domingo, 3 de septiembre de 2017

Allegro ma non troppo

(este artículo se publicó originalmente el día 3 de septiembre de 2017 en el periódico El Norte de Castilla)

El término musical allegro significa lo mismo que en italiano: alegre, rápido, animado o con energía. Se usa para indicar la velocidad con la que debe ejecutarse una pieza musical. No obstante acompañado de otra palabra consigue aportar una información más precisa para el intérprete. Por ejemplo allegro molto es muy rápido pero allegro ma non tropo supone que no hay que pasarse de rápido. Cumplir las indicaciones de estos términos es la clave para que una composición suene tal y como la quiso el autor o en cambio se eche a perder.

Los jóvenes que hoy tienen 24 años o menos sienten como las costuras del traje del mundo en el que viven se les han quedado pequeñas. Esta generación z son 100% digitales y dominan las herramientas del mundo actual, por ello saben que -casi por primera vez en la historia- las personas de su edad pueden avanzar muy rápido y ellos quieren hacerlo. Pero chocan con un mundo que a pesar de estar inmerso en pleno proceso de digitalización va mucho más lento que esa cohorte de edad. A los posmillennial les parece esclerótico ese planeta de los mayores. En cambio los que nos somos veinteañeros y por tanto tenemos cierta perspectiva, ponemos en valor que nuestro mundo sí puede cambiar y de hecho lo está haciendo en los últimos tiempos. Nuevos partidos, nuevas empresas, nuevas normas, nuevas instituciones son solo algunos ejemplos. Parecen, por tanto, dos visiones antagónicas que recuerdan a ese cartel que de vez en cuando ves en una autopista con un dibujo de un coche que va muy rápido y  tiene que frenar en seco porque en el carril lento otro automóvil va a su ritmo. El primero piensa que el segundo va muy despacio, el segundo que el primero va demasiado veloz. La solución es encontrar unas normas, en el caso del código de circulación, que permitan convivir. No superar los 120 kilómetros por hora pero tampoco conducir por debajo de los 60 fue la convención para las autopistas que ha funcionado estos años. Necesitamos la velocidad de la generación z pero el resto no podemos asumir cada cambio exasperadamente lentos. Pero si los más jóvenes no son conscientes que ellos solos no pueden cambiar el mundo perderán una oportunidad histórica. Por ello, como las piezas de Vivaldi, el momento actual ha de ejecutarse allegro ma non tropo. Los cambios que vengan rápido pero no demasiado, la generación z tiene que seguir siendo consecuente e ir veloz pero no tanto que se pierdan los que vienen detrás. Esos, que somos sus padres, profesores o jefes también tenemos que ir más ligeros aunque no sea nada fácil y nos exija seguir formándonos toda la vida y renunciar a la comodidad del principio de autoridad.

No son pocos los que todavía consideran que el debate generacional es una tontería porque siempre hubo diferencias entre padres e hijos. Piensan que los millennials y la generación z son inventos de sociólogos con ínfulas  o peor aún fruto de una estrategia para vender productos a unas nuevas generaciones más duras de pelar. Pero las circunstancias orteguianas explican perfectamente que en ocasiones se suceden una serie de hechos que impactan decisivamente en una cohorte de edad. Internet nos ha cambiado la vida a todos pero más a aquellos que estaban en pleno proceso de formación de su personalidad. Los mismos que niegan que exista una generación z y que por ello no hay que adaptar ninguna estructura al fenómeno de la transformación digital y todo ha de seguir como está, seguramente son los mismos que piensan que el título de este artículo es solamente el de una película española de los años noventa en la que participó Penélope Cruz. Por otro lado los más vehementes miembros de esta nueva generación que hemos entrevistado en el informe de Deusto Business School y Atrevia, El Dilema, nos pedían radicales cambios para que el mundo sea idéntico a ellos. Cuando nacieron, allá por el año 1994, esta película de Fernando Colomo se estaba estrenando así que es improbable que el título de esta reflexión les confunda. No obstante, ambos, los que quieren que el mundo se pare y los que demandan cambios radicales, quizás desconocen que Allegro ma non tropo también es un libro de Carlo María Cipolla que sin duda deberían leer. El economista italiano dedica este ensayo a alertar de las consecuencias que la estupidez humana ha tenido en la historia. Su teoría de la estupidez se basa en los perjuicios que la gente estúpida diseminada por la población de un territorio puede llegar a causar. El profesor define la persona estúpida como aquella que causa daño a otras personas sin obtener ganancia personal o incluso  provocándose daño a sí mismo en el proceso. La esperanza para la humanidad, prosigue el libro, es tener muchas personas inteligentes que son las que buscando su beneficio personal consiguen el beneficio ajeno.

Hoy siguiendo al prócer italiano lo inteligente es promover cambios en las empresas que ayuden a que estas sobrevivan y así puedan seguir empleando en el futuro a más personas. Lo estúpido es resistirse a adaptar las estructuras de nuestra economía porque los que con ello pretenden mantener su status no lo conseguirán y solo perjudicarán al nuevo talento que no encontrará los cauces para poder desarrollarse. Estúpido es también querer en un día dar la vuelta a nuestra sociedad, como si de un calcetín se tratase, porque ese 25% de la población que es nativo digital no puede marginar al 75% restante y por tanto todos perderemos. Lo inteligente es ir rápido en los cambios pero no demasiado para que nadie se quede por el camino y todos puedan aportar. Así ganaremos todos.


Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

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