lunes, 31 de marzo de 2025

Cuál es tu kit de superviviencia

 (este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el 31 de marzo de 2025)

La penúltima ocurrencia de algún avispado asesor en Bruselas ha sido el anuncio a bombo y platillo de un kit de supervivencia. Estoy imaginándome a los funcionarios europeos dándole vueltas a cómo convencer a la opinión pública de que ahora toca reducir el gasto social para poder aumentar las inversiones en defensa. Sin Estados Unidos para defendernos y con los rusos en nuestra frontera oriental, no hay más remedio que dedicar gran parte del presupuesto a crear y equipar un Ejército europeo. Pero ¿cómo explicar a los europeos que han vivido todos estos años en la arcadia feliz que ahora hay que gastar en tanques, misiles y bombas de racimo…?

Es entonces cuando, me imagino, surge la niñería del kit de supervivencia. Porque es la demostración de que la administración comunitaria nos considera a todos menores de edad y no nos pueden contar la cruda realidad. Y como si fuésemos unos párvulos a los que entretener, nos dan el juguete de esa mochila que tenemos que preparar por si hay una emergencia.

Seguro que esos burócratas aplaudieron al asesor –de futuro prometedor– por la idea feliz del kit. Los más mayores se vinieron arriba recordando los refugios nucleares de los años 60 en Estados Unidos y lo bien que vinieron para alentar el odio a los soviéticos. El resto coincidieron en que era la vía más sibilina para que los europeos se diesen cuenta de que entrábamos en una época de peligros en nuestras fronteras del sur y del este. Al mismo tiempo que celebraban el constructo, los disensos comenzaron a aparecer. Qué cosas han de estar en ese listado, porque ahora las bombas serán también cibernéticas y las amenazas no vendrán solo por el cielo sino por internet. Y cómo no, el kit no debería ser solo para la guerra porque hay otras amenazas tan o más importantes. Muy fácil de arreglar, propuso nuestro asesor, también ese neceser de emergencias lo será para los desastres naturales y por supuesto para las crisis climáticas y hasta sociales. Y respecto a qué meter o no en el kit, esa es la parte más brillante de la estrategia –defendió el asesor–, que los europeos se entretengan poniendo o quitando elementos de esa bolsa de emergencias. Démosles entretenimiento mientras nosotros vemos cómo conseguir el dinero y el proveedor para tener un escudo antimisiles a la altura del de Israel.

Dicho y hecho. La semana pasada la Unión Europea anunció en boca de la comisaria belga Hadja Lahbib una guía para que todos podamos preparar un kit de supervivencia de 72 horas para estar listos en caso de emergencias. No pueden faltar en ese equipamiento elementos esenciales para subsistir sin ayuda externa durante al menos tres días. Y Europa nos dice que hemos de tener agua, alimentos, medicamentos, el documento de identidad (no vaya a ser que no podamos pagar a Hacienda en ese eventual encierro), dinero en efectivo (nada de bitcoins que igual no funcionan) y linternas, mecheros y todo lo que un buen explorador lleva encima.

Y ahora estamos aquí todos discutiendo que si es más importante una vela que una linterna, un libro que un cargador de móvil, las latas mejor de atún que se sardinas, nada de agua sino pastillas desaladoras y la brújula mejor que la navaja suiza… Mientras tanto, la guerra (la física y la digital, que es la más factible) sigue acercándose a nuestras fronteras. Ojalá que estos días tan entretenidos hayan servido para armar la defensa de nuestro Estado de derecho y nuestro sistema de libertades, pero me temo que eso aún está muy lejos y por tanto vendrán más excentricidades. Estemos atentos.

miércoles, 26 de marzo de 2025

¿Ya no somos pacifistas?

 (este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el 26 de marzo de 2025)


Ahora que hablamos de rearmarnos, comprar tanques e invertir en misiles y al mismo tiempo la sociedad ni se ha inmutado con ello, conviene entender cuáles son los mecanismos que provocan cambios tan profundos en la opinión pública. Hasta hace muy poco, Europa defendía un pacifismo que nos llevaba a mirar por encima del hombro los afanes armamentísticos de Estados Unidos o Israel. Pontificábamos sobre un mundo en paz basado en las relaciones comerciales y el diálogo, quizás espoleados tras dos recientes guerras mundiales en nuestras fronteras. De hecho, algunos países habían consagrado ese anti-belicismo en sus constituciones y los movimientos del “no a la guerra” monopolizaban los medios de comunicación y la cultura. Pero de repente, todo ha cambiado y desde Alemania pasando por los nórdicos -históricamente neutrales- han acometido una deriva militarista sin que haya rechistado nadie. ¿Cómo es posible este cambio?

Nos puede ayudar a responder esta pregunta el momento en el que vivimos con dos conflictos armados a las puertas del continente y el "Tío Tom" americano abdicando de su responsabilidad para con nosotros, pero si aun así no queda claro me atrevo a recurrir a la psicología: las investigaciones en el siglo pasado de un estadounidense de nombre Abraham Maslow nos ayudarán. Este profesor pasó a la historia porque impulsó junto a Carl Rogers una nueva manera de entender la psicología, en la que el foco dejaba de ponerse en los trastornos mentales y las enfermedades, en beneficio del potencial del ser humano para superarlos. El paradigma se conoce con el término de "psicología humanista" y es la base de la mayoría de las teorías de la motivación. 

Parece ser que una dura infancia con unos padres que no le dieron el mínimo afecto le marcó tanto como la guerra -que le pilló demasiado mayor para alistarse- y le llevaron a investigar sobre las causas del odio y la insatisfacción. De ahí a divulgar, con la llegada de la paz, su contribución más exitosa: la pirámide de Maslow o de las necesidades humanas. La tesis es que las necesidades de las personas pueden jerarquizarse, de modo y manera que existen primero las más básicas (comer, beber o un lugar dónde dormir), luego las de seguridad (no tener miedo a que te maten) y a continuación las sociales (tener amigos), las de estima (que valoren mi trabajo) siendo las últimas las de autorrealización (sentirse bien con uno mismo). Maslow ordena estas necesidades en una pirámide donde en la base están las de supervivencia y en la cúspide las de autosatisfacción. 

Su teoría defiende que no puede aspirarse a las necesidades de la parte alta sin tener resueltas las de abajo. A nadie le mueve tener amigos en la vida si no tienes dónde dormir o dicho de otra manera poco sentido tiene pretender que la gente se movilice por las hambrunas africanas si en tu vecindario han entrado los okupas o has agotado tu paro. Por tanto, a medida que cubrimos las necesidades más básicas e imprescindibles para la supervivencia van surgiendo otras cada vez más complejas, pero solo en el caso de que las primeras se cumplan. Europa y España, como repite Josep Borrell, han vivido en un jardín en el que todo era armonía y abundancia, pero de bruces nos hemos dado cuenta de que estamos en la jungla donde nada está asegurado… ni siquiera la vida. De ahí que los discursos elevados del pacifismo, más cercanos a la autorrealización que a las necesidades básicas, se hayan esfumado en beneficio del pragmatismo de conseguir una Europa segura que sea capaz de parar amenazas por el este y por el sur. 

En la psicología industrial la motivación es el proceso por el cuál un directivo es capaz de proporcionar la energía necesaria a los empleados para que se esfuercen en alcanzar un objetivo. La motivación no es un rasgo de la personalidad o la habilidad de una persona, sino algo que se puede generar y reforzar. Siguiendo a Maslow de nuevo, una persona no puede ser motivada por el afecto si no están satisfechas las necesidades de seguridad. Tampoco es posible incentivar a una persona con la satisfacción del reconocimiento si quedan sin cubrir necesidades fisiológicas. Hoy en Europa hay muchas personas en riesgo de pobreza, otras tantas que temen por su seguridad en barrios tomados por bandas, no pocas que no llegan a fin de mes y una mayoría que no puede permitirse una vivienda. ¿A alguien le sigue extrañando, por tanto, que a muchos europeos les hayan dejado de importar temas tan prosaicos como el "no a la guerra" o "el pacto verde" sacralizados en siglas como DEI, ESG o RSC?

La esperanza la encontramos también en la pirámide de las necesidades. Nunca dejemos de esmerarnos en el bien común para aspirar a lo siguiente.

Iñaki es doctor en economía en UNIR y LLYC

sábado, 22 de marzo de 2025

Las mejores tecnoempresas y algo más

 (este artículo se publicó originalmente el día 16 de marzo de 2025 en los periódicos del grupo Prensa Iberica)

Palantir o Nvidia. No hay más opciones. Si todavía sigues pensando que las empresas tecnológicas líderes en la actualidad son Google o Meta, toca actualizarse. Incluso si la hiperexposición de Elon Musk en estos primeros meses de gobierno de Donald Trump en Estados Unidos te ha hecho pensar que Tesla es la mejor, me temo que es un error. Por mucho que compres en Amazon a diario o que tu teléfono móvil siga siendo Apple, así como que los programas de ordenador tengan el logo de Microsoft, todas esas compañías mencionadas ya forman parte del pasado.

Nvidia y Palantir son el presente. Ambas firmas tienen en común que no están en la mente del pueblo, que han crecido prácticamente a tres dígitos en los últimos años y que están en sectores inopinados. También ambas empresas fueron fundadas en Estados Unidos por emprendedores extranjeros (uno de Taiwán y el otro de Alemania) y necesitaron fondos público-privados para arrancar.

Nvidia nació como NV (Next Visión), pero se corrigió el nombre para facilitar su recuerdo y se le añadió un sufijo para así jugar con la palabra latina envidia o, lo que es lo mismo, la empresa tecnológica que a todo el mundo le habría gustado fundar. Hoy en día es la segunda compañía más valiosa del planeta y sigue dirigida por su fundador, el taiwanés Jen-Hsun Huang. Su desempeño es espectacular a pesar de que nació vinculada al sector de los videojuegos para ir desembocando en su porfolio actual de software, chips, API (interfaz de programación de aplicaciones), procesadores de gráficos y, por supuesto, mucha inteligencia artificial (IA). Si hace cinco años el lector hubiera invertido 1.000 dólares, actualmente tendría 18.437. No está mal, ni con criptomonedas se habría alcanzado semejante rentabilidad. A lo largo del 2024 consiguió en algunos momentos ser la primera empresa en capitalización y este año será la que mas beneficios logrará. No tiene techo Nvidia.

Palantir es una piedra esférica con poderes que permite ver el presente a distancia. El nombre se menciona en el libro El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien, y parece ser que a uno de sus fundadores, el alemán Peter Thiel, le hacía gracia que la empresa cogiese el nombre de ese legendario vidrio oscuro que permitía proyectarse en otro momento espacial. Palantir nació para dedicarse a la ciencia de datos, en especial para agencias públicas de inteligencia. Si se prefiere, espionaje y prevención de cibercrimen y delitos antiterritoristas con un espectacular software de nombre Gotham, como la ciudad del superhéroe Batman. Y de ahí a los servicios financieros y a estar prácticamente en todas las industrias que aspiran a trabajar con datos para conseguir alto rendimiento empresarial. El periódico Financial Times ha dejado por escrito que 2024 fue el año en el que Nvidia se comió el mundo y 2025 pertenece a Palantir. Viene de ser el valor más rentable y, en un escenario en guerra, la capacidad de crecimiento de esta empresa, que se define a sí misma como «una herramienta letal», es ilimitada.

Sin duda, Thiel y Juang son los hombres de moda y alguno incluso se ha atrevido a catalogarlos como la tecnocasta. Ricos y poderosos al mismo tiempo que muy influyentes en el lugar donde hoy se conforma la opinión pública, que es internet. Thiel es el padre de la nueva ola libertaria que tiene como máximo exponente al multimillonario Musk, que se ha creído que saber hacer negocios le da patente de corso para hacer proselitismo político a lo largo y ancho del planeta sin tener ni idea de las circunstancias de cada país. Thiel empezó muy joven con el ajedrez hasta ser considerado un maestro. Juang, en cambio, pasó por un reformatorio y su primer trabajo consistió en lavar platos en una cafetería, la misma en la que 15 años después creó su exitosa compañía. 

Los dos son extranjeros en América y seguramente fueron mirados con cierta desconfianza en sus años mozos. Por eso mismo me he acordado de la mítica frase que el fundador de Microsoft, Bill Gates, suele repetir en sus encuentros con estudiantes: "Ten cuidado con cómo tratas a los frikis de tu clase o de tu barrio, porque seguramente acabarás trabajando para uno de ellos". Quién iba a pensar hace unos años que el limpiaplatos taiwanés que salía todos los días al contenedor con la bolsa de basura del restaurante iba a liderar la primera empresa del globo y que el introspectivo estudiante alemán de Filosofía que ensayaba jugadas de ajedrez aislado en el campus acabaría siendo el personaje más influyente del momento con empresas de éxito, pero sobre todo marcando la agenda política del vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, y, por tanto, del propio Trump. Así que cuidado de quién nos reímos o a quién despreciamos, de niños y de mayores.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR Y LLYC

lunes, 17 de marzo de 2025

Vivir seguros

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 17 de marzo de 2025)

Me gusta ver a la Policía Nacional patrullando por mi barrio. También que la Guardia Civil esté en la autopista cuando hay un accidente. Por supuesto, observar a la Policía Municipal intentando ordenar un atasco. Y exactamente igual cuando los Mossos o la Ertzaintza vigilan los edificios oficiales. Me siento bien cuando las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado están presentes. Es la misma sensación que unas buenas farolas en una calle oscura o una gasolinera abierta en plena noche en una carretera secundaria. Seguridad ante eventuales peligros.

Hoy ya no son imaginaciones, las peores amenazas son reales. Algunos de nuestros socios europeos no tienen ni la menor duda. Rusia invadió Ucrania por segunda vez hace tres años y en esta ocasión, los polacos tuvieron claro que su frontera estaba amenazada y había que prepararse. Algo parecido sintieron en Noruega o Finlandia, lo que llevó a este último país a unirse hace unos meses a la OTAN para proteger sus lindes con los rusos. Las repúblicas bálticas, Estonia, Lituania y Letonia, saben lo que es ser invadidas por Rusia y desde 2022 están listas para un eventual ataque. Esa frontera está al rojo vivo, pero la del sur con África no está precisamente fría.

Si alguien ve muy improbables y lejanos esos puntos calientes de nuestro país o muy remota la posibilidad de una guerra en el corazón de nuestro continente, me temo que es como aquellos que no ven peligro en esa calle oscura o en la carretera solitaria. Muy parecidos a los que minusvaloran a los okupas porque son pocos casos o los que quitan importancia a los hurtos porque siempre han existido.

Pero es que también están los que les enfada invertir en la defensa de un país y estos días lo estamos viendo con el debate sobre el gasto militar. Nunca he entendido al que le molesta la presencia de la policía, sea del cuerpo que sea. Despotrican cuando ven un uniforme o una sirena, sea en la manifestación de turno o en un festejo deportivo o musical. ¿Algo que ocultar?, ¿acaso prefieren el desorden y el incumplimiento de la ley? No lo sé, aunque observo que con la discusión de reforzar nuestro Ejército sucede algo muy parecido.

¿Quién puede oponerse a estar más protegido? ¿A qué clase de personas les pone de los nervios que su país esté más seguro ante sabotajes rusos o chinos? La respuesta es que a los mismos que les saca de sus casillas ver a la policía por las calles; esos que no les importaría que los regímenes autócratas mencionados influyesen a su favor en unas elecciones o que no les duelen prendas defender a Putin, la dictadura china, cubana, venezolana o nicaragüense… a pesar de que esos Estados –supuestamente tan igualitarios– lleven décadas armándose hasta los dientes y violando sistemáticamente los derechos humanos.

Por supuesto que siempre hay personas bienintencionadas que apuestan por vías pacíficas para la resolución de conflictos, pero esos mismos paisanos no dejan las puertas de su casa abiertas por la noche, se preocupan por bajar las persianas o dar dos vueltas al cerrojo de la entrada. La prevención es disuasión en el hogar y me temo que ahora toca lo mismo también en nuestro continente y en nuestro país.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

sábado, 15 de marzo de 2025

Los hombres fuertes vuelven al poder

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 5 de marzo de 2025)

Las polémicas decisiones del presidente Trump en las primeras semanas de su mandato tras su incontestable victoria electoral han desempolvado la vieja teoría del liderazgo de Thomas Carlyle. Este filósofo de hace dos siglos defendía que el destino de la humanidad debería dejarse a los «hombres fuertes», líderes superiores en inteligencia y personalidad porque solo ellos salvarían a la sociedad. Para este profesor escocés el progreso de la civilización habría sido posible exclusivamente por un puñado de grandes hombres con ambiciosa visión y capacidad de arrastrar voluntades.

Esta teoría quedó olvidada por su machismo, no solo porque citaba una sola mujer con liderazgo a lo largo de la historia, sino también porque los investigadores de esta rama de la ciencia a medio camino entre la economía y la psicología, la descartaron con númerosos experimentos empíricos. Varias universidades americanas durante el siglo pasado estudiaron el comportamiento de cientos de directivos con alta autoestima, inteligencia y fuerza para comprobar que eso no garantizaba resultados excepcionales. Tener rasgos de personalidad de un líder no traía asociados comportamientos de liderazgo y ni mucho menos, por tanto, desempeños fuera de la común.

En cambio, se demostró que la mejor forma de liderar una empresa o un país es aquella que se adapta a las circunstancias, de modo y manera que en ocasiones habrá que tomar decisiones participativas, en otras unilaterales y siempre teniendo en cuenta el entorno. Este liderazgo conocido como de contingencia o situacional enterró definitivamente en el baúl de la historia la teoría victoriana del hombre fuerte. Al mismo tiempo que triunfaba en la literatura de la psicología industrial pero también en la cúspide de las empresas y los países, los líderes conocidos como transformacionales. Modelos a imitar para los seguidores, personas buenas que hacen que los demás quieran ser así. Este nuevo líder hace mejor a los que les siguen y les transforma para bien. Obama, Merkel en la política o Amancio Ortega y Bill Gates en la empresa.

Pero las amenazas de estos tiempos, guerras, crisis económicas o incluso las pandemias han resucitado esos hombres fuertes transaccionales. Precisamente porque trasladan a la sociedad un acuerdo tácito con sus accionistas o votantes “si me das el poder de ser CEO/Jefe de Estado yo te devolveré dividendos/tranquilidad”. Ante ingentes problemas parece que son necesarios poderosos líderes transaccionales, porque el pacto es sencillo: si se les apoya, solucionarán los entuertos. Al mismo tiempo el seguidor se tapará los ojos ante los métodos usados para arreglar este mundo.

Trump y su bochornosa reunión con Zelenski es un claro ejemplo, como antes lo fue Putin en Rusia. Ahora Milei en Argentina o Bukele en El Salvador. A punto estuvo la izquierda insumisa de Melenchon en Francia o la derecha extrema de Alice Weidel en Alemania, cuestión que ya lograron Fico en Eslovaquia y Orban en Hungría. Grupo que se une a los clásicos hombres (siempre) fuertes del comunismo chino, cubano o venezolano.

Pero lo curioso del momento actual y de la vuelta a ese casposo modo de mandar es que por primera vez en la historia la política y la empresa van paralelas. Trump empresario y político (acordando la paz y haciendo negocios con las tierras raras) ha contagiado a los aspirantes de todo el planeta en ambas disciplinas. El alumno aventajado es Elon Musk acostumbrado a un liderazgo empresarial de macho alfa que desprecia a los trabajadores y sacraliza los beneficios que tiene en el nuevo vicepresidente de los Estados Unidos, J.D. Vance la horma de su zapato que se ha atrevido a dejar por escrito dicha teoría en el best seller con su biografía.

En cualquier caso, conviene no caer en la trampa de este neofeudalismo político-económico y confundir contundencia con extremismo o rigor con radicalismo. La fortaleza de los valores de un líder no son patrimonio de estos personajes, sino que a lo largo de la historia son muchos los líderes que sin caer en las actitudes sectarias las han cultivado. Nadie duda que la contundencia de Churchill o de Teresa de Calcuta no eran incompatibles con la bondad. Al mismo tiempo el alto rendimiento de Ana Botín en el Banco de Santander o Steve Jobs en Apple no impidió su alta consideración y la fidelidad a sus equipos. Porque si la historia nos ha enseñado algo es que esos estilos de liderazgo pasarán pero si caemos en estas trampas mentales de asociar clarividencia a radicalismo, las consecuencias son siempre nefastas.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

miércoles, 5 de marzo de 2025

¿No tienes traje?

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 minutos el 3 de marzo de 2025)

Siempre he defendido que los hombres perdemos mucho con la tendencia actual de no llevar traje y corbata. Nuestros padres y abuelos, con independencia de dónde trabajaran y vivieran, tenían una chaqueta y corbata para las grandes ocasiones. Una celebración, una entrevista de trabajo, un funeral o hasta ir al médico exigía una vestimenta formal para mostrar respeto.

Daba igual si esa ropa era buena o mala, a la moda o antigua, barata o cara, el traje era una prenda en el armario de cualquier hombre español. No hay foto familiar sin un antepasado con su americana y corbata oscura. Y esa imagen de elegancia quedaba en la retina grabada de sus descendientes porque el traje masculino precisamente se inventó para ayudar a la apariencia del hombre ocultando un exceso de grasa en el abdomen o unos hombros poco musculados. Las hombreras y la longitud de la chaqueta por debajo de los glúteos, sin duda, mejoraban la imagen de cualquiera. Si a ello se le añadía una camisa blanca y una corbata, el resultado era un paisano con aspecto pulcro al mismo tiempo que lanzaba un mensaje de formalidad y preocupación por agradar.

Los que defienden que el traje es una prenda elitista no saben qué responder ante el precio de las zapatillas que se han puesto de moda o de esas sudaderas que arrasan y cuestan más que tres trajes en una tienda popular. No es el argumento económico lo que ha hecho que se abandone el traje sino la supuesta comodidad de prescindir de la obligación de anudarse la corbata y ponerse una chaqueta y unos zapatos oscuros. El problema es que ese confort en demasiadas ocasiones está reñido con la estética. Un traje sienta bien a cualquiera porque se diseñó para eso, pero me temo que el estilo chándal actual fue inspirado por jóvenes deportistas americanos, que no se parecen mucho al español medio.

Así pensaba yo hasta este viernes. Y ha tenido que ser la encerrona que sufrió el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, en su reunión con Donald Trump en el despacho oval de la Casa Blanca lo que me ha hecho cambiar de opinión. Zelenski acudió vestido con ropa militar como lleva haciéndolo desde hace tres años, cuando comenzó la invasión de su país por parte de Rusia. Lo ha hecho con mandatarios de todo el mundo, desde jefes de Estado a reyes, pasando por el Papa o religiosos de todo credo. El presidente ha defendido esa indumentaria del Ejército ucraniano como una muestra de respeto a los militares en el frente, cientos de miles de fallecidos y a los ciudadanos que tan mal lo están pasando con millones de ellos desplazados de sus hogares. Y muchas veces ha dicho que tiene un traje preparado para vestirlo cuando acabe la guerra. Todo público y notorio.

Trump recibía a Zelenski bromeando, con un toque de ironía, con lo elegante que venía a la Casa Blanca. Pero las cosas se torcieron cuando el vicepresidente JD Vance apeló a la diplomacia con Rusia tras el fracaso de la guerra, lo que provocó una respuesta de Zelenski que enfadó a Donald Trump. "No estás en posición de decirnos qué va a pasar con nosotros... Sin nosotros, no tienes las cartas para ganar... Estás jugando con la vida de millones de personas y con la tercera Guerra Mundial y lo que estás haciendo es muy poco respetuoso... Va a ser muy difícil hacer negocios así. Tienes que ser más agradecido... Sin nosotros estás acabado", le espetó el presidente, llegando incluso a mandar callar a Zelenski.

Aun así, en plena conversación, retransmitida por televisión, entre Trump y Zelenski sobre un eventual acuerdo con Rusia para un alto el fuego, un periodista con tono burlesco le echó en cara si no tenía traje y cómo mostraba tan poco respeto así vestido en la sede de la presidencia de los Estados Unidos. La pregunta formaba parte de una estrategia para humillar al ucraniano y de paso a los políticos que le habían apoyado en el pasado. El tiempo dirá si le ha funcionado o no a Trump esta puesta en escena, pero a mí sí me ha afectado, y aunque sea por unos días, dejaré de alabar el traje para reivindicar el coraje y el mensaje del suéter negro de Zelenski.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC