aumento de los niveles de concurrencia y de exigencia del mercado, a la interdependencia económica, a la extensión de la educación superior y a la creciente complejidad del marco regulativo, ha obligado a las unidades productivas a depender cada vez más de la cualificación y competencia de los trabajadores. Un reflejo de ello es el hecho de que ya no se habla exclusivamente de “mano de obra” para referirse al factor trabajo –término que hace referencia fundamentalmente al coste de este factor productivo y que lo integra en el proceso productivo al mismo nivel que el capital o la tierra –sino que cada vez se utiliza más el concepto de “capital humano” que, además de los aspectos cuantitativos, tiene en cuenta la calidad de formación y la productividad de los trabajadores. En palabras de los teóricos del post-industrialismo, el trabajador de cuello azul ya no constituye la espina doral de la fuerza de trabajo de una empresa o de un territorio, sino que lo son los trabajadores de cuello blanco, siendo las ocupaciones profesionales y técnicas las que crecen más rápidamente.
Por otra parte, en las dos últimas décadas la transición hacia la nueva sociedad del conocimiento parece haberse acelerado como resultado de la cada vez más intensa globalización, que fuerza a las empresas a buscar constantemente la competitividad mediante la inversión en I+D, la adopción de modernas técnicas de gestión empresarial, la implantación comercial y productiva en el exterior o la apuesta por la mejora continua de la calidad y de la sostenibilidad.
Por otra parte, en las dos últimas décadas la transición hacia la nueva sociedad del conocimiento parece haberse acelerado como resultado de la cada vez más intensa globalización, que fuerza a las empresas a buscar constantemente la competitividad mediante la inversión en I+D, la adopción de modernas técnicas de gestión empresarial, la implantación comercial y productiva en el exterior o la apuesta por la mejora continua de la calidad y de la sostenibilidad.
Una vez más, las circunstancias que configuran el entorno productivo han repercutido sobre el factor trabajo haciendo que, para las empresas punteras, el trabajador pase a ser, con diferencia, el principal activo por ser el único elemento de todos los que integran la actividad empresarial capaz de producir no sólo bienes y servicios sino también innovación -que no es sino la aplicación práctica del conocimiento en el proceso productivo.
Como consecuencia de lo anterior, en el lenguaje empresarial junto a los conceptos de mano de obra y capital humano ha aparecido otro nuevo, esto es, el talento. Bajo el nuevo paradigma, no basta con que los trabajadores tengan una cualificación académica o profesional que les permita desempeñar su trabajo de manera óptima; es además necesario que sean creativos para poder participar en el diseño del modelo de negocio y/o en la realización de tareas que, como el I+D, tengan un valor estratégico por ser fuente de ventajas competitivas. En este sentido, el factor trabajo no sólo ha de aportar valor al producto sino también a la propia organización productiva.
Por último, hay que añadir que el talento se manifiesta también –de hecho con mayor intensidad –fuera de las organizaciones ya constituidas, es decir, en las nuevas iniciativas empresariales. Al ser su principal virtud la creatividad el individuo dotado de talento se ve inclinado a trabajar en su propio proyecto en que puede explotar todo su potencial sin otros límites que los que le ponga el mercado. Así, no es de extrañar que sea una práctica cada vez más habitual entre las grandes multinacionales recurrir a empresas de reciente creación para liderar los proyectos más innovadores.
Un ejemplo de territorio atractivo para el talento: la ciudad de Madrid
Iñaki Ortega es Director-Gerente de Madrid Emprende
Necesidad de políticas que favorezcan el talento
Del apartado anterior se colige que los territorios que concentren talento serán los que presenten mayores posibilidades de prosperar conforme se avance hacia la nueva economía, mientras que aquellos en los que éste escasee verán comprometido su futuro desarrollo. Así, cabe esperar que la geografía económica que conocemos se altere debido a la diferente dotación de este recurso estratégico entre los distintos países –y dentro de éstos, entre las regiones que los integran –de igual manera que se alteró en el pasado durante la primera y segunda revolución industrial por la desigual distribución y acceso al carbón y al petróleo.
No obstante, el talento, a diferencia de esos recursos no es un elemento “natural”, algo que surja espontáneamente o que resulte de las características del espacio físico en el que se asienta la economía. Ni siquiera viene necesariamente determinado por el tamaño de la población. La disponibilidad de talento depende de que se den en la sociedad y economía las condiciones que favorezcan su desarrollo; es producto de la cultura y de los valores imperantes, de la estructura y organización social, de la regulación de la actividades económicas, de los incentivos que ofrezca el modelo productivo existente, de la calidad del sistema educativo etc. Es decir, de elementos “sociales” que las instituciones configuran o pueden contribuir a configurar a través de su actuación.
Es por tanto responsabilidad de los poderes públicos velar por que el entorno económico, social y cultural sea favorable para el talento debiendo desempeñar un papel activo en su fomento, ya que, de ello, dependerá en buena medida la adopción de la economía del conocimiento.
La necesidad de que las instituciones hagan una prioridad de la generación de unas condiciones que fomenten el talento es máxima si se tiene en cuenta que éste es extraordinariamente móvil, como ha observado Richard Florida, profesor de la Universidad de Toronto y uno de los principales estudiosos de la evolución reciente de la nueva economía. Para Florida, las empresas no son las únicas que protagonizan la “guerra por el talento” sino también las economías. Éstas pueden experimentar salidas o entradas en su stock de talento en función de su atractivo respecto a las de otros territorios.
Algunas políticas destinadas a promover el talento tienen que ver con la formación del capital humano; tal es el caso de la implantación de un sistema educativo de calidad, meritocrático y adaptado a las necesidades del mercado. Otras no buscan tanto formar como cambiar la actitud y predisposición de los individuos hacia la innovación, la asunción de riesgos y la actividad empresarial. También son muy destacadas las actuaciones llamadas a poner el talento en relación con la tecnología y las empresas a fin de que pueda encontrar oportunidades para desarrollarse plenamente. Por último, tal y como recuerda Florida, es imprescindible que el entorno no sólo ofrezca oportunidades académicas, profesionales o empresariales sino también personales; el talento debe sentirse a gusto y, para ello, es necesario que exista tolerancia, mentalidad abierta, oferta de ocio y entretenimiento, así como otros atractivos que satisfagan los estilos de vida de lo que él llama clases creativas.
Partiendo de los factores que atraen el talento, el profesor Florida llega a la conclusión de que las clases creativas con las que identifica el talento son urbanitas por definición, ya que sólo una ciudad puede poner a disposición de los individuos con talento un entorno dinámico en el que se conjugue cosmopolitismo, tecnología, entretenimiento, tolerancia y, por supuesto, otros individuos con talento. Precisamente por ser polos de atracción de talento, las ciudades cobran cada vez más protagonismo en la economía globalizada en detrimento de los países o regiones.
En España nunca ha faltado creatividad, ingenio o aptitud para detectar las oportunidades; sin embargo, el talento no ha podido desarrollarse al mismo nivel que en otras latitudes debido, por un lado, a la deficiente capacidad del mercado para integrarlo y, por otro, a los escasos estímulos que ha recibido desde las instituciones y la propia sociedad. Muchos individuos con carácter emprendedor y/o ideas innovadoras tradicionalmente se han visto obligados a elegir entre emigrar a otros países para no renunciar a sus proyectos o permanecer y orientar su potencial hacia actividades más “convencionales”.
Afortunadamente, como consecuencia del impresionante desarrollo experimentado por la economía española en los últimos tiempos así como de las políticas que desde algunas instancias se han impulsado en España poco a poco se van dando condiciones cada vez más propicias para el talento. En este contexto, son determinadas áreas metropolitanas las lideran el cambio. Prueba de ello es que la primera del país, la conformada por la ciudad de Madrid y los núcleos urbanos circundantes, se encuentra entre los territorios más pujantes en materia de talento del continente europeo junto a Paris-Île de France o Greater London.
El PIB de Madrid ha registrado desde el cambio de siglo hasta 2007 un crecimiento medio anual del 3,56%, esto es 16 décimas por encima del crecimiento nacional – que ya se encontraban significativamente por encima de la media de los países europeos. En el momento actual Madrid no escapa a los efectos de la crisis internacional ni a los del agotamiento del patrón de crecimiento de los últimos años. Sin embargo, su economía está experimentando una desaceleración mucho menos brusca. La clave de este mejor comportamiento tanto en momentos de bonanza como de crisis se encuentra en que la ciudad de Madrid está más preparada para afrontar los retos de la economía del conocimiento, lo cual es algo que se refleja en su capacidad para generar, retener y atraer talento.
En este sentido las fortalezas de la ciudad de Madrid son:
- El dinamismo de su economía, que ofrece atractivas oportunidades para profesionales, empresarios y emprendedores: las mayores cifras de crecimiento registradas por la ciudad y su región tanto en la anterior coyuntura como a día de hoy son un reflejo de ese dinamismo. Madrid se concentra el 15% de las empresas del país y es también la ciudad, tanto en términos absolutos como relativos, en la que más iniciativas emprendedoras se ponen en macha – casi el 12% de toda España. Los flujos de inversión extranjera con destino a Madrid, que representaron el 73% en 2007 confirman el atractivo de la economía madrileña.
- La calidad de su sistema educativo en la que se forman profesionales y directivos de todo el país e incluso del extranjero: Madrid y su área metropolitana albergan, entre públicas y privadas, 16 universidades en las que estudiaron en el curso pasado cerca de 275.000 alumnos. Además de las universidades existen numerosas escuelas de negocio en la ciudad, encontrándose algunas de las cuales entre las mejores del mundo. Con un tejido educativo tan desarrollado no es extraño que sean muchos los estudiantes de otras partes de España y del extranjero –es la ciudad de la UE que más universitarios Erasmus acoge –los que se trasladen a Madrid para cursar sus estudios.
- La fuerte implantación de la economía del conocimiento: la inversión en I+D en la región de Madrid supera el 1,98% de su PIB –por encima de la media comunitaria – siendo áreas metropolitanas más innovadoras de Europa. No en vano el número de trabajadores del sector tecnológico industrial es aproximadamente de 193.000.
- El carácter abierto y tolerante de la ciudad, que confiere la condición de madrileño a quien vive en ella y no sólo al que nace en su término municipal. A título de ejemplo cabe señalar que el 50% de los habitantes de Madrid han nacido fuera del municipio, el 16,9% fuera de España.
- Por último, de acuerdo con Florida también hay que valorar la amplia oferta cultural y de ocio que ofrece la ciudad. Dicha oferta ha llevado a la prestigiosa revista británica Monocle a referirse a Madrid como “una ciudad ideal para comenzar un nuevo negocio y no perderse una buena vida”.
El Ayuntamiento de Madrid es consciente de que es preciso seguir trabajando para fomentar el talento puesto que constituye la clave para acelerar la transición hacia la economía del conocimiento y así asegurar éxito económico. Tal fue uno de los motivos en los que se inspiró el Consistorio madrileño cuando creó en 2005 la Agencia de Desarrollo Económico “Madrid Emprende”. Este organismo autónomo desde entonces viene poniendo en marcha, en colaboración con asociaciones representativas de colectivos de interés para la economía de la ciudad como ASSET, diversas actuaciones relacionadas con la búsqueda de la competitividad a través del fomento del talento. Los programas de formación en aspectos clave de gestión empresarial para trabajadores y autónomos unidos a los de sensibilización, formación, incubación y acompañamiento de emprendedores se inscriben dentro de esa estrategia. En el medio y corto plazo la actuación de la Agencia en este ámbito se verá reforzada con dos grandes proyectos: la ampliación de la Red Municipal de Viveros de Empresa, de la que ya hay tres centros en funcionamiento, y la construcción del Parque Científico y Tecnógico de la Ciudad de Madrid.
El objetivo es que estas iniciativas de Madrid Emprende unidas a las de otras áreas del Ayuntamiento acaben por consolidar la condición de Madrid como una de las ciudades más creativas, dinámicas y avanzadas del mundo.
Publicado originalmente en la revista de la Asociación Española de Financieros y Tesoreros de Empresa. Edición especial 50 aniversario.
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