(este artículo se publicó originalmente el día 13 de noviembre de 2023 en el periódico 20 Minutos)
Desde la Revolución Francesa la igualdad ha sido la palabra clave en cualquier norma que aspire a regir la convivencia en un territorio. Hasta el año 1789 todo dependía de tu origen social; nacías siervo y morías siervo. Ningún privilegio, pero sí infinidad de obligaciones. Así durante toda la historia de la civilización.
Pero llegó a esta parte del mundo la democracia liberal. Derechos y deberes para ser todos iguales bajo el imperio de la ley. Igualdad para que nadie se quede sin tener acceso a la sanidad o la educación. También para que no se discrimine a los ciudadanos por sexo, religión, raza o lugar de nacimiento. Igualdad de oportunidades para progresar con tu trabajo y talento. Naciones presididas por la igualdad en las que se persigue la corrupción y la impunidad no existe. Donde dimiten mandatarios y la alternancia política se produce sin romper la concordia. Estados presididos por la separación de poderes en los que ningún gobierno está por encima del parlamento o ignora a los jueces. Un equilibrio que se rompe cuando la justicia ya no es para todos por igual, o cuando el parlamento es cerrado por los gobiernos, pero también cuando los ejecutivos actúan como si no existiese más legitimidad que la de los votos. La democracia se basa en las mayorías, sí, pero siempre que respeten la ley que interpretan los tribunales y no se rompa la igualdad consagrada en cualquier carta magna de esta parte del mundo.
No existía igualdad ni nada parecido en la Grecia Clásica donde los esclavos trabajan y los ciudadanos libres se dedicaban a lo público. Tampoco en el imperio azteca en el que solo unos pocos no trabajaban o se libraban de ser víctima de los masivos sacrificios humanos. La antigua China tenía también una estricta jerarquía social con el emperador en la cima seguido por funcionarios y nobles viviendo todos ellos de la clase campesina. La Edad Media en Europa dejó innumerables ejemplos de lo quimérico de la aspiración humana de la igualdad. Miles de años por tanto sin sociedades regidas por la ley donde los derechos humanos se consagran y nadie está por encima de nadie.
España ha disfrutado apenas de un puñado de años de su historia de esta igualdad, pero cuando lo ha hecho sus habitantes han visto como el desarrollo venía asociado a ella. El presidente de Telefónica, Álvarez-Pallete, explica siempre que tiene ocasión que, en los últimos 40 años, España ha multiplicado por 14 su gasto en educación, por 13 el gasto social y por 15 el PIB per cápita. En estos pocos años de democracia, si los ponemos en relación con la larga historia de ausencia de igualdad en nuestra nación, se ha doblado la población activa, aumentado en siete millones las mujeres que trabajan y ocho veces el número de universitarios.
La igualdad es progreso siempre que vaya acompañada de la concordia. Conviene no olvidarlo ahora que parece que algunos delitos quedarán impunes y hasta tendremos españoles de primera y de segunda en función de la circunscripción electoral en la que se viva, al mismo tiempo que el enfado toma las calles de nuestras ciudades. La distancia entre la luz y la oscuridad es muy leve. No lo olvidemos, especialmente nosotros los españoles, que hemos vivido tantos años en las penumbras de la desigualdad.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
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