jueves, 24 de abril de 2025

¿Nos roban los mayores?

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el 23 de abril de 2025)

En las últimas semanas son varios los informes que han destacado el aumento de la renta de los mayores españoles. Sin duda una buena noticia, pero que se ha trasladado a la opinión pública con la coletilla de que eso agranda la brecha generacional. El silogismo es claro: alta renta de los jubilados y aumento de las pensiones = menores ingresos para los jóvenes.


Para luchar contra esta falsedad que ensombrece el avance social que los españoles hemos logrado, conviene recordar algunas verdades que a base de no repetirlas se han olvidado.

La situación económica desahogada de los mayores es el sueño de cualquier sociedad a lo largo de la historia. Durante miles de años, la edad provecta suponía dejar de producir y por tanto depender de la familia cuando no de la beneficencia. Envejecer era en esos siglos garantía de miseria. Hoy la renta de los mayores les garantiza no solo no depender de nadie -con una renta mediana por encima de sus pares europeos- sino al contrario ayudar a sus descendientes, de hecho, un 60% de los españoles de más de 55 años trasfiere renta a sus hijos. Por no hablar del trabajo no remunerado en cuidados de los mayores con sus nietos que hace posible que cada día en España puedan trabajar miles de padres con hijos menores.

El aumento de los gastos pensionarios no supone que los mayores no aporten a la economía sino al contrario ya que la solvencia de esta cohorte de edad es un motor que aporta ingresos a la demanda agregada y por tanto oportunidades de empleo a los más jóvenes. No puede obviarse que son más de 4 millones de seniors los que siguen trabajando y por tanto pagando impuestos, más de un millón los que son autónomos contribuyendo a las arcas de la seguridad social. Pero por si fuera poco los mayores de 55 años protagonizan casi el 40% de todo el consumo del país, en especial en disciplinas como el turismo, el ocio y la alimentación que mueven la economía de nuestro país. Los mayores no son los culpables de que cada vez haya menos jóvenes por mor de la nueva pirámide poblacional y ni mucho menos de que las empresas ofrezcan empleos más precarios que hace décadas o que cada vez se grave el trabajo con mayores impuestos. Tampoco que la vivienda se haya vuelto inaccesible y ni mucho menos de que los jóvenes hayan balanceado ocio y trabajo. Sí son responsable de haber trabajado más años y con más valor añadido que ninguna generación a lo largo de la historia, sí también de haber logrado -gracias a la incorporación de la mujer al mercado laboral- que por primera vez haya más de dos ingresos en los hogares de los seniors y sí -por último- de haber conseguido financiar sus hogares con hipotecas a doble dígito y el sudor de su frente que con una probabilidad alta heredarán sus descendientes.
Por eso, querido lector, cada vez que leas eso de la batalla generacional, te ruego que tengas presente todo lo anterior y no caigas en la trampa de buscar víctimas y culpables en función de la edad del DNI. Las respuestas a la desigualdad no están en las pensiones o en las canas, al contrario esos conceptos son la garantía de una sociedad digna. Pero me temo que explicar la precariedad de las cohortes más jóvenes daría para otro artículo en que los aludidos ya no serían los mayores sino las políticas públicas y también las empresariales.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

martes, 15 de abril de 2025

Nunca se calla

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 14 de abril de 2025)


Seguro que tienes uno cerca. Puede aparecer en tu vagón de tren y estar dos horas hablando sin parar en voz alta. Es el mismo que en la sala de espera del médico explica la evolución y síntomas de su enfermedad con todo lujo de detalles. Es posible que te coja por banda en una fiesta el tiempo que le plazca para contar lo bien que le va la vida, aunque apenas sepa quién eres y logre que te quedes sin bebida. Le reconocerás porque habla –casi grita– por teléfono para todo el restaurante, sus videoconferencias en la oficina a todo volumen impiden que nadie haga nada más y los cumpleaños de sus niños son radiados por él como si fuese la final de la liga de fútbol.

En las cenas es el único que habla e interrumpe sin rubor tus intentos de meter baza, cuando toca hacer ejercicio es el que mejor conoce ese deporte y sus trucos sin ahorrarse el mínimo detalle. Y pobre de ti si te pilla en la máquina del café porque es una proeza librarte de su perorata antes de media hora.

Dice que es tu amigo pero no sabe nada de tu vida aunque tú conozcas hasta el nombre del tabernero del bar de su pueblo, el de los amiguitos de sus sobrinos y las andanzas de sus socios. No sabe dónde vives, qué familia tienes, qué haces en tus vacaciones o si vas a cambiar de trabajo. Porque jamás te pregunta por ti y cuando lo hace... ¡cuidado! Es una excusa para responderse a sí mismo durante tanto tiempo como los discursos de Fidel Castro.

Y acaba consiguiendo que tires la toalla. En la bici ya no hablas, solo le escuchas sus rollos que repite sin pudor alguno, en el metro ha logrado que te pongas unos cascos para no oírle, en familia solo juegas con los niños, en las reuniones acabas optando por mimetizarte como si fueras un mueble más de la oficina y en las quedadas tienes una risa impostada como congelada. Te ha quitado la energía con esas charlas interminables sobre sus viajes, series y, cómo no, el penúltimo pódcast que no has de perderte por nada del mundo. Definitivamente te ha anulado y acabas sintiéndote transparente.

Pero un día dices basta y le interrumpes. Y sientes una satisfacción que no conocías que te lleva a hablar más. Y le cuentas a quien se tropiece contigo el último viaje y luego el argumento completo del libro que estás leyendo. Cada vez te gusta más lo que sientes y ya no puedes dejar de hablar a tus amigos y a cualquiera que tengas cerca sobre todo lo que te pasa porque todo ello es muy importante y todo merece la pena que la gente lo oiga. Lo tuyo es siempre mucho más interesante. Y vuelves a ser feliz aunque a veces reconozcas como familiar el gesto de los que asienten mientras te escuchan.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 14 de abril de 2025

Raro, raro, raro

 (este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña y otros diarios de Prensa Ibérica el 13 de abril de 2025)

En economía se usa el concepto de raro cuando un bien es escaso y por tanto su cantidad disponible está por debajo de la demanda. Donald Trump ha hecho popular este término con las tierras raras al incluirlas en sus condiciones para la paz en Ucrania. El presidente de Estados Unidos ha exigido el control de esas tierras raras para seguir apoyándoles militarmente: defiende que es simplemente la contraprestación por el gasto militar del Ejército norteamericano desde la invasión rusa. Conviene recordar que en la doctrina económica no solo son raros los bienes como esos terrenos con minerales que se usan en la fabricación de móviles, placas solares o en resonancias magnéticas, sino también habilidades que exigen una super especialización. Esa destreza para las negociaciones, de las que se ufana el 47º inquilino de la Casa Blanca. La pericia para mercadear, en el caso de esas minas ucranianas es discutible, porque explotar esas tierras no será fácil ni barato y muchas de ellas están en territorio ocupado por los rusos. Pero, sobre todo, el Día de la Liberación pondrá a prueba esa supuesta cualidad divina que tiene Trump para los acuerdos mercantiles.

Era septiembre de 1943 y en el barrio de Arguelles de Madrid nacía en el seno de una acomodada familia un bebé con tanto pelo y tan azabache que su padre, un simpático médico, dijo en voz alta delante de la madre y el personal sanitario "raro, raro, raro". Esta frase ha pasado a los anales de la televisión porque quien la pronunció era el doctor Julio Iglesias Puga, padre de Julio Iglesias, quizá el artista español más famoso de todos los tiempos. Dos décadas después, el padre del cantante, dijo de nuevo "raro, raro, raro" al escuchar los planes de su hijo de abandonar la carrera de Derecho por la farándula. Pero la frase se hizo archiconocida muchos años después, siendo ya un anciano cuando consideró así a todos esos maridos que decían que no habían sido infieles.

No sabemos lo que dijo el padre de Trump al ver nacer a su hijo, tampoco su opinión sobre que eligiese la política frente a una exitosa carrera empresarial, o al respecto de la monogamia (que practicó toda su vida), pero sí estoy seguro que los aranceles a Europa, lugar donde nacieron sus padres, le habrían resultado "raro, raro, raro". Más allá de sus lazos afectivos y de sangre con Alemania y Escocia, Fred Trump fue un exitoso empresario inmobiliario que promovió apartamentos para las personas de todo el mundo que fueron a trabajar el siglo pasado a la gran manzana. Para Fred -y para cualquiera- es raro promover una voladura del sistema de libre comercio del que tanto se ha beneficiado Estados Unidos, si además esa decisión trae consigo las siguientes consecuencias:

1. Desazón en los estados agrícolas e industriales. Allá dónde más votos obtuvo Trump, más se van a resentir del cierre del libre comercio con despidos y bancarrotas de negocios.

2. Caída de la bolsa y colapso de la deuda. El mercado ha respondido con inéditas pérdidas bursátiles comparables a los días peores días de la historia los mercados de capitales.

3. Reserva Federal. El supervisor económico americano ha aseverado que esta política traerá un auge de los precios y una recesión.

4. Ruina de sus amigos. Los colegas de las grandes tecnológicas que asistieron a su toma de posesión. Amazon, Google, Facebook y Tesla han perdido cientos de miles de millones por la decisión de su aplaudido presidente.

5. Maltrato a sus socios estratégicos. No solo Europa sino Corea del Sur y Japón, históricos aliados de Estados Unidos frente al comunismo y expansionismo chino, han sido vejados con los nuevos aranceles.

6. Incomodidad a sus aliados políticos globales. Los partidos nacionalistas de todo el mundo que adoraban a Trump ven ahora como los aranceles lesionan su discurso de patriotas.

7. Rusia. Para colmo, solo Rusia, el histórico enemigo americano, queda fuera del castigo arancelario.

El tiempo quitó la razón al doctor Iglesias Puga sobre la fealdad raruna de su hijo al nacer y acabó convirtiéndose, según subrayó la revista People en 1978, en el hombre más atractivo del mundo. Tampoco acertó al poner en cuestión por rara su carrera musical a la luz de la aparición año tras años del cantante en la lista de Forbes de los más ricos.

Por eso quizás en el futuro nos pueda pasar lo mismo con la rareza de la patada en el tablero arancelario del presidente americano. Quien sabe si en unos años se hablará del acierto de la medida y se escriba en los libros de historia como otro New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt en el siglo XX y el "América para los americanos" de finales del XIX con el presidente James Monroe. Hasta entonces no tenemos otro remedio que repetir "raro, raro, raro". 

Iñaki Ortega es doctor economía en UNIR y LLYC