(este artículo se publicó originalmente el día 3 de septiembre de 2017 en el periódico El Norte de Castilla)
El término musical allegro significa lo mismo que en
italiano: alegre, rápido, animado o con energía. Se usa para indicar la
velocidad con la que debe ejecutarse una pieza musical. No obstante acompañado
de otra palabra consigue aportar una información más precisa para el
intérprete. Por ejemplo allegro molto
es muy rápido pero allegro ma non tropo
supone que no hay que pasarse de rápido. Cumplir las indicaciones de estos
términos es la clave para que una composición suene tal y como la quiso el
autor o en cambio se eche a perder.
Los jóvenes que hoy tienen 24
años o menos sienten como las costuras del traje del mundo en el que viven se
les han quedado pequeñas. Esta generación
z son 100% digitales y dominan las herramientas del mundo actual, por ello
saben que -casi por primera vez en la historia- las personas de su edad pueden
avanzar muy rápido y ellos quieren hacerlo. Pero chocan con un mundo que a
pesar de estar inmerso en pleno proceso de digitalización va mucho más lento
que esa cohorte de edad. A los posmillennial
les parece esclerótico ese planeta de los mayores. En cambio los que nos somos
veinteañeros y por tanto tenemos cierta perspectiva, ponemos en valor que
nuestro mundo sí puede cambiar y de hecho lo está haciendo en los últimos
tiempos. Nuevos partidos, nuevas empresas, nuevas normas, nuevas instituciones
son solo algunos ejemplos. Parecen, por tanto, dos visiones antagónicas que
recuerdan a ese cartel que de vez en cuando ves en una autopista con un dibujo
de un coche que va muy rápido y tiene
que frenar en seco porque en el carril lento otro automóvil va a su ritmo. El
primero piensa que el segundo va muy despacio, el segundo que el primero va
demasiado veloz. La solución es encontrar unas normas, en el caso del código de
circulación, que permitan convivir. No superar los 120 kilómetros por hora pero
tampoco conducir por debajo de los 60 fue la convención para las autopistas que
ha funcionado estos años. Necesitamos la velocidad de la generación z pero el
resto no podemos asumir cada cambio exasperadamente lentos. Pero si los más
jóvenes no son conscientes que ellos solos no pueden cambiar el mundo perderán
una oportunidad histórica. Por ello, como las piezas de Vivaldi, el momento
actual ha de ejecutarse allegro ma non
tropo. Los cambios que vengan rápido pero no demasiado, la generación z
tiene que seguir siendo consecuente e ir veloz pero no tanto que se pierdan los
que vienen detrás. Esos, que somos sus padres, profesores o jefes también
tenemos que ir más ligeros aunque no sea nada fácil y nos exija seguir
formándonos toda la vida y renunciar a la comodidad del principio de autoridad.
No son pocos los que todavía
consideran que el debate generacional es una tontería porque siempre hubo
diferencias entre padres e hijos. Piensan que los millennials y la generación z
son inventos de sociólogos con ínfulas o
peor aún fruto de una estrategia para vender productos a unas nuevas
generaciones más duras de pelar. Pero las circunstancias orteguianas explican
perfectamente que en ocasiones se suceden una serie de hechos que impactan
decisivamente en una cohorte de edad. Internet nos ha cambiado la vida a todos
pero más a aquellos que estaban en pleno proceso de formación de su
personalidad. Los mismos que niegan que exista una generación z y que por ello
no hay que adaptar ninguna estructura al fenómeno de la transformación digital y
todo ha de seguir como está, seguramente son los mismos que piensan que el título
de este artículo es solamente el de una película española de los años noventa
en la que participó Penélope Cruz. Por otro lado los más vehementes miembros de
esta nueva generación que hemos entrevistado en el informe de Deusto Business
School y Atrevia, El Dilema, nos pedían radicales cambios para que el mundo sea
idéntico a ellos. Cuando nacieron, allá por el año 1994, esta película de Fernando
Colomo se estaba estrenando así que es improbable que el título de esta
reflexión les confunda. No obstante, ambos, los que quieren que el mundo se
pare y los que demandan cambios radicales, quizás desconocen que Allegro ma non tropo también es un libro
de Carlo María Cipolla que sin duda deberían leer. El economista italiano
dedica este ensayo a alertar de las consecuencias que la estupidez humana ha
tenido en la historia. Su teoría de la estupidez se basa en los perjuicios que
la gente estúpida diseminada por la población de un territorio puede llegar a
causar. El profesor define la persona estúpida como aquella que causa daño a
otras personas sin obtener ganancia personal o incluso provocándose daño a sí mismo en el proceso. La
esperanza para la humanidad, prosigue el libro, es tener muchas personas
inteligentes que son las que buscando su beneficio personal consiguen el
beneficio ajeno.
Hoy siguiendo al prócer italiano
lo inteligente es promover cambios en las empresas que ayuden a que estas
sobrevivan y así puedan seguir empleando en el futuro a más personas. Lo
estúpido es resistirse a adaptar las estructuras de nuestra economía porque los
que con ello pretenden mantener su status no lo conseguirán y solo perjudicarán
al nuevo talento que no encontrará los cauces para poder desarrollarse.
Estúpido es también querer en un día dar la vuelta a nuestra sociedad, como si
de un calcetín se tratase, porque ese 25% de la población que es nativo digital
no puede marginar al 75% restante y por tanto todos perderemos. Lo inteligente
es ir rápido en los cambios pero no demasiado para que nadie se quede por el camino
y todos puedan aportar. Así ganaremos todos.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la
Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
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