(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el 26 de marzo de 2025)
Ahora que hablamos de rearmarnos, comprar tanques e invertir en misiles y al mismo tiempo la sociedad ni se ha inmutado con ello, conviene entender cuáles son los mecanismos que provocan cambios tan profundos en la opinión pública. Hasta hace muy poco, Europa defendía un pacifismo que nos llevaba a mirar por encima del hombro los afanes armamentísticos de Estados Unidos o Israel. Pontificábamos sobre un mundo en paz basado en las relaciones comerciales y el diálogo, quizás espoleados tras dos recientes guerras mundiales en nuestras fronteras. De hecho, algunos países habían consagrado ese anti-belicismo en sus constituciones y los movimientos del “no a la guerra” monopolizaban los medios de comunicación y la cultura. Pero de repente, todo ha cambiado y desde Alemania pasando por los nórdicos -históricamente neutrales- han acometido una deriva militarista sin que haya rechistado nadie. ¿Cómo es posible este cambio?
Nos puede ayudar a responder esta pregunta el momento en el que vivimos con dos conflictos armados a las puertas del continente y el "Tío Tom" americano abdicando de su responsabilidad para con nosotros, pero si aun así no queda claro me atrevo a recurrir a la psicología: las investigaciones en el siglo pasado de un estadounidense de nombre Abraham Maslow nos ayudarán. Este profesor pasó a la historia porque impulsó junto a Carl Rogers una nueva manera de entender la psicología, en la que el foco dejaba de ponerse en los trastornos mentales y las enfermedades, en beneficio del potencial del ser humano para superarlos. El paradigma se conoce con el término de "psicología humanista" y es la base de la mayoría de las teorías de la motivación.
Parece ser que una dura infancia con unos padres que no le dieron el mínimo afecto le marcó tanto como la guerra -que le pilló demasiado mayor para alistarse- y le llevaron a investigar sobre las causas del odio y la insatisfacción. De ahí a divulgar, con la llegada de la paz, su contribución más exitosa: la pirámide de Maslow o de las necesidades humanas. La tesis es que las necesidades de las personas pueden jerarquizarse, de modo y manera que existen primero las más básicas (comer, beber o un lugar dónde dormir), luego las de seguridad (no tener miedo a que te maten) y a continuación las sociales (tener amigos), las de estima (que valoren mi trabajo) siendo las últimas las de autorrealización (sentirse bien con uno mismo). Maslow ordena estas necesidades en una pirámide donde en la base están las de supervivencia y en la cúspide las de autosatisfacción.
Su teoría defiende que no puede aspirarse a las necesidades de la parte alta sin tener resueltas las de abajo. A nadie le mueve tener amigos en la vida si no tienes dónde dormir o dicho de otra manera poco sentido tiene pretender que la gente se movilice por las hambrunas africanas si en tu vecindario han entrado los okupas o has agotado tu paro. Por tanto, a medida que cubrimos las necesidades más básicas e imprescindibles para la supervivencia van surgiendo otras cada vez más complejas, pero solo en el caso de que las primeras se cumplan. Europa y España, como repite Josep Borrell, han vivido en un jardín en el que todo era armonía y abundancia, pero de bruces nos hemos dado cuenta de que estamos en la jungla donde nada está asegurado… ni siquiera la vida. De ahí que los discursos elevados del pacifismo, más cercanos a la autorrealización que a las necesidades básicas, se hayan esfumado en beneficio del pragmatismo de conseguir una Europa segura que sea capaz de parar amenazas por el este y por el sur.
En la psicología industrial la motivación es el proceso por el cuál un directivo es capaz de proporcionar la energía necesaria a los empleados para que se esfuercen en alcanzar un objetivo. La motivación no es un rasgo de la personalidad o la habilidad de una persona, sino algo que se puede generar y reforzar. Siguiendo a Maslow de nuevo, una persona no puede ser motivada por el afecto si no están satisfechas las necesidades de seguridad. Tampoco es posible incentivar a una persona con la satisfacción del reconocimiento si quedan sin cubrir necesidades fisiológicas. Hoy en Europa hay muchas personas en riesgo de pobreza, otras tantas que temen por su seguridad en barrios tomados por bandas, no pocas que no llegan a fin de mes y una mayoría que no puede permitirse una vivienda. ¿A alguien le sigue extrañando, por tanto, que a muchos europeos les hayan dejado de importar temas tan prosaicos como el "no a la guerra" o "el pacto verde" sacralizados en siglas como DEI, ESG o RSC?
La esperanza la encontramos también en la pirámide de las necesidades. Nunca dejemos de esmerarnos en el bien común para aspirar a lo siguiente.
Iñaki es doctor en economía en UNIR y LLYC
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